Realidad y ficción, luz y oscuridad, teorías y pruebas… ya sea que nuestra exploración se realice en terrenos filosóficos o científicos, en ámbitos artísticos o religiosos, en todos lados nos toparemos con conjuntos dicotómicos y sistemas de elementos contrarios. Por ejemplo, la base sobre la que funciona todo sistema informático es la lógica binaria, cadenas de unos y ceros a las que queda reducido cualquier programa de computación sin importar su complejidad. Hasta deberíamos decir, si adoptáramos una mirada afín al cientificismo, que el mundo y el entero cosmos son el resultado de sistemas formados por opuestos, ya que las estructuras de los átomos se mantienen estables gracias a interacciones entre cargas positivas y negativas. La dinámica de atracción y rechazo que ocurre entre las partículas subatómicas resulta ser nada menos que un principio constructor, un sistema de opuestos como ladrillo fundamental del universo.

Amor y odio, alegría y tristeza, producción y descanso… para muchos, las parejas de contrarios constituyen el imprescindible soporte de la tensión de la vida. Aquí pareciera que nos asomáramos al dualismo de las tribus ancestrales que observaban los contrastes de los elementos y les rendían culto: luna y sol, matriz y falo, tierra y cielo; inmersos en la dialéctica binaria, enumeraríamos opuestos a granel: caos y orden, deseo y rechazo, drama y comedia, espíritu y cuerpo… y así hasta el aburrimiento infinito, además de la posible crítica del lector. Pero han pasado milenios, y el avance del conocimiento no nos ha librado –si es que alguna vez quisimos librarnos– de vivir en un mundo repleto de dicotomías. Nos resulta natural obtener provecho de sistemas y escenarios basados en la oposición y el contraste.

El problema con las polarizaciones es que pueden volverse brutales y destructivas, en particular aquellas que hemos alimentado como quistes instalados en nuestras culturas. Un posible ejemplo sea el del masculino-femenino, bella dualidad que, sin embargo, ha ocasionado no pocos problemas. ¿Dualidad? Será necesario realizar una consulta.

El Diccionario de la Real Academia Española dice sobre “dualidad”: “Existencia de dos caracteres o fenómenos distintos en una misma persona o en un mismo estado de cosas”. Interesante. Se trata de un concepto más sutil que “dicotomía” (división en dos partes). Al considerar a la humanidad como un conjunto, resulta obvio que ambos rasgos coexisten en ella, tanto lo femenino como lo masculino, dualidad que siempre resultó tan intensa para la apreciación humana que sus múltiples manifestaciones culturales han coloreado la historia de la civilización a través de todo el mundo. Vivimos atravesados por su presencia aun más allá de lo estrictamente sexual que, innegablemente, es uno de sus potentes rasgos.

Nuestro cerebro se divide en dos hemisferios: uno especializado en lo racional y otro inclinado hacia lo intuitivo y la creatividad. Resulta tentador –aunque simplista– asociar la lógica y la razón con lo masculino (hemisferio izquierdo), y la sensibilidad y las intuiciones con lo femenino (hemisferio derecho). Pero, ¿quién puede delinear los alcances precisos de “lo femenino” y de “lo masculino”? ¿Acaso son espacios completamente disociados? Ya es cosa del pasado eso de marcar límites absolutos donde no es posible certeza alguna. Lo cierto es que, como individuos y como raza, atesoramos en nosotros mismos un abanico de características y cualidades que enriquecen nuestras vidas y nos proyectan hacia un futuro luminoso. La interacción de nuestros rasgos combinables crea maravillas y gesta lo imprevisible, tal como la unión de los órganos sexuales engendra vida. Somos capaces de todo esto, siempre que evitemos aquellos enfrentamientos que no tengan ningún valor y busquemos la cooperación de los complementos. Ya basta de caer en las polarizaciones destructivas que traen devastación.

Solo me queda pedirle, estimado lector, que le conceda permiso a uno de mis (¿anticuados?) impulsos romántico-nostálgicos: si bien en esta edición de RM destacamos lo femenino despojado de toda identificación sexual, quiero honrar apasionadamente el modo en que lo femenino luce en la mujer, y felicitar a todas las mujeres que nos enriquecen con su variado y bello tesoro de virtudes.

Siempre fascinado, celebro el eterno femenino.