“El día del juicio es inevitable”, decía el personaje interpretado por Arnold Schwarzenegger en una de las películas de la saga Terminator. Sin importar cuánto viajaran por el tiempo o se esforzaran en buscar estrategias, nadie lograría impedir el holocausto global que se avecinaba. Podrían retrasarlo, a lo sumo, pero jamás cancelarlo.

Mucho del cine futurista internacional –y, por supuesto, de la literatura– ha girado en torno a la idea de un cataclismo que pondría fin a la vida sobre la Tierra, con la participación especial del ser humano como principal responsable de la catástrofe. Sin embargo, tal planteo no se limita solo al ámbito de la pura ficción: al repasar momentos históricos más o menos recientes, se comprueba cuánto se acercó la raza humana a conflictos de proporciones calamitosas.

Bordear la cornisa

Las dos guerras mundiales fueron períodos en los que la seguridad internacional se encontró gravemente alterada. En particular, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) no solo evidenció el alto nivel de destrucción que facilitaba la tecnología bélica sino que también sirvió de vehículo para odios aniquiladores que causaron estragos. Fue dos años después del fin de esta guerra que un grupo de científicos creó el concepto de “reloj del juicio final” o “del fin del mundo”, un reloj simbólico cuyo ajuste horario se realiza a mano de acuerdo al desenvolvimiento de acontecimientos potencialmente peligrosos. Cuanto más cerca de la medianoche se encuentren las manecillas, mayor es el riesgo de un holocausto mundial, según el criterio del grupo de científicos. Por ejemplo, en 1953 pusieron el reloj a solo dos minutos antes de la medianoche debido a que en noviembre de 1952 se detonó, como ejercicio, una bomba de hidrógeno diez veces más potente que la bomba de Hiroshima.

En 1962, la llamada “crisis de los misiles de Cuba” representó también un momento histórico de altísima tensión entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, las dos superpotencias rivales de la época. Robert McNamara, Secretario de Defensa norteamericano en aquel tiempo, dijo: “…estuvimos a un paso de la guerra nuclear…”. Por tal motivo, durante ese año el reloj del fin del mundo fue adelantado para que marcara tan solo un minuto antes de la medianoche.

Transformar belicosidad en cooperación

Filósofos como el inglés Thomas Hobbes (siglo XVII) veían al hombre –según un enfoque mecanicista simplificador– como una máquina en permanente movimiento que busca acercarse a sus objetos de deseo alejándose, al mismo tiempo, de todo aquello que lo amenace. Decía Hobbes que, frente al peligro de una “guerra de todos contra todos” en un estado natural de anarquía, los seres humanos aceptan ceder derechos en favor de la constitución de una autoridad que garantice la paz. Es evidente que el relativo funcionamiento de dicho contrato falla, por ejemplo, cuando resentimientos de larga data reavivan enemistades entre facciones que no logran reconciliarse pese a lo mucho que hayan perdido en sus enfrentamientos.

Si maduráramos al punto de pensar como especie, entonces el espíritu belicoso se extinguiría para dar lugar a mejores deseos. Una educación que fomentara los conceptos del bien común y de la realización de la raza humana enseñaría a derivar placer del servicio y de la cooperación mutua en lugar de querer desplazar, abarcar y dominar. Alienta saber que iniciativas de esa clase son algo más que simple ficción. Hay señales de que los debates internacionales sobre “seguridad humana” y “cultura de paz” vienen transformando a estos conceptos en acciones concretas y efectivas, con aplicaciones prácticas para el individuo y la sociedad. Muchas personas bien orientadas se movilizan alrededor de todo el mundo mientras la red global de Internet los mantiene en contacto.

En la actualidad, el reloj del fin del mundo marca cinco minutos antes de la medianoche: en gran medida, las preocupaciones del grupo que lo ajusta se encuentran hoy enfocadas hacia los problemas ambientales, mientras mantienen un ojo atento al numeroso armamento nuclear aún almacenado en el planeta. ¿Podrá la sociedad humana madurar lo suficiente como para retrasar y aun detener las manecillas del reloj? Las palabras del T-850 interpretado por el viejo Arnold deberían resonar como advertencia. ◊