Por ello se impone distinguir términos como “fundamentalismo” entendiendo el mismo como todo movimiento ideológico ó religioso que preconiza una estricta observancia a determinadas leyes normativas ó religiosas, de “extremismo”, en tanto aquella tendencia a adoptar ideas rayanas al límite ó muy exageradas, de uso común en el ámbito político, a su vez de la idea de “fanatismo”, considerado como aquel apasionamiento ó entusiasmo ciego por una cosa ó creencia sin consideración del prójimo, términos diversos respecto del actual concepto asignado a la idea de “terrorismo”, como aquella conducta tendiente a obtener una dominación por el terror mediante la práctica de lucha violenta ejercida por una persona, grupo u organización para obtener fines determinados. Esta nefasta actividad encamina sus objetivos mediante la amenaza de utilizar violencia ó el uso efectivo de ella, contra grupos ó víctimas individuales, con finalidades ideológicas, políticas ó religiosas.

No obstante señalar que el término es oriundo del siglo veinte, el terrorismo siempre fue una práctica desviada del mundo político, en especial orientado al miedo y sometimiento de voluntades, ya sea ejerciendo el poder desde el gobierno ó fuera de él.

A modo de ejemplo en nuestro país, la historia podría remontarse desde principios de 1900 con el auge de la anarquía proveniente de Europa, hasta los consabidos atentados violentos sufridos contra los derechos humanos, tanto por el lado de la subversión, como por el ejercicio funesto por parte del estado durante los gobiernos militares.

Con todo, y desde una visión global, el terrorismo actual ha adoptado una tendencia causal originada en las creencias y en una desviada espiritualidad, a diferencia de los movimientos políticos de mediados de siglo, como el nazismo y el comunismo, en que su gesta se basada en principios sociales, políticos y económicos. Pero no sólo ha variado dicha tendencia en tanto fenómeno socio-político y religioso, sino también ha producido variaciones en las medidas políticas y de gobierno de los estados, en lo atinente a los principios de defensa y seguridad nacional, modificando el paradigma desde principios de siglo. Desde ésta concepción novedosa, las amenazas e hipótesis de conflicto han pasado a ser de contiendas bélicas entre estados políticamente constituidos a conflictos entre estados y organizaciones transnacionales difusas.

A diferencia de lo que ocurre en la “guerra” (entendiendo el concepto como un conflicto armado entre dos estados beligerantes por medios que el derecho internacional público reconoce y regula en el denominado derecho de la guerra) el objetivo del terrorismo es manipular a la comunidad ó el gobierno por medio del pánico.

De esta forma se introduce en escena el concepto de “guerra no convencional”, como aquella en las cuales se desconoce la magnitud general del enemigo y sus objetivos de ataque.

Por ello, la idea de enfrentamiento bélico en cuanto tal, ha variado en el tiempo. Desde las épicas batallas entre soldados llevadas a cabo – la más de las veces – en ámbitos descampados alejados de las ciudades, hasta las recientes confrontaciones con proyectiles teledirigidos, se ha desplazado el escenario de operaciones desde aquellos lugares despoblados a los centros altamente urbanos, con el consiguiente compromiso de afectación poblacional. Y este índice se ha potenciado respecto de las operaciones terroristas, donde la intencionalidad de sus objetivos busca causar el mayor daño posible en la población civil, a diferencia de las actividades bélicas convencionales que propugnaban objetivos de naturaleza estratégica.

Esta nefasta forma de combate, varía también en cuanto a su estructura organizativa. Toda fuerza convencional posee una estructura jerárquica y centralizada, de neto corte burocrático que tiende a atomizar las decisiones operativas. La organización terrorista utiliza estructuras planas y descentralizadas, favoreciendo un trabajo en red con capacidad de interconexión entre sus diversos actores, de modo tal que agiliza la toma de decisiones, con evidentes beneficios anticipatorios y en aprovechamiento del “factor sorpresa”. Sus líderes poseen pocos referentes y de escaso nivel jerárquico, quienes delegan iniciativa y autonomía, delineando la actividad de los operadores en incógnito, con escasos principios rectores y objetivos comunes que brindan una confluencia coherente a las acciones terroristas.

Se utiliza la tecnología para el procesamiento de información con finalidades defensivas y ofensivas. El aprovechamiento de lenguaje encriptado por vía internet y la telefonía satelital, permiten concentrar la acción de la red dispersa sobre el blanco seleccionado, la que cumplido el objetivo, retorna a la furtividad.

Además poseen la capacidad de modificar rápidamente el lugar geográfico de sus operaciones en respuesta a sus objetivos y los constantes cambios de situación. La habilidad para moverse y actuar rápidamente aún sobre puntos geográficamente distantes dificulta las tareas de contraterrorismo orientadas a prevenir su acción sorpresiva.

En la actualidad el esquema de contienda ha evolucionado en favor del terrorismo en dos enfoques diversos, tomados desde el punto de vista logístico y de propaganda. En el primer prisma, si bien un principio, a inicio del siglo los atentados se producían con materiales de escaso costo en comparación al armamento de naturaleza convencional, hoy por hoy el armamento está siendo sustituido por objetos cotidianos, naturalmente riesgosos pero aceptados socialmente en el contexto de la actual era de postmodernidad digital, en un marco socialmente aceptado del denominado “deber de cuidado social”, por el cual se espera del otro una conducta prudente y responsable, sólo penalizada por los excesos ó los defectos. En éste marco de amenaza imprevisible, estos roles de actuación social resultan imposibles de controlar. La embestida del camión conducido por el ciudadano franco – tunecino en la fiesta patria francesa, ocurrido en la ciudad de Niza que produjo 84 víctimas, es un ejemplo notable. Y qué decir de la masacre en la discoteca gay de la ciudad de Orlando en EEUU, en junio pasado llevado a cabo por un personal de vigilancia de raíces árabes, donde murieron 50 personas, de manos de un sujeto autorizado por el estado para cuidar personas y bienes. Cualquier objeto de uso cotidiano es amenaza cuanto se tiene sólo la intención letal. Y no hace falta un arma portátil ó la explosión de un artefacto incluso de producción casera….el descarrilamiento intencional de un tren, el derrumbe de una grúa subiendo una carga, la colisión de un buque con otro ó a su lugar de arribo, la caída de un avión, como ya hemos visto, son sólo algunos ejemplos como para mencionar.

Desde otro aspecto, la difusión del evento en tanto propaganda del miedo tiene su carácter replicante con la inmediatez de la información y la viralización de internet, que genera un efecto multiplicador del terror, por cuanto un solo atentado individual construye la ilusión de la expansión de la amenaza en todo el mundo, y el cumplimiento de un objetivo buscado por el terrorismo: que todos hablen de él y le teman. La efectividad de las imágenes en un mundo donde predomina lo estético potencia la amenaza. La viralidad de las decapitaciones subidas por internet es otro ejemplo patente.

Las tecnología bélica desarrollada por los estados ha alcanzado que las naciones líderes obtengan en un ámbito de doscientas millas cuadradas en tiempo real se puede establecer la identificación de fuerzas propias y enemigas. Pero esto resulta inocuo cuando no están establecidos los frentes de batalla, el despliegue y objetivos del enemigo. Ha dicho un reconocido mandatario presidencial norteamericano de principios de siglo que el terrorismo es “una nueva forma de guerra, anónima, sin frentes definidos, interna, externa y de largo aliento”. Una década después las circunstancias han empeorado.

Desde comienzos del milenio los gobiernos han comenzado a adecuarse al nuevo desafío de ésta actual amenaza. Pero, surge el interrogante, cómo se pueden evitar estos eventos, en el universo complejo del mundo actual?

En este contexto adquieren singular importancia el manejo de la información y el desempeño de la actividad policial. Las tareas de inteligencia, (tradicionales y de vigilancia electrónica) la colección de información, agentes encubiertos y roles en infiltración, deben resultar la principal herramienta intelectual contra el terrorismo. El conocimiento de las raíces y constitución organizativa de las organizaciones terroristas como ISIS, resultan provechosas para la estrategia de actuación. Pero de igual modo, la búsqueda de conexiones con tales actividades sufre el reproche de la invasión a la esfera de intimidad y más aún, la pertenencia ó afinidad a religiones orientales lleva a los gobiernos a considerarlos sujetos de sospecha. Por ello es un desafío la delgada línea que separa las raíces étnicas con las actividades terroristas. En ese ideario y a modo de ejemplo, bien señaló el Papa Francisco días atrás “No hay que confundir islamismo con violencia”. O en contrapunto, el reciente ejemplo de Francia, en continuar con su política de clausura de mezquitas. Desde mi perspectiva, y haciendo votos de confiar que por arrebato ó desesperación no se generen en la sociedad ó los gobiernos conductas xenófobas ó segregatorias, sostengo que las organizaciones policiales deben cumplir un rol destacado en la lucha contra el terrorismo. Su actividad prevencional intercomunitaria, permitirá mediante la observación permanente, identificar las conductas no rutinarias e indicios de posibles acciones terroristas. De ésta forma el conocimiento de la comunidad en el cual el policía ejerce su función de prevención es la principal arma de la organización en la lucha contra este flagelo mundial.