Los indicadores económicos japoneses muestran un sinfín de señales que indican que la economía asiática pierde impulso ante la desaceleración en el crecimiento de las exportaciones y un yen fortalecido.

Asimismo, en medio de un prolongado proceso deflacionario, la producción fabril no logra retomar su dinamismo. Las fábricas recortan mes a mes su producción, lo que supone una nueva prueba de desaceleración en Asia y una mala señal para el resto del mundo, que se ha apoyado en la región para mantener a la economía mundial en marcha. Se estima que una debilidad económica prolongada podría mantener al país asiático más tiempo en deflación que lo pronosticado por el Banco de Japón (BOJ), agravando aún más la situación cambiaria.1

En este escenario, y con una población que envejece con velocidad y un gobierno que día a día trata de sortear sus problemas financieros con escaso éxito, Japón ha dejado de ser un destino atractivo para las inversiones internacionales.

Al analizar en conjunto la situación económica japonesa y el comportamiento demográfico -caracterizado por ser el país con la tercera mayor población pasiva del mundo- y las obligaciones de pensiones, se observa que los mismos representan uno de los riesgos potenciales más peligrosos de inversión global para los próximos diez a veinte años.

El objetivo de este artículo es realizar un diagnóstico de la economía japonesa, teniendo en cuenta los problemas a los que se encuentra en la actualidad y analizar el impacto del envejecimiento de la población, que introduce presiones adicionales sobre las decisiones de política.

ESTANCAMIENTO, DEFLACIÓN, APRECIACIÓN Y DEUDA, UN “COMBO” EXPLOSIVO

La economía japonesa emergió como potencia mundial luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, dicho ascenso no fue solo destino o casualidad.

Tal como expone Eduardo Conesa2, “Japón era vecino de la Unión Soviética y los Estados Unidos tenían un gran interés en demostrar al mundo y a la propia Unión Soviética la superioridad del sistema capitalista sobre el comunista. Japón podía servir a esa demostración. (…). Para asegurar el éxito de su proceso de desarrollo de la posguerra, al comienzo de su proceso de reconstrucción, Japón con la anuencia de MacArthur3 estableció un tipo de cambio altísimo”.

El tipo de cambio alto le permitió a la economía japonesa desarrollarse “hacia afuera”, es decir, un desarrollo liderado por las exportaciones. Entre 1950 y 1971 las ventas niponas al exterior se expandieron en términos reales, en promedio, a tasas del 16% anual. A partir de la década de 1970, la caída del régimen de convertibilidad del dólar con el oro forzó a Japón a revaluar su moneda, y la economía comenzó a desacelerarse de la mano del menor crecimiento de las exportaciones.

Para entonces, hubo que acudir al incremento de la deuda pública y al déficit presupuestario para expandir el gasto público y compensar la demanda efectiva deficitaria. Pero la liberalización financiera global tocó a las puertas de la economía asiática y sobrevino la burbuja financiera, llevando al país a vivir coyunturas económicas difíciles. De este modo, Japón constituye el primer país central que después de haber vivido un período ejemplar de tasas de crecimiento económico, enfrentó un proceso largo de desaceleración económica a finales del siglo XX e inicios del XXI.

La política económica seguida por Tokio durante los últimos diez años, caracterizada por un creciente déficit público y bajos tipos de interés, ha sido la receta de economistas keynesianos, como Paul Krugman, que han convencido al gobierno japonés -que estaba encantado de ser convencido- que su problema era la falta de demanda doméstica, la existencia de una auténtica trampa de liquidez keynesiana, provocada por la incertidumbre sobre el futuro, de la que había que salir primero con una política monetaria enormemente permisiva y, cuando ésta no funcionó, con inversiones públicas y en medio de este panorama, devino la crisis económico – financiera mundial, con epicentro en los Estados Unidos, lo que golpeó aún más fuerte a la ya alicaída economía japonesa.

Durante estos últimos años de crisis la economía nipona ha sufrido numerosos problemas económicos. No obstante, los mismos pueden ser resumidos en cinco aspectos claves:

1) la gran –y persistente– deflación que experimenta la economía real (la cual presiona sobre el tipo de cambio y afecta a las ventas externas) y los créditos de difícil recuperación de los bancos,

2) el grave deterioro con respecto a las economías regionales,

3) el estancamiento del sistema empresarial,

4) la disminución del gasto por parte de los consumidores,

5) la poca eficacia y transparencia en la política del gobierno.

Así, considerando en conjunto estos cinco aspectos, se demuestra una vez más que el problema económico de Japón de los últimos años tiene su causa real –y concreta– en los procesos especulativos que aceleraron la economía de burbuja, demostrando de este modo que ningún modelo de desarrollo capitalista queda exento de los peligros del capital ficticio, potenciando siempre la búsqueda de la ganancia fácil y rápida, por encima del camino estratégico y seguro de la competencia tecnológica.

Dentro de los problemas más graves a los que se debe enfrentar Japón para levantarse de su caída, el que necesita una solución con mayor rapidez es el de la deflación, pues ello está relacionado con todas las variables económicas, afectando en especial a las exportaciones. Y en una economía estancada, se hace casi imposible que los precios aumenten. Al parecer, el gobierno ya no sabe qué hacer para contrarrestar la caída de los precios y estimular la demanda interna.

En el frente de la demanda, la deuda gubernamental de Japón, que rebasa el 200% de su producto bruto interno (PBI), ha sido financiada, en general, por inversionistas nacionales (según cifras del FMI, el 94% de la deuda pública está en mano de tenedores domésticos). Pero los ahorristas japoneses cada vez se vuelven más consumidores a medida que envejecen: la tasa de ahorros por vivienda en Japón, como porcentaje de los ingresos gastables por persona, bajó 1.170 puntos base en los últimos 20 años, a 2,2%, según datos del FMI y la OCDE.

Por otra parte, considerando el desempeño fiscal, debe destacarse que en la actualidad, el déficit presupuestario como porcentaje del PBI asciende a 8,7%. Más iniciativas de alzas de gasto, como el plan de estímulo que anunció el primer ministro Naoto Kan, de 915.000 millones de yenes (unos 11.000 millones de dólares), no sugieren que esa cifra vaya a bajar significativamente en los próximos años.

De hecho, las proyecciones realizadas por el FMI estiman que el déficit de presupuesto de la segunda economía asiática será de 7,2% puntos de su PBI en el año 2015. Esto significa que deberán seguir emitiendo grandes cantidades de deuda gubernamental para financiar el gasto con déficit. Y la suma de todos los factores mencionados desincentiva a los inversores, que hoy en día encuentran mucho más rentable invertir en las economías emergentes, con desempeño mucho más robusto y altísimas tasas de interés.

Para sumar una complicación adicional al panorama descripto, las principales agencias calificadoras del mundo –que son la herramienta con la que cuentan los inversionistas a la hora de armar su portafolio de inversiones– han comenzado a presionar a Japón para que reduzca su abultado déficit fiscal. La primera fue Standard & Poor’s, que el 27 de enero de este año4 rebajó la calificación crediticia a largo plazo de Japón por primera vez desde el 2002, dejando al país bajo la mirada atenta del mercado por su estrechez financiera, argumentando que el gobierno carecía de un plan coherente para hacer frente a su abultada deuda.

La agencia rebajó la calificación en un escalón a AA, tres niveles por debajo de la evaluación máxima, recordando a otros países desarrollados de Europa y a Estados Unidos que existen fuertes temores sobre la deuda acumulada durante la crisis financiera global.

Una advertencia más reciente fue la de la agencia Moody’s Investors Service, la cual señaló el 9 de febrero5 que ante un eventual fracaso de una reforma fiscal en Japón impactaría negativamente sobre su nota crediticia, lo que aumentó la presión para que el gobierno presente un plan creíble para reducir la deuda pública.

Por lo tanto, es (muy) probable que Tokio no tenga otra opción que buscar alternativas coherentes para reducir su deuda, que duplica el tamaño de su economía de 5 billones de dólares, y que marca la peor relación deuda/PBI entre las naciones industrializadas.

PANORAMA DEMOGRÁFICO Y SU IMPACTO SOBRE LA ECONOMÍA

Si bien los indicadores sociales no constituyen en sí mismos materia exclusiva de estudio de las ciencias económicas, los resultados derivados de ellos permiten analizar el contexto social en el que se llevarán a cabo los negocios y las actividades económicas de producción, distribución y consumo.

Como se mencionó al comienzo del artículo, uno de los principales problemas a los que se enfrenta la economía japonesa en el largo plazo tiene que ver con su dinámica demográfica y es el acelerado envejecimiento de la población.

En la actualidad Japón sufre de un descenso en su índice de natalidad (1,3 hijos por mujer), debido a -entre otras razones- el elevado costo de criar y educar a un hijo. Si a esto se le añade hecho que posee el tercer puesto en la población más longeva del mundo (82,07 años), la combinación de menos nacimientos con decesos más tardíos, hace temer por la viabilidad de su sistema de pensiones y la disponibilidad en el futuro de mano de obra suficiente. Como muestra de esta dinámica se destaca el hecho que en el año 2005 por primera vez el número de japoneses decreció debido a que se registraron menos nacimientos que decesos.

En un artículo para la CNN, Doron Levin señaló que “para entender esto, hay que explicar los vientos en contra de la demografía japonesa, que suele mostrarse de forma torcida sin mucha información de respaldo. Para empezar, en 2009 el 22,7% de su población tenía más de 65 años de edad, (…). Esta cifra seguirá creciendo: el gobierno japonés estima que la proporción aumente a 29,2% para el año 2020 y a 39,6% para el año 2050”. 6

Asimismo, según datos del Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar de Japón7, en la actualidad, el 35,5% de la población japonesa está retirada por no estar ya en edad de trabajar, y en diez años la cifra llegará al 48% de la población y para el 2050 los retirados constituirán el 76,4% de los habitantes.

Y esto no es todo. El panorama del financiamiento luce aún más deprimente si se considera que el 56% de los trabajadores dependen del apoyo financiero de sus padres o de otras fuentes para cubrir sus gastos de vida, según el Ministerio de Trabajo de Japón. En otras palabras, “las personas con las que más cuenta Japón para financiar las crecientes responsabilidades de pensiones están siendo apoyadas por los mismos pagos que se supone deberían estar cubriendo. Y esto no es bueno”8.

En este contexto, y con la intención de poder hallar una solución de corto plazo para el problema del financiamiento de la clase pasiva, el primer ministro japonés, Naoto Kan, convocó en el mes de enero pasado a un debate multipartidario para tratar las reformas al sistema impositivo, incluyendo al delicado impuesto a las ventas, para financiar los costos de la seguridad social en una sociedad cada vez más envejecida.

El gobierno dijo en diciembre del año pasado en sus directrices impositivas para el 2011/12 que el impuesto a las ventas era importante para financiar los crecientes costos de seguridad social y que trabajaría con los partidos de la oposición para desarrollar una reforma exhaustiva para mediados del 2011, una referencia velada a un alza en los impuestos.

Hoy en día, la deuda pública japonesa constituye el doble de la producción económica y se cree que un alza en los impuestos a las ventas será esencial para hacer frente a los crecientes costos del envejecimiento de la población.

Según un borrador del presupuesto aprobado en diciembre de 2010, el gobierno de Japón planea gastar 28,7 billones de yenes (unos 351.200 millones de dólares) en seguridad social durante el año fiscal que comienza en abril, lo que representaría un 31,1% de los gastos totales, un alza desde el 29,5% fijado para el año fiscal en curso9.

Por lo tanto, sin lugar a dudas, la economía japonesa sigue siendo frágil y en el largo plazo dicha situación podría empeorar. Una vez más se remarca que uno de los puntos débiles del país asiático es el envejecimiento de la población, y a eso debe añadirse el problema cultural de que Japón siempre ha querido mantener su individualidad y se ha resistido a la inmigración.

JAPÓN DE CARA AL FUTURO

Es indudable que frente al panorama descripto, Japón tiene varios problemas que resolver, tanto en el plano económico como social. Sin embargo, y de manera independiente de las dificultades coyunturales descriptas en una de las secciones previas, uno de sus principales retos, al menos desde el punto de vista económico, es de carácter estructural y es que la expansión de ese país se basó en crecer “hacia afuera” (aumento de las exportaciones), pero poco “hacia adentro”. Su mercado interno se ensanchó poco y siguió teniendo una protección muy fuerte de la competencia extranjera, lo cual a la larga hizo caer la tasa de productividad laboral, el motor que hizo posible la impresionante expansión japonesa.

De acuerdo a dicha situación, se espera –o al menos se vislumbra como una necesidad para solucionar la debilidad de la demanda interna– que Japón eleve su tasa de productividad sin que sus compañías puedan exigir jornadas más intensas de trabajo con salarios bajos. Es decir, el país asiático deberá aumentar el consumo interno con cargo a una mayor productividad mediante una mayor apertura hacia el resto del mundo.

Sin embargo, no sólo debe plantearse la necesidad de incrementar el consumo, sino analizar si la economía está en condiciones de hacer frente a dicho aumento. Y considerando que un alza en la demanda efectiva interna debe ir acompañada de una expansión de la oferta, se vislumbra otra dificultad a la que deberá enfrentarse Japón en el corto plazo si su objetivo es desarrollarse “hacia adentro”, de manera complementaria al crecimiento derivado de la demanda externa. En este sentido, uno de los problemas clave es que la cantidad de inversión en los últimos veinte años se ha dirigido al sector de la manufactura, con un rezago del capital y del gasto de investigación y desarrollo en sectores nacionales, como el cuidado a la salud, tecnología de la información, ventas, entre otros. Este es un impedimento serio al crecimiento futuro a medida que Japón se vuelve una economía de consumo y de poco ahorro. Habrá menos fondos disponibles para la inversión justo cuando más se necesiten, sobre todo porque, para empezar, la economía japonesa no es un blanco fuerte de inversión extranjera.

Por otra parte, centrándose en la carga del déficit fiscal, existen vastos ejemplos de que este tipo de problemas no suele terminar bien, pero algunas curas, como medidas de austeridad, en caso que sean implementadas, podrían ayudar a contrarrestar la carga que la deuda masiva de Japón coloca sobre el crecimiento del PBI.

Desafortunadamente, el gobierno japonés está avanzando en la dirección opuesta a la austeridad, debido a que en los últimos años ha elegido apalancarse de manera incremental y “estimular” más a la economía, aunque en las cifras de actividad no se reflejen dichos estímulos.

Los altos impuestos corporativos, las políticas fiscales poco favorables, y la incertidumbre en torno a las políticas dañarán la confianza tanto de negocios como de consumidores, así como al gasto de inversión. Estas políticas también complican la entrada de empresarios a nuevos negocios, algo que limita las fuentes de empleo y los ingresos fiscales. Reformar las políticas fiscales para beneficiar al sector corporativo podría estimular el crecimiento futuro. No obstante, siguiendo con el círculo vicioso, el gobierno necesita en forma desesperada los ingresos, y es muy probable que frenar algunos impuestos agravaría la situación. No es fácil ver dónde podrá encontrar los medios políticos o la visión para los negocios para salir de esta encrucijada. Si no logra hacerlo, quizás Japón tendrá que seguir los pasos de muchos países europeos, y pedir con toda humildad ayuda a las instituciones internacionales para que lo rescaten.

En tanto, desde el punto de vista demográfico el panorama es aún más complicado. En el plano económico es necesario realizar reformas estructurales que dependen –en gran medida– de la voluntad de los políticos y los empresarios, las cuales, aunque costosas, son posibles de llevar adelante en el mediano plazo; pero el problema social tiene un componente mucho más difícil de modificar: el cultural.

La sociedad japonesa está envejeciendo, por lo que los costos de protección social cada vez representarán una tajada más grande del presupuesto si no se adoptan reformas.

Algo que reduce la débil flexibilidad fiscal japonesa y es bien conocida la reticencia de Japón a abrir sus fronteras a los inmigrantes y refugiados a pesar de su necesidad de trabajadores, por lo que el problema demográfico deberá ser resuelto “desde adentro”, ya que un cambio cultural es –casi– imposible.

En este escenario, el gobierno deberá implementar algún incentivo para que la población japonesa esté dispuesta a incrementar la tasa de natalidad, o, tal como expuso Immanuel Wallerstein, profesor de Sociología de la Universidad de Binghamton, “Japón tendrá que adecuarse a la realidad cultural fundamental del mundo moderno: todos los países están destinados a la mezcla cultural, y la inmigración es una necesidad económica para cualquier centro serio de acumulación de capital”.10

Mientras tanto, para la misma fuente, el ingreso per capita japonés era de 9.100 dólares en 1980, y en 2010 este ascendió a 42.000 dólares por habitante. En tanto, se espera que en 2015 el ingreso nipón sea de 49.000 dólares per capita. Por lo tanto, a pesar que China sobrepasó a Japón, la brecha de ingresos por habitante es abismal.

Si se trata de medir calidad de vida a través de un indicador de producto por habitante, se observa que en 2015, los chinos aún percibirán 2.200 dólares menos que lo que recibían los japoneses en 1980. ¿Se cerrará en algún momento la brecha? ◊

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Lic. en Economía (UBA), Posgrado en Economías Latinoamericanas (CEPAL, NU). Mg. en Economía Aplicada UCA. Economista CATALAXIA Consultores. Asesora de empresas, organismos públicos nacionales e internacionales. Docente de Microeconomía, Macroeconomía, Economía Internacional y Cuentas Nacionales en UBA, UCES, UP, USAL, UB. Columnista de Infobae, El Economista, Cronista Comercial, Reconciliando Mundos, Desarrollo Industrial.