Los castigos que han aplicado ciertos actores internacionales trascendentales han dado lugar a efectos no deseados. Tanto Estados Unidos como la Unión Europea pretendían distanciar a Rusia del resto del mundo, seguramente abogando al éxito que tuvo esta clase de tratamiento con la cuestión iraní. Sin embargo, lejos de lo deseado, se ha estimulado la creación de una coalición asiática.

En este contexto, es imposible evitar preguntarse ¿Esta alianza asiática puede dar origen a un nuevo bloque regional? En caso de ser así, ¿qué posibles repercusiones puede traer para el resto de los países? ¿Qué posición asumirán aquellos en caso de que se evidencie un cambio en la estructura de fuerzas dominantes?

EL REFERÉNDUM QUE INICIÓ TODO

Hacia mediados del mes de marzo, se llevó adelante un referéndum que consagró el deseo de la mayor parte de los crimeos de unirse a Rusia. Más del 97% de la población votó favorablemente para formalizar la separación de Ucrania, en un proceso que fue condenado por la comunidad internacional, al considerarse ilegal por la falta de observadores imparciales, el consentimiento del gobierno de Kiev y el respeto por la normativa pertinente mundialmente aceptada.

Ante este hecho controversial, las respuestas no tardaron en llegar. Más pronto que tarde, la Unión Europea sancionó a más de 20 personalidades –entre los cuales se hallaban rusos y ucranianos–, quienes fueron considerados como responsables directos de la situación de desequilibrio e inestabilidad política, financiera y geoestratégica en la región. Poco después, la reacción norteamericana no tardó en llegar. Esta se consagró en una arremetida contra siete funcionarios en particular, a quienes se les prohibió viajar y se les congeló sus activos.

Ante la inflexible posición del gigante ruso, la coalición anglosajona ha decidido apostar por más. Es sabido que se está trabajando para ampliar las reprimendas, extendiendo los efectos a las esferas de lo político, económico, comercial y diplomático. La reciente expulsión de Moscú del G8, sumado al rechazo y condena expresados por la mayor parte de la comunidad internacional, son muestras de la seriedad de las circunstancias. Y, sin lugar a dudas, están dando lugar a un punto de inflexión.

Sin perjuicio de lo anterior, puede afirmarse que este escenario no representa necesariamente un futuro trunco y condenado para los rusos. En efecto, varios expertos han afirmado que las sanciones impuestas contra Rusia provocarán un inexorable acercamiento con China. Decididamente, puede inferirse que esta situación no puede ser beneficiosa para Occidente

La estrategia occidental de castigo ha provocado un revés en las intenciones de actores internacionales de relevancia, como Estados Unidos y la Unión Europea. Lejos de minimizar y distanciar a Rusia del resto del mundo, han estimulado la creación de una efectiva alianza.

¿ACERCAMIENTO HACIA UN BLOQUE REGIONAL?

El mayor peligro para la coalición anglosajona podría ser la consumación de una nueva configuración del orden mundial. En efecto, desde hace algunos años que Beijing y Moscú han profundizado sus vínculos políticos, comerciales y militares, al tiempo de mostrar una aproximación común hacia las crisis internacionales recientes, que resalta por su pragmatismo y realismo.

Se espera que la codificación de estas prácticas –que vienen percibiéndose desde hace más de dos décadas– puedan ofrecer los pilares necesarios para cristalizar el reequilibrio de fuerzas y poder en el mundo.

El inicio de un enfoque más favorable hacia la zona asiática puede tener como origen la cumbre celebrada hacia el año 1989, entre Mijail Gorbachov y Deng Xiaoping. En el mencionado encuentro –que se sitúa en pleno proceso de contracción de la presencia global soviética- se establece la normalización de las relaciones entre ambas naciones, luego de cuatro décadas de efectivo distanciamiento.

Pero –quizás– uno de los puntos de inflexión más relevantes en la relación entre ambos gigantes fue cuando Putin asumió la conducción del país por primera vez. A partir de entonces, es posible constatar que Moscú ha incentivado el intercambio constante en varias esferas –política, económica, financiera, geoestratégica, ideológica y cultural- como una forma de expandir su gravitación internacional e impulsar sus intereses.

La primera visita del mandatario a Pekín tuvo lugar hacia mediados del 2000, y buscó estimular el desarrollo de las relaciones sino-rusas en diferentes campos. Gracias a esta reunión, representantes de ambas naciones incentivaron la cooperación en el escenario internacional de Asia y el mundo, al tiempo que comenzaba una nueva etapa de la política exterior rusa: la del privilegio asiático.

Tal como señala Michael Mandelbaum (2002) desde hace más de una década que China desempeña un papel trascendental para la política rusa. Desde hacía un tiempo era evidente que Rusia necesitaba de una política exterior más diversificada, que no se limitara a las meras buenas relaciones con Estados Unidos y Europa, sino que también cultivara buenos lazos con otras naciones –fundamentalmente relevantes en el ámbito geopolítico- , tales como China, India, Japón y otros países del Cercano y Medio Oriente.

A esta historia de colaboración y asistencia mutua, se le suma la política de aislamiento contra la Federación Rusa, que es el puntapié inicial que la arroja a los brazos de China. Según el diario alemán Der Spiegel, ambas naciones se preparan para firmar un nuevo acuerdo de cooperación político y militar, el cual daría la “plataforma necesaria para generar un reequilibrio de fuerzas a nivel mundial.

Por otro lado, el “Renmin Ribao” o “Diario del Pueblo” (periódico oficial, publicado por el Comité Central del Partido Comunista) dedicó un editorial completo a la cuestión de Crimea. En el mismo, afirmó que sobre “Ucrania se cernía el espíritu de la Guerra Fría”, razón por la cual “el acercamiento estratégico entre China y Rusia se convierte en un ancla de estabilidad global”.

Un nuevo bloque regional que incluya a dos de las naciones más importantes del sistema internacional ciertamente puede inclinar la balanza. Sin lugar a dudas, una combinación del poder económico chino con el petróleo y ejército ruso representarían una amenaza a la estructura mundial tradicionalmente occidental. Es indubitable que tanto EEUU como la UE subestimaron la capacidad y determinación rusas, y no consideraron lo suficiente la solidez de su vinculo con China.

Existe un actor internacional que está sufriendo directamente las consecuencias de la crisis: la Organización de Naciones Unidas. Está comenzando a extenderse la idea de que el poder e influencia de la ONU en el mundo se encuentra debilitado, y –consecuentemente- posee menos relevancia. Además, el hecho de que Rusia tenga poder de veto en las negociaciones del Consejo de Seguridad genera mayor inestabilidad y una considerable pérdida de legitimidad. Al carecer el orden internacional de un ente que ejerza una relativa regulación y control, existen quienes sostienen que se está volviendo a un Sistema de Equilibrio de Poder, tal como el que existió durante el Siglo XIX.

Sin embargo, es clave recordar que las amenazas no sólo existen para Occidente o ciertas instituciones. China y Rusia también podrían sufrir graves consecuencias producto de su acercamiento. En efecto, -y considerando la actual gravitación anglosajona dominante en el orden geopolítico mundial- las dos naciones comparten el temor de verse asediadas a nivel financiero y comercial, como parte de una política de reprimenda.

China podría sufrir los aspectos más negativos por su posición un tanto neutral. La abstención del país en la votación sobre la resolución propuesta en el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas –que condenaba el referendo crimeo– ha sido interpretada por occidente como un apoyo total al accionar ruso, corriendo de esta manera el peligro de ser aislada del resto del mundo. Este sería un escenario que China no está en condiciones de afrontar, aun contando con el auxilio ruso.

Si las sanciones se vuelven más rígidas e inflexibles, esto podría obligar a la administración rusa a redirigir importaciones y exportaciones, inversiones y mercados potenciales, e incrementar de esta forma los lazos con otras naciones. Los expertos sostienen que el intercambio comercial, energético y financiero podría dirigirse hacia el bloque de los BRICs, aunque todavía es pronto para sacar conclusiones tangibles al respecto.

Por otro lado, existe otra consecuencia que Rusia podría no haber previsto. El despliegue militar que se ha extendido sobre la república autónoma de Crimea podría desestabilizar otras áreas de especial interés. Específicamente, me refiero a áreas como Chechenia o Tartaristán, en donde la paz está asegurada fundamentalmente por la considerable presencia militar. Al haberse movilizado a estas tropas ¿qué garantiza la concordia, el orden y armonía en regiones tan inestables?

REFLEXIONES FINALES

La más notable consecuencia de la secesión crimea es el quiebre en las relaciones entre Estados Unidos y Rusia. Puede inferirse que se está ante el comienzo de un periodo de confrontación entre ambas potencias, caracterizado por la resistencia rusa ante las presiones norteamericanas y la inflexibilidad y dureza estadounidense.

Ante las circunstancias, resulta relevante destacar que –si bien históricamente Rusia se ha inclinado por una política más vaporosa– en la actualidad podría estar cambiando su área de influencia.

Es momento que el gigante polar se percate de que más de dos tercios de su territorio se encuentran en el continente asiático, y del relevante papel que países como China han adquirido en el escenario financiero y comercial global. Tal como señala Halford J. Mackinder en una reconocida conferencia (El pivote geográfico de la historia) Rusia debería considerar la sino-cooperación como un pilar fundamental de su agenda internacional.

Es esencial que ambas potencias asiáticas intensifiquen su relación, que promuevan la cooperación en campos estratégicos –tales como el comercio, hidrocarburos, energía eléctrica y nuclear, fuerzas armadas, entre otros– en una situación de igualdad y confianza, como elementos indispensables para una retroalimentación bilateral. ◊