En el espacio que hoy ocupa la provincia de Andalucía, la vida evoluciono mucho más rápido que en resto de la península gracias a las ocupaciones árabe-moras. De hecho hay ciudades andaluzas como Cádiz, Carmona, Sevilla, que tiene más de tres mil años de antigüedad. Un recorrido educativo por la cultura y la vida doméstica de ese tiempo puede alumbrar la visión que hoy tenemos del sur de España.

Relato histórico

La primera cultura conocida a nivel geográfico es la de Almería en el enclave de los Millares. Lo más importante que data de esta civilización es el Indalo. Este es un símbolo totémico de los más antiguos de Europa y simboliza a un hombre que domina las fuerzas del universo (representadas estas en el arco iris) y que sostiene entre sus manos, con los brazos abiertos.

El islam llega a Al Andalus en el siglo VIII. A finales del siglo VII acababa de nacer una nueva potencia. Muhammad había aglutinado a las tribus nómadas de arabia y las había organizado para que pudieran enfrentarse a los caravaneros que les destrozaban las cosechas, les robaban los animales y les quitaban la poca agua de la que disponían.

Paralelo a la nueva religión musulmana y su expansión, tuvo lugar la extensión de la soberanía árabe. Los ejércitos musulmanes crearon un imperio que llegaba desde la costa atlántica de África, hasta la India, y se adentraba a las islas de Oceanía.

En el 711 d. C el monarca Rodrigo se enfrentaba al ejercito de los moros, comandado por Musa en las inmediaciones de la laguna de la Janda. El reino visigodo desapareció tras la batalla y Andalucía volvió a recuperar su libertad. Allí es cuando nace el emirato de Córdoba en el sur de la península. La organización política árabe estaba regida por un Califa. Los gobernadores de las provincias recibían el nombre de emires porque el lugar en si se denominada emirato. En la organización califal, el territorio de la península ibérica fue un emirato, regido por un emir, dependiente de un califa, situado en Damasco, que era la capital del Califato en ese momento.

Sin embargo con el emir Abderramán III (912-961), el emirato de Córdoba se independizo del califato de Damasco, manteniendo así a un miembro partidario de la dinastía de los Omeyas, versus el actual califato Abasí que pasó la capital de Damasco a Bagdad. Esto fue un verdadero cambio en la estructura política: el centro de gravedad pasada de Siria a Persia.

Fue en ese momento cuando el territorio de la península ibérica se dividió en zonas amplias o provincias que dan nombre a varias de las regiones actuales como por ejemplo Al Musata (La Meseta), Al Garb (Algarba) o Al Andalus (Andalucía). Los andaluces recuperaron así su forma de vida e incluso su organización social.

Los árabes tenían una cultura brillante, la más avanzada de la época, frente al oscurantismo en el que había caído Europa. Gracias a ellos se recuperó en ese lado del mundo, a las obras clásicas de Homero, Platón, Virgilio, Aristóteles, Dion, Seneca, Sófocles. Tal era la sintonía entre los distintos grupos culturales, étnicos y religiosos en Al Andalus, que un musulmán como Averroes y un judío como Maimonides, pudieron estar de acuerdo en pensamiento y filosofía.

Según el historiador Ibn Jaldun (siglo XIV, Sevilla) en la Península la enseñanza elemental no se iniciaba solo con la memorización del Corán, sino que los maestros se esforzaban en proporcionar a los niños un conocimiento general de la lengua árabe

La vida cotidiana

En los siglos XI y XII la península contaba con ciudades muy prosperas cuyas murallas encerraban una organización urbana muy desarrollada. Sus habitantes, un número superior al de resto de la Europa occidental, practicaban sus tareas domésticas en medio de un tejido urbano donde no faltaban comercios bien surtidos de productos, baños públicos que satisfacían sus necesidades higiénicas y rituales, mezquitas que daban marco al cumplimiento de sus obligaciones religiosas, o casas y palacios que procuraban alojamiento a toda la población, incluyendo a los sectores más humildes como a los más poderosos.

Hacia el año 1000, con la disolución del Califato, existían en Al Andalus una decena de ciudades que se habían transformado en centros ricos y populosos: Almería, Córdoba, Granada, Mallorca, Zaragoza, Málaga, Murcia, Sevilla, Valencia. Las formas de asentamientos humano en Al Andalus consistían en tres unidades principales. La ciudad (madinat), el castillo (hisn) y la alquería o aldea (qarya). Su organización administrativa, con un sistema estatal y tributario, hacía que las poblaciones sean muy urbanas y tengan a la ciudad como eje central de la vida cotidiana.

Casi siembre la obsesión por la seguridad y la intimidad condicionaban la estructura de las ciudades, y la organización estatal destinada a la vigilancia. El Código de Yusuf I, en Granada, establecía lo siguiente: “Cada barrio tendrá un demarcación exacta, y una ronda nocturna que vigile y abra y cierre las puertas de sus murallas, como asimismo las principales puertas de la ciudad”. Además del barrio rodeado por su propia muralla, había muchas calles sin salida, casi pasillos de entrada a las casas que se cerraban por las noches con solidas puertas.

Los habitantes se agrupaban en barrios o arrabales por oficio, religión o procedencia y levantaban su propio recinto de oración y su muralla protectora. Cada barrio, como todavía sucede en toda sociedad islámica, contaba con al menos una mezquita, un baño y un horno (furn), adonde los vecinos llevaban a cocer la comida y el pan amasado en sus hogares.

A nivel doméstico, toda la arquitectura islámica, tanto de casas del pueblo como las edificaciones palaciegas, giraba en torno a grandes patios y se construir hacia adentro, manteniendo su aspecto exterior sin relevancia. Este modelo se mantiene en el Islam, independientemente de las diferencias de clima, tradiciones o recursos naturales, debido a su organización social, donde la mujer es algo casi sagrado que debe ser conservada en interiores, para preservarla del contacto con extraños. Por ello también se trataba de casar a las jóvenes a muy temprana edad y evitar así la perdida de la virginidad que sería un deshonor para la familia de la joven.

La Cultura

Según el historiador Ibn Jaldun (siglo XIV, Sevilla) en la Península la enseñanza elemental no se iniciaba solo con la memorización del Corán, sino que los maestros se esforzaban en proporcionar a los niños un conocimiento general de la lengua árabe, en contribuir a formar su estilo y su caligrafía y en ensenarles los fundamentos del arte poético. Cuando los jóvenes finalizaban la primera enseñanza que se dictaba en las escuelas coránicas, comenzaban sus estudios superiores en las mezquitas donde ejercían respetados maestros. El profesor de sentaba junto a una columna con sus alumnos en círculos frente a él, por lo que se decía que un estudiante pertenecía a tal o cual Circulo. Cuando los maestros estimaban que el alumno había adquirido los conocimientos necesarios, le otorgaban un permiso para transmitir lo aprendido. Los estudiantes pudientes, al acabar sus estudios superiores, viajaban al Magreb o a Fez para continuar con instructores del mundo árabe. Los más pobres se pagaban los estudios trabajando como copistas en las bibliotecas privadas, dando clases o escribiendo cartas y documentos en la calle.

En Al andalus hubo familias enteras por tradición dedicadas a la enseñanza, cuya base fue siempre la transmisión oral debido a lo costoso de los libros, y a pesar de la falta de una institución organizada existía un sistema de educación y otorgamiento de licencias para los educadores. A partir del siglo XIV en las ciudades importantes se crean instituciones de educación independientes, que ya existían en Oriente y en el Magreb, con el nombre de madrasas. La madrasa de Málaga data de 1336, la de Granada de 1348 y se considera a la de Ceuta, fundada en 1238, como la primera del Magreb. Las madrasas estaban financiadas por agrupaciones benéficas y los monarcas. En ellas se ensenaba de forma gratuita gramática, poesía, matemáticas, medicina, ciencias naturales y sobre todo ciencias coránicas.

Compartir
Artículo anteriorSra. Irina Bokova: Admisión de Palestina como Estado miembro de la Unesco
Artículo siguienteDr. Eugenio Raúl Zaffaroni
María Cecilia Benac es conferencista, escritora e investigadora. Magister en Políticas Públicas (Flacso), Profesora en Diplomacia y Licenciada en Relaciones Internacionales (USAL). Especializada en seguridad y estudios internacionales. Entre otros posgrados realizados, se destacan los de la Universidad de Leiden (Países Bajos), Emory, Yale (EEUU) e IESE (España). Docente de la Escuela Argentina de Negocios entre otras instituciones. proyecto humanitario comunicacional, el cual dirige hasta la actualidad. Como miembro de Reporteros Sin Fronteras, cubrió los conflictos y guerras en Medio Oriente entre 2010 y 2016. Participando también de Misiones de Seguridad y Acción Humanitaria en Palestina, Egipto, Líbano, Marruecos y Siria. Es periodista y redactora en medios especializados.