Diplomacia doméstica

Embajadores, especialistas en asuntos extranjeros, organismos paradiplomáticos, figuras influyentes en las relaciones internacionales. ¿Queda un lugar para el ciudadano “común”?

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“Embajadores”, dice el afiche que veo por la ventana del autobús que me lleva a la ciudad de La Plata. La imagen dura apenas un instante, pero son los rostros retratados de conocidos cantantes populares lo que ya me indica el tipo de espectáculo. Solo después sabré que el afiche anuncia un evento en el renombrado Teatro Colón, con exponentes locales de la música popular y repertorios conocidos pero en versiones sinfónicas.

Y aunque yo debería preocuparme por pensar en la presentación de La Plata, me distraigo con la idea: “¿Por qué «Embajadores»?”. Claro, hay figuras del folclore, del tango y demás; embajadores, pienso, personas que representarían a sus colegas. Por cierto, digo en voz baja, no suena muy académica la definición. Pero la escribo… y me sirve para argumentar que todos nosotros somos representantes de otros. Con mayor frecuencia de la que advertimos, representamos a nuestros grupos de pertenencia: nuestra familia, los amigos, el club, los profesionales de nuestra actividad, la empresa para la que trabajamos, una institución, una ciudad, una nación. Tanto hacia extranjeros como hacia coterráneos somos, en lo doméstico, como embajadores y diplomáticos. Pero quizá no siempre representemos adecuadamente ni alcancemos el trato más pacífico. Qué pena.

Si todo va bien, dentro de una hora debería encontrarme ingresando a la institución donde dictaré cierta capacitación In Company. Pero esto de los “embajadores” en el Colón me recuerda un artículo escrito por Guillespi, el trompetista argentino; creo haber guardado el recorte entre mis papeles viajeros. Hurgo un poco hasta encontrar el artículo –de bordes sinuosos recortados a mano, por supuesto– publicado en La Razón del 4/11/15: “Dominic Miller, talento argentino en el mundo”. Se refiere al guitarrista que por tantos años viene acompañando a Sting.

Miller pasó de nuevo por la Argentina en la presentación del famoso británico el 31/10/15 en un recién estrenado estadio de la zona de Tortuguitas. Estuve en ese concierto; allí, Sting y sus músicos brillaron en la interpretación de cada tema. La euforia del público demostraba la satisfacción general. Y euforia fue también lo que noté cuando a Miller le llegó el momento de ser presentado. No recuerdo las palabras exactas, pero Sting (que en “Englishman in New York” revivió su pincelada de extranjería) subrayó “¡argentino!”, y de inmediato hubo aclamación en el estadio. Para muchos, el dato representaba una sorpresa.

Reconozco que citar anécdotas de Argentina resulta parcial y personal, pero imagino que el concepto involucrado aplica en cualquier parte del mundo. Diplomacia tradicional, Diplomacia 2.0, Paradiplomacia… y lo que hoy aquí llamaría diplomacia doméstica, la que de un modo u otro todos ejercemos. Ya sea con presencia virtual o física, el trato entre diversidades raciales, culturales y de pertenencia grupal se ha multiplicado. Pero admitamos que representar es atarse. Tener puesta una camiseta implica interés, responsabilidad y grados de dependencia.

Puede argumentarse que hoy la gente procura mayor independencia y libertad de movimiento en todos los órdenes de la vida. Más aún (y tomando el lado negativo), creo que siempre hubo quienes buscaron esquivar ataduras y permanentemente priorizaron, sin medir consecuencias, lo individual sobre lo colectivo. Y sin embargo, tal egoísmo no impidió que en este siglo se extendiera una toma de conciencia sobre la necesidad de colaborar unos con otros, sobre la interdependencia que poco a poco debe constituirnos, para bien, en ciudadanos del mundo. Creo que nuestra mejor aspiración es asumirnos universales sin perder la identidad regional, y acomodar en nuestra vida la paradoja de que todos somos iguales y distintos, individuos únicos e irrepetibles que compartimos el destino humano en este planeta.

En minutos me encontraré en una institución brindando servicios profesionales en el nombre de otra institución. Se mezclan el placer de practicar lo que me gusta con la responsabilidad de la representación, la satisfacción personal con la búsqueda del beneficio ajeno; contemplando estas cuestiones, trataré de ofrecer mi mejor desempeño. Será algo discreto, individual y doméstico, pero creo en la importancia del asunto. ¿Exagero? Ya me bajo del autobús. Hasta la próxima.