La restauración de la pintura mural de Carlos Aragón en el Ministerio de Infraestructura y Servicios Públicos, a cargo de las restauradoras Lofeudo Rosana y Marina Laura Gury (La Plata, Argentina), es una ocasión admirable para reflexionar y revalorizar a este gran artista platense, cuya obra se despliega como un “rizoma deleuziano”, capaz de atravesar horizontalmente y luego superar las experiencias vanguardistas del siglo XX, capaz de oscilar magistralmente entre lo abstracto y lo figurativo (introduciendo igualmente con soltura el action painting), entre realismo y simbolismo, entre necesidades políticas y místicas; y con una mirada siempre asombrada, casi de antropólogo experimental, en cada fase de su arte, siempre ha sabido reivindicar (este es el caso del mural en cuestión), una madura capacidad estética para dar voz a la “territorialidad”: porque si es cierto que los hombres habitan un determinado territorio, también es cierto que el territorio habita a los hombres.

Por lo tanto, no es difícil reconocer cuánto la trayectoria estética de Carlos Aragón está llena de analogías con esa tendencia artística, definida por el crítico de arte italiano Achille Bonito Oliva como “Transvanguardia”: la elección de muchos artistas europeos que, a finales de los años setenta, abandonaron la ortodoxia de las vanguardias históricas y la impersonalidad objetivante del arte conceptual, recuperando el dibujo, la pintura, la citación, la territorialidad antropológica, la visión mística, en resumen, el redescubrimiento del Genius loci.

Todo en la pintura de Aragón es “relacional” (…)

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Nicola Feruglio y Claudia Aragón en el atelier de Carlos Aragón. Consolidación del acuerdo de amistad y cooperación cultural entre ambas instituciones.