TRANSICIONES EN LA COMUNICACIÓN SOCIAL

Nos hallamos sumergidos en una transformación que no terminamos de comprender.

1960

Imaginemos una taberna de otros tiempos. Supongamos que los lugareños no disponen allí de medios como la radio y la televisión (mucho menos, desde luego, de teléfonos celulares y dispositivos móviles). Hasta quitémosles los periódicos. En semejante contexto, es probable que los asistentes se impliquen en charlas, discusiones y debates sobre diferentes preocupaciones e intereses comunes; en más de una oportunidad prestarán atención a un vecino que llegue apresurado con alguna noticia reciente. Consciente o inconscientemente, allí todos reconocen que la satisfacción de ciertas necesidades individuales dependerá, en gran medida, de la interacción que logren con el resto, de su nivel de adaptación al grupo. Interdependencia.

Visualicemos ahora la enorme sala de una gran biblioteca. Cada persona se encuentra profundamente concentrada en el material de lectura o de estudio que ha buscado para sí; el silencio se impone, la actividad se desarrolla en la mayor soledad. Individualismo.

Desde luego, estos ejemplos son intencionalmente estereotipados: solo marcan un contraste para ilustrar la comunicación en nuestros tiempos, un vaivén entre la integración y la soledad. ¿Cuánto han influido en la conducta social los medios de comunicación inventados en los siglos XX y XXI? El tema es demasiado amplio y lleno de debates, así que quedará abierto a futuras reflexiones a medida que las variables en juego sigan evolucionando. De hecho, nos encontramos inmersos en una transformación tal que podríamos sentirnos como pequeños escarabajos que caminan por los surcos de las Líneas de Nazca sin comprender por dónde van.

Citemos las ideas de algunos pensadores cuyas hipótesis de anticipación parecen haberse cumplido hasta cierto punto a medida que transcurrió el siglo XX y lo que va del XXI. En la década de 1930, Walter Benjamin decía, entre otras cosas, que la influencia de las innovaciones técnicas sobre las condiciones de producción de contenidos y de su consumo estaba borrando las fronteras entre emisores y receptores. Sin duda, se ha verificado el fenómeno en la prensa escrita, en la radio, en la televisión y en Internet: el público receptor se ha implicado cada vez más en contribuir a la producción del contenido emitido. Cartas de lectores, llamadas telefónicas puestas en el aire, entrevistas, tribunas de opinión, publicaciones en redes sociales difundidas por varios medios al instante, y otras tantas instancias parecidas han vuelto muy difusa la diferencia entre emisores y receptores, han modificado el flujo de la comunicación en la sociedad. Algo de la taberna, algo de la antigua aldea encontró nuevos canales de expresión.

En la década de 1960, Marshall McLuhan sostenía ideas atrevidas como, por ejemplo, que los cambios de formato y de recursos técnicos en la producción de contenidos afectan los procesos mentales de los autores. Afirmaba que los nuevos medios surgidos de la tecnología derribarían los muros de las aulas docentes y favorecerían la palabra inclusiva y participativa en la sociedad. Si algunos de sus conceptos ya parecían válidos en la época del dominio de la radio y la televisión, mucho más parecen corroborarse ahora, en la era de las nuevas tecnologías. Se ha multiplicado la participación de la sociedad gracias a los diversos medios de comunicación disponibles, lo que ha permitido la inclusión de todo tipo de voces en el debate cotidiano. Además, los jóvenes (y las personas en general) se informan y se capacitan de modos que exceden el ámbito del aula. Aunque seguimos necesitando la soledad y la concentración típicas de las bibliotecas clásicas, en los últimos años nos venimos rencontrando con el dinamismo de la aldea, con su modalidad grupal y colaborativa.

Desde luego, todo proceso de transformación incluye dificultades y desafíos. Por ejemplo, es un hecho que las generaciones más jóvenes aplican su atención de manera diferente: tienden a distribuir la concentración en múltiples medios simultáneamente, habilidad útil en nuestros tiempos que, no obstante, suele pagarse con una menor capacidad de concentración profunda. Muchas veces, su comunicación verbal con el entorno suele ser pobre. ¿Cómo pueden tenderse mejores puentes de comunicación entre adultos y jóvenes junto a la interacción con los medios más modernos? Al mismo tiempo, ¿cómo podrá la educación institucional dar un giro que la adapte de modo más provechoso al paradigma de las nuevas tecnologías? Se trata de un debate tan abierto como necesario.