DE PANES Y DE CIRCOS

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La alimentación como necesidad natural del ser humano, lejos de constituirse en un derecho defendido por todos en común acuerdo, se ha traducido en innumerables conflictos y tragedias a lo largo de la historia. La lucha por el alimento se enuncia muchas veces como la “lucha por el pan”, y la razón es que este, además de ser el artículo producido por un panadero, es también un símbolo: la clásica representación del alimento simple y noble que se gana con el esfuerzo del trabajo, el pan que todos deberían poder conseguir.

Sin embargo, hay que reconocer que “no solo de pan vive el hombre”: el abanico de necesidades abarca aspectos menos tangibles que la materialidad del alimento. Además de alimentarse de modo físico, el ser humano busca alimento intelectual y espiritual, aparte de lo mucho que le interesa conseguir diversión. Así como el pan simboliza el alimento concreto y, para algunos, la luz simboliza el alimento abstracto, existe una figura que puede representar al entretenimiento: el circo.

El circo evoca una multitud de variadas experiencias. Es verdad que no es posible rastrear el origen exacto de los diferentes espectáculos que se montan en un circo: por siglos se ha visto cómo la acrobacia, la parodia, la música y otras disciplinas se han combinado para brindar entretenimiento a la gente, sin importar que el espectáculo se desarrollara en un anfiteatro, bajo una carpa o en la calle. Tal vez no importe tanto el origen exacto, sino el elevado y conmovedor nivel artístico que actualmente pueden alcanzar algunos espectáculos de circo. De hecho, existen carreras de gran exigencia dedicadas a las artes circenses.

Pan: alimento, satisfacción. Circo: arte, entretenimiento. Sin embargo, la infeliz combinación de ambas palabras evoca el significado mucho menos noble de una frase famosa: pan y circo.

Según parece, la frase panem et circenses puede rastrearse hasta Roma en el siglo I, cuando el poeta latino Juvenal la escribió en su Sátira X para describir la costumbre de los emperadores romanos de regalar tanto panes (o sencillamente trigo) como también entradas para los juegos de carreras de carros y otros espectáculos. De este modo, las autoridades esperaban mantener al pueblo distraído del desenvolvimiento de los sucesos de la vida política. Con pena y enojo, Juvenal se refería a la actitud de sus contemporáneos: “no vendíamos nuestro voto a ningún hombre”, “hemos abandonado nuestros deberes”, “la gente […] ahora se limita a sí misma y ansiosamente espera por solo dos cosas: pan y circo”.

La historia demuestra que gobernantes de todas partes supieron obtener provecho de la fórmula romana y, vez tras vez, consiguieron producir gigantescas distracciones, las suficientes como para evitar que la población reaccionara frente a decisiones políticas controversiales. Cabría suponer que en la actualidad, cuando gran parte de la sociedad mundial se encuentra más informada y atenta que en tiempos pasados, difícilmente habría oportunidad para que los gobiernos apliquen métodos similares. Sin embargo, parece que utilizando las modernas versiones del antiguo circo romano, en muchos lugares todavía se puede adormecer a la población para mantenerla inactiva.

Detengámonos un instante y planteemos esta pregunta: ¿cuál es la pieza clave que se necesita para que funcione semejante maquinaria soporífera? La respuesta es obvia: el consentimiento de la gente. Solo con pan y circo no es posible aletargar

a quien no lo consiente; haría falta mucho más, algo así como los métodos aplicados por el Estado de la famosa novela Un mundo feliz de Aldous Huxley.

Debemos darle la razón a Juvenal, entonces, quien se quejaba de sus contemporáneos porque ellos se limitaban a esperar ansiosamente pan y circo en lugar de ocuparse de sus deberes y derechos sociales con inteligencia. En toda época se verificará que, mientras la población se mantenga adormilada y pasiva, quienes detenten el poder abusivamente podrán seguir actuando como mejor les convenga. ¿Puede comportarse con mayor madurez una sociedad del siglo XXI? De nosotros depende.