Un peligro, una triste contradicción: ¿Podría la riqueza de la diversidad humana atentar contra la necesidad de unirnos en un proyecto global?
A través de la historia, la raza humana probó formas de organización social y distintas estructuras gubernamentales. Sin embargo, tales ensayos no han sido el reflejo de una metódica búsqueda de la mejor forma de gobierno, sino el resultado de acciones y reacciones –muchas veces violentas y dramáticas– comunes en el ámbito de las emociones humanas. Poder, sometimiento, justicia, hambre, libertad, odios, sueños, derechos, ambiciones… y todas las demás fuerzas en juego.
Hay quienes creen que la humanidad está progresando en la búsqueda de un orden social justo y conveniente para las personas; otros opinan exactamente lo contrario. Adicionalmente, las últimas décadas introdujeron nuevas variables, como el avance tecnológico y la globalización, que jaquean el orden conocido en el escenario mundial. Como sea, convivimos con la injusticia social, las inestabilidades políticas, las crisis financieras y los problemas globales relacionados con los recursos naturales.
Frente a este panorama, en la actualidad muchos sueñan con la construcción de un Gobierno mundial. ¿Es un proyecto viable y conveniente? Desde un ángulo teórico y simplista, el solo hecho de que el mundo se asemeje cada vez más a una sola aldea bulliciosa con problemas comunes lleva a pensar en la solución de un Gobierno único. Sin embargo, no se trata de un sueño sencillo de concretar. Entre otras cosas, las grandes diferencias en las idiosincrasias locales se interponen como una maciza dificultad natural. De hecho, recordaremos el fracaso del experimento realizado dentro de lo que conocíamos como la “Unión Soviética”: si bien hubo varios factores implicados, destacaremos que la buscada unificación falló, en parte, debido a la gran variedad de idiosincrasias presentes en el vasto ámbito geográfico que abarcaba aquella potencia.
Si el proyecto de un Gobierno mundial fuera necesario y viable, ¿qué clase de estructura política debería tener tal administración? En la opinión de la mayoría, las formas democráticas serían las más adecuadas. De nuevo, hay quienes entienden que la fuerza natural de las culturas regionales impediría la viabilidad de un único Gobierno central, pero que sería posible la globalización de la democracia junto al pleno respeto de los valores y costumbres locales. Otros van más allá y argumentan que dicho logro constituiría solo un primer paso hacia la concreción de una verdadera gobernanza global. Como sea, muchas voces se están reuniendo en torno a conceptos semejantes como respuesta al cambiante mundo actual. Por ejemplo, uno de los grupos que realiza convocatorias y mantiene un programa de actividades y difusión es “Democracia Global” (http://democraciaglobal.org.ar).
A través de un manifiesto, dicha organización sostiene que los fenómenos y problemas del mundo actual superan las fronteras nacionales y exceden la capacidad de respuesta de los Gobiernos individuales. A la vez, juzga como insuficientes –cuando no, ineficientes– los clásicos acuerdos celebrados a nivel internacional. Por lo tanto, Democracia Global pregona la creación de instituciones democráticas globales capaces de lidiar con cuestiones que afecten los intereses del planeta y de sus habitantes, estructuras que otorguen espacio para la voz a los ciudadanos del mundo.
¿Qué hay, entonces, de la diversidad exhibida por la población mundial? ¿Es un obstáculo? Por la experiencia humana, es bien sabido que los objetivos comunes se convierten en factores de unificación hasta en grupos muy heterogéneos. No caben dudas de que hoy la raza humana –con sus múltiples diferencias y facetas lingüísticas, históricas, raciales y culturales– se encuentra frente a grandes problemas comunes. En la medida en que reconozcamos la necesidad de compartir objetivos, en esa misma medida experimentaremos una unidad provechosa para la búsqueda de soluciones globales, aun en el marco del respeto por la diversidad que nos caracteriza según nuestros orígenes y circunstancias.
Y volvamos a citar la experiencia humana: difícilmente se modifique una estructura institucional sin mediar primero algún tipo de reclamo social. Según vemos, abundan hoy las protestas que exigen mejores estructuras de Gobierno, que plantean la necesidad de progresar hacia más pulidas formas de administración justa y equitativa. Habrá que ver si una civilizada ebullición social puede adquirir la fuerza y dirección suficientes para producir mejoras en los modelos políticos de este mundo globalizado. Habrá que verlo, habrá que hacer algo: seguir en busca de un mundo más justo y feliz. ◊