Miles de ciudadanos se congregaron frente al palacio presidencial, y en la “Zona Cero” de Manhattan para recibir un mensaje que, por cadena nacional, prometía ser un anuncio de vital importancia relativo a la seguridad nacional. Y no era para menos, minutos más tarde, y ante la mirada del mundo entero, Obama anunciaba la muerte del terrorista más buscado del mundo, lo que representaba, no sólo el debilitamiento de la red Al Qaeda, sino también el “logro” militar más importante de su gestión.
El hecho había tenido lugar una semana antes cuando, luego de meses de investigaciones para dar con la zona de residencia de Bin Laden, una acción militar ejecutada a bordo de varios helicópteros por el grupo de operaciones especiales “Navy Seals”, irrumpió en una vivienda ubicada en la localidad de Abottabad, al norte de Pakistan, y producto de un intercambio de disparos cayeron el líder terrorista y cuatro personas más que se encontraban en la casa: un hijo suyo, su mensajero y un hermano de este y una mujer que, según la Casa Blanca, era una de las esposas de Bin Laden. Los comunicados oficiales afirmaron que a partir de allí se realizaron los análisis correspondientes de adn para asegurar su identidad y una vez comprobada esta se procedió a tirar el cuerpo en el mar siguiendo las tradiciones islámicas. Los festejos que comenzaron una vez concluido el anuncio presidencial, se extendieron al día siguiente a lo largo de todo el territorio norteamericano tomando como principales puntos de congregación la Casa Blanca y la “Zona Cero” de Manhattan, lugar donde se emplazaban las Torres Gemelas, y desde el 2001 un ícono en la lucha contra el terrorismo. Pero las demostraciones de júbilo y felicidad no se acotaron a los ciudadanos americanos, los diarios del mundo entero comenzaron a difundir las felicitaciones a Estados Unidos de gran cantidad de países del planeta.
Presidentes y representantes de varias naciones se manifestaron a favor del hecho; es una “derrota histórica a la plaga del terrorismo”, afirmó el mandatario francés, Nicolás Sarkozy en su comunicado sobre la reciente muerte, sumándose así a las declaraciones del Primer Ministro británico, David Cameron, quien dijo que el hecho es un “gran paso adelante” en la lucha contra el terrorismo. Pero los mensajes y las cartas de orgullo y felicitaciones por la exitosa operación militar no fueron las únicas que invadieron los medios de comunicación, pensadores, periodistas e incluso algunos gobiernos, repudiaron la forma en que se llevaron adelante las acciones y condenaron
las muestras de celebración que se desataron luego de conocerse la desaparición del líder de Al Qaeda. El vicepresidente de Venezuela Elías Jaua mostró el disconformismo gubernamental al asegurar que en “el imperio ya no hay otra salida, la salida política, la salida diplomática quedaron atrás. Aquí lo único que impera es el asesinato”, y finalizó su fuerte crítica a Estados Unidos asegurando que “no deja de sorprender cómo se ha naturalizado el crimen y el asesinato, y cómo se celebra”.
La muerte de Osama Bin Laden ha provocado numerosas reacciones de diversa índole. En medio de las celebraciones y los gritos furiosos que proclamaron una venganza cumplida, surgieron algunas voces discordantes, incómodas, que incitan a una reflexión más profunda sobre el concepto de justicia y los valores occidentales. Y aquí es donde hay que poner principal atención, las actitudes sociales y políticas muestran que en lugar de actuar en nombre de la justicia, se llevó a cabo una venganza. Es innegable que el líder de Al Qaeda cometió innumerables crímenes e instrumentalizó la religión para causar dolor y muerte en todo el planeta. Sin dudas también que debía ser juzgado y condenado con todo el rigor de la ley y que aunque así fuere, nada recompondría los daños que causó. Pero el devenir de los hechos permite analizar algunos conceptos que no habría que perder de vista y que son necesarios para alcanzar un mundo mejor; no se alcanza la paz con violencia, no se puede levantar la bandera de los derechos humanos privando a la gente de un juicio justo, y sobre todo, es imposible defender la vida, a través de la muerte.