El caso de Yemen ilustra un desinterés general que resulta desproporcionado con respecto a las necesidades básicas de su gente en el terreno. ¿Cómo se ha llegado a esta circunstancia?
No son muchos los que saben lo desesperada que es la situación en Yemen, desde que estalló la última guerra, en marzo de 2015. El país, con un pasado cultural y tribal complejo, vive décadas de conflictos y transiciones políticas convulsas. La guerra actual, de carácter interna, también tiene una importante dimensión sectaria regional. La campaña militar liderada por Arabia Saudí y su Coalición de países del golfo Pérsico sigue bombardeando muchas regiones, zonas como Saada y la capital, Saná, continúan soportando ataques regulares.
Como siempre ha ocurrido en todas las guerras, quienes más sufren son los civiles. El embargo impuesto por la Coalición para limitar la importación de armas, ha tenido un efecto colateral devastador en todos los sectores del comercio y dificulta, enormemente, el abastecimiento de combustible y los alimentos básicos. Yemen depende, únicamente, de las mercancías importadas y apenas tiene industria o recursos naturales; la consecuencia es que la economía ha quedado paralizada y la actividad del mercado negro se ha disparado.
“La forma en la que se combate en Yemen está causando un enorme sufrimiento a la población, y muestra que ninguno de los bandos reconoce o respeta el estatuto que protege los hospitales y las instalaciones médicas”
A diferencia de lo que ocurre en Siria, con un acceso más fácil al Mediterráneo y una población con mayores medios económicos, no hay realmente un lugar al que los yemeníes puedan huir. En su frontera norte limitan con un país hostil que les bombardea, y sus otras opciones están al otro lado del estrecho de Adén: Somalia y Yibuti. Ambas alternativas son, por cuestiones de seguridad o económicas, extremadamente limitadas.
Por eso, 2,3 millones de desplazados están en movimiento dentro de Yemen, esperando, en condiciones de extrema precariedad, a que la inestabilidad disminuya para poder volver a sus hogares.
Viajan con sus niños y están dispersos en zonas remotas. Muchos se han visto obligados a huir varias veces de los campos de desplazados, que fueron objetivos también de los bombardeos.
El sistema de salud, ya de por sí frágil antes del conflicto, sufre una hemorragia constante agravada por la falta de combustible, de medicamentos y de equipamiento médico. Como resultado, su capacidad de dar un nivel mínimo de atención es muy escasa.
Este conflicto también se caracteriza por reiterados ataques contra los centros médicos. Según hemos podido documentar en Médicos Sin Fronteras, han tenido lugar bombardeos, disparos, uso de instalaciones médicas para colocar a francotiradores, ataques contra ambulancias y bloqueo de los suministros sanitarios en Taiz, Adén, Hajjah, Saná y Marib.
A finales de octubre, la Coalición bombardeó, hasta destruirlo por completo, un hospital apoyado por MSF, en Haydan. El 2 de diciembre, nuevamente, fuerzas de la Coalición alcanzaron una de nuestras clínicas móviles, causando nueve heridos, entre ellos dos de nuestros trabajadores.
MSF trabaja en las provincias yemeníes de Ad Dali, Adén, Saná, Saada, Amrán, Taiz, Ibb y Hajjah. Desde el inicio de la crisis (marzo de 2015) se atendieron a más de 20.000 heridos de guerra y se ha hecho llegar más de 790 toneladas de material médico
Estos ataques, brutalmente y totalmente inhumanos, ilegales, inaceptables y cometidos por todas las partes del conflicto, ponen en peligro la vida de pacientes y sanitarios, así como la posibilidad y el derecho de los civiles a recibir atención médica en tiempos de guerra.
A pesar de la gravedad de los hechos, muy pocos Gobiernos sitúan las necesidades humanitarias de Yemen, en un lugar destacado en sus prioridades de política exterior. Esto se debe, muy probablemente, a las alianzas políticas con la Coalición (que incluyen a Estados Unidos y Reino Unido), ya que prefiere que este conflicto sea poco conocido. Esta falta general de voluntad política se está traduciendo en una falta de respuesta humanitaria adecuada a corto plazo. Y sin la presión política necesaria, la ONU no se mueve. De hecho, está paralizada por sus propias reglas y mecanismos que, cuando no hay suficiente presión de los donantes, la vuelven totalmente incapaz en un contexto de gran inseguridad, independientemente del deterioro dramático de la situación en el país.
MSF gestiona 11 hospitales y centros médicos y presta apoyo a otras 18 estructuras de salud. El sistema yemení de salud apenas funciona, por lo que MSF proporciona amplios servicios médicos que no son solo de urgencias
Por desgracia, apenas hay voces que se alcen para hablar de las tristes condiciones de Yemen. La presión política para detener el embargo y el bombardeo de zonas civiles es, prácticamente, inexistente y el olvido al que está sometido este conflicto, proporciona cobertura a las violaciones de las leyes de la guerra y el marco legal que ampara la acción humanitaria.
Ni los brutales bombardeos, ni el uso peligroso de armamento pesado en zonas densamente pobladas, ni los desplazamientos masivos de población y sus necesidades humanitarias desesperadas, atraen la atención de la comunidad internacional. Lamentablemente, Yemen carece del atractivo mediático de otras crisis. La deriva gradual de la situación es muy grave: todo un país se tambalea al borde de un colapso total. La presencia de un puñado de organizaciones humanitarias puede retrasar la descomposición, pero no evitarla. Solamente cuando sus refugiados comiencen a embarcarse en rutas peligrosas hacia Europa, los líderes mundiales se sentarán a reflexionar y a cuestionarse por qué se abordan las consecuencias secundarias de este conflicto desconocido, en lugar de las más inmediatas, y por qué no han sido capaces de ayudar a los yemeníes a encontrar protección y refugio, dentro de su propio país.
* José Antonio Bastos, Presidente de Médicos Sin Fronteras.