Si nos pusiéramos a hablar de factores comunes que nos unen, los habitantes de América Latina diríamos que la lista es bastante obvia y que casi no hace falta detallarla: historia, lenguas, creencias, comida, música, literatura, geografía, costumbres. Hasta agregaríamos que la enumeración es más extensa y que nos pone orgullosos.
Sin embargo, el cielo sigue oscuro, dicen algunos. Un análisis detenido de la problemática latinoamericana excede a esta página y a su autor, pero cabe decir que sus dificultades recurrentes abruman tan solo al constatar las estadísticas sobre alimento, vivienda, salud y educación. La brecha social y económica entre las clases ricas y las pobres parece volverse cada vez más ancha y profunda. Las drogas, el desempleo y el delito pasaron a tener una dimensión colosal, mientras se suman problemas de fondo y de largo alcance como el de la destrucción de los recursos naturales en manos de grupos económicos desmedidamente ambiciosos.
Hay quienes ven en estas desgracias una consecuencia natural de las relaciones generadas en la época colonial; otros afirman que, en general, América Latina no ha contado con políticos y gobernantes que asumieran su responsabilidad y desarrollaran gestiones transparentes y honestas. La corrupción, insisten algunos, se afianzó con tenacidad en el continente, como así también cierto estilo de administración feudal disfrazado de modernidad. Son muchos los que sostienen que la región no logra sobreponerse debido a sus dificultades para lograr la integración, la cual, a su vez, provendría de una falta de identidad “latinoamericana”.
Integración. Identidad. Vale la pena recordar que en la década de 1960 hubo un fenómeno en América Latina que generó muchos planteos acerca de la unidad y de la identidad. Ocurrió en el ámbito de la literatura y se conoció como el “boom latinoamericano”, o el auge de la nueva novela hispanoamericana. Escritores como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y otros introdujeron en la narrativa marcadas innovaciones técnicas y temáticas que fueron calurosamente bienvenidas por el público que empezó a leer y recomendar a tales autores. Los editores percibieron la situación y, en muy corto tiempo, la tendencia se convirtió en un fenómeno editorial sin precedentes en el mundo de las letras hispanas. Pronto, muchas de estas obras fueron traducidas a otros idiomas y así su difusión e influencia se extendió notablemente.
Aunque algunos opinan que se ha sobrestimado la importancia del boom latinoamericano, no puede ignorarse su significación y alcance. Aun hoy, los lectores que se acercan por primera vez a los textos más representativos del período suelen decir que sus historias (y la manera en que están narradas) les infunden inspiración y un modo distinto de mirar la realidad, extrañamiento de la mirada que aquellos escritores cultivaron. Cierto es que algunos de ellos compartieron un gran entusiasmo por las mismas ideas políticas y por lo que creían ver como esperanza para el futuro de América Latina. Sin embargo, la importancia del boom no reside en cuestiones políticas sino en el planteo sobre la identidad que, tanto secreta como abiertamente, surge de sus páginas: lo latinoamericano junto a lo universal.
Parece difícil imaginar que problemas tan diversos y profundos como los que se padecen en América Latina puedan pensarse desde las páginas de libros de ficción como Cien años de soledad, Rayuela, La ciudad y los perros, La muerte de Artemio Cruz, y otros. Más sencillo es considerar a estas obras solo desde un punto de vista literario. Pero es innegable que aquellos escritores habían dado inicio a una voz que aspiraba a ser nueva y completamente americana.
La pregunta es si hoy esta voz sobrevive solo en las páginas de aquellos notables libros, o si existe un terreno abundante en complejidades y aspiraciones humanas como para dar lugar a un nuevo boom, una explosión controlada, un fenómeno que conste no solo de buena narrativa sino también de proyectos, recursos y transparencia, que sea capaz de dejar a un costado las banderas políticas para poner atención en el bienestar común y en la solución de los problemas. Un fenómeno semejante iluminaría los cielos de la región durante mucho, mucho tiempo.