La música en general combina influencias y sonoridades de distintos sitios, momentos y culturas. Eso es en general y también lo es en este caso en particular. Este es un disco combinado y le queda justo ese adjetivo. Zumban sonidos del mundo, mezclados con influencias del jazz, del folklore y de todo lo que la artista escuchó en su casa desde que nació. Hay un primer plano en la voz y en las distintas formas de ligarla con la música.
La voz de Melina Moguilevsky a veces canta y otras veces suena como un instrumento musical. Hay una preponderancia, casi inevitable, de melodías de viento. ¿Hay algo más fuerte y genuino que lo que se aprende en la casa de uno cuando se es niño? Melina se crió entre personas, juguetes y también entre una batería inagotable de instrumentos de viento y melodías de su papá, Marcelo Moguilevsky,uno de los más grandes vientistas del país. Además estudió canto, piano y percusión; y composición con el querido y talentoso Edgardo Cardozo. De hecho, todas las canciones fueron compuestas en letra y música por ella. Son catorce y van de un matiz a otro.
Hay una intención y un empeño en el trabajo compositivo y productivo en donde la producción integral y los arreglos son puntos a destacar por la valoración y el cuidado. Hay un vaivén de instrumentos que fluyen entre tema y tema siempre acompañando la fineza de la voz cantante y de algún que otro coro a cargo de Tomás Fares y Martín Rur.
El arte de tapa y la gráfica en general no desentona ni se queda atrás. Buenas fotos, buenos materiales y, sobre todo, buenas intenciones y un muy buen trabajo. Moguilevsky no le teme a la búsqueda ni al movimiento. Va construyendo el camino de la identidad de sus canciones de manera minuciosa, con talento y entrega absoluta. Mudares el resultado de su tajante crecimiento como compositora, cantante y productora y es parte de ese camino fértil.
“Lo que me inspira tiene que ver con lo genuino y con el presente. Con qué es lo particular que cada persona tiene para decir, y con ver qué es lo que yo tengo para decir. Para eso, tengo que trabajar mucho como persona y como artista en estar presente, para poder conectarme con lo que quiero decir hoy, para que las palabras estén vivas cada vez que las canto, para que la voz esté viva también. No seguir con ninguna inercia, estar presente para que el canal expresivo esté vivo. Para no quedarme pegada o aferrada a ninguna versión anterior de mí misma. Lo que me inspira tiene que ver con el movimiento, con abismarse a lo desconocido, por dentro y por fuera. Ver qué hay más allá. Así, el decir se transforma, la música muta, los discos son diferentes y traen otras cosas. Aparecen otras cosas de uno a través del tiempo y los procesos, y lo que me inspira es dejar que la música se impregne de todo eso que es lo verdadero: componer desde ahí, con toda nuestra historia y con todo nuestro presente”.
Melina Moguilevsky.