Los socios del Club conocen los pasos de Darío Jalfin, desde su disco debut hace ya nueve años con Le pondría una letra, hasta sus últimas aventuras en colaboración con Lucas Martí, en El hijo principal, que fuera Disco del Mes, y con María Ezquiaga, quien además de ser la cantante de Rosal es su pareja en la vida, y con quien editó Entre los dos el año pasado.
Aquellos que hayan ido siguiendo su trayectoria saben muy bien que se trata de un compositor con mucha imaginación. La mente muy abierta para crear melodías, siempre con ritmo zigzagueante, con armonías que sorprenden, el ingenio para la letra precisa, el buen gusto en los arreglos y la búsqueda de timbres novedosos. Un artista disconforme con lo que viene dado, que siempre necesitó probar cosas nuevas, experimentar, que manifestó desde el primer disco incomodidad con la canción cuadrada. Y además, se percibe en cada paso su buena base, una formación sólida que le permite moverse con soltura en distintos ámbitos musicales.
Pues bien, a todo eso, que ya estaba en él, suma ahora un par de novedades, llamésmole crecimiento, que hacen de este disco su, hasta el momento, obra cumbre como solista. Por un lado, una constante mejoría como cantante. Sería un lugar común algo confuso decir que “cada día canta mejor”… Pero realmente se escucha una seguridad y una soltura en la emisión que le permite ahora ser un gran intérprete de difíciles canciones (por lo transitadas) como La balsa, por ejemplo. Por el otro, una mayor sensibilidad que le permite eludir la búsqueda del humor todo el tiempo y concentrarse en temas como el dolor, la belleza, el paso del tiempo. Es decir, un crecimiento poético, que se escucha en las letras pero también inunda sus canciones. Esa maduración de la que hablábamos al comienzo.
Nada sobra en La ilusión. Curiosamente, en un disco de canciones, el tema que le da nombre es una bellísima página instrumental, que parte el álbum en dos, como un separador. Antes de eso, abre todo con la muy jalfiniana En danza, que parece jugar con la gráfica del disco. Quién da más (track 2) marca la colaboración de Lucio Mantel que pone su voz al servicio de una bella canción.
Y ese cariño es un momento muy alto, una melodía distinguida que hace mella en el alma desde la primera vez que se la escucha.
Vale también anotar las muy hermosas versiones, cambios rítmicos incluidos, de Dulce condena, donde nos estremece la voz de Loli Molina, y del clásico de Tanguito y Nebbia. Otro invitado de fuste es Fito Páez, cuya voz eleva y resalta la belleza de Tifón de realidad.
Hay que dedicar el último párrafo a la importancia de encontrar un sonido propio. Este sexteto casi sin guitarra (se suma como invitado atinado Patricio Carpossi solo en tres canciones) es un hallazgo. Por un lado, la base rítmica piano-bajo-batería, encarnada por Jalfin,Federico Fernández y Carto Brandán, y por el otro el trío de Juan Pablo Di Leone (flauta), Ramiro Flores (clarinete) y Paula Pomeraniec(cello), músicos que vienen acompañando a Darío desde su tercer disco. Todos súper talentos reconocidos.
¡A dedicarle todos los sentidos!