Llego al restaurante. La vieja fonda que ocupaba esta locación ocultaba con gruesas capas de abandono la nobleza de los materiales originales. La modernización realizada por los nuevos dueños sacó a la luz, por ejemplo, las virtudes de la puerta que acabo de trasponer: se luce el maduro esplendor de la madera cepillada que se rencuentra con la luz del sol para deslumbrarnos.

Ahora, a mi derecha y sobre la pared de viejos ladrillos al descubierto, veo la gran pizarra con las cuatro opciones de los platos del día: Wok de pollo, Arroz con calamares, Tacos de cerdo con ensalada de palta, Asado al horno con papas. Asia, Europa y América reunidos en una pared de restaurante. Un grupo de cuatro ya está lidiando con pastas, tacos y asado.

Milanesas con papas fritas para una joven pareja más allá. A mi derecha, cierta mujer con aspecto de emprendedora independiente se dedica a su ensalada y a su celular mientras que, a mi izquierda, dos hombres mayores reciben dos idénticos platos de arroz con calamares. Me imagino algo como una reunión de continentes sobre los manteles. En el centro del salón han juntado tres mesas y ocho sillas, un vino todavía sin descorchar y un pequeño cartel con la palabra “Reservado”.

Tomo asiento; desde lejos, el mozo me hace un leve gesto para que no me inquiete. Dado que ellos se ganaron mi confianza con su cocina, decidí pedir el wok aunque no lo haya visto servido en ninguna mesa. De pronto, entra un chico apurado con unos periódicos bajo el brazo.

Solo distingo que en el mostrador le dicen “más temprano” con tono de reproche. El joven se va liviano y, de inmediato, el responsable del local distribuye el cargamento de noticias entre las mesas.

Recibo un ejemplar del diario considerado como el medio más opositor del actual gobierno. Sé que prestan este periódico a los comensales, ya lo noté otras veces, pero hoy me recuerda que aquí solían exhibir un retrato enmarcado con rostros de importantes funcionarios oficialistas. Busco y enseguida encuentro, en una pared diferente, el cuadro en cuestión. Paso las páginas del diario con interés.

Empieza a llegar la gente de la mesa reservada mientras voy saboreando mi wok de pollo, pero no puedo apartar la vista de una nota publicada en el periódico sobre las enfermedades autoinmunes: “Por causas aún desconocidas, hay ocasiones en que el sistema inmunológico deja de reconocer a un tejido u órgano (o a varios), y organiza un ataque contra células del propio organismo”.

Me entero de que ciertos tipos de anemias, diabetes, tiroiditis y artritis responden a esta curiosa y nociva reacción del cuerpo. Hasta la esclerosis múltiple parece deberse a mecanismos autoinmunes; se considera que el estrés crónico aumenta la susceptibilidad a esta clase de enfermedades. Empiezo a distraerme con la charla y las risas de la mesa grande, donde solo queda un lugar sin ocupar. Dos mujeres y cinco hombres que se comportan como compañeros de trabajo ordenan sus platos, ríen y discuten.

Enseguida asoma un debate sobre política, tan común hoy en esta Argentina atravesada por las elecciones presidenciales. Observo que no comparten todos la misma opinión; escucho argumentos de apoyo y de crítica referidos tanto a la política oficialista como a los candidatos opositores; también, algunos esfuerzos por consensuar.

Llega la comensal faltante: una joven de hermosa tez negra que saluda con beso entusiasta a cada uno. Todos se levantan y hacen un brindis, se abrazan y saludan. Empiezan a comer y siguen charlando.

Y de pronto, sin aviso, me invade uno de esos estados interiores en los que el universo parece detenerse y todo se ve lejano: las personas, el lugar, mi plato, la decoración de las paredes, el artículo del periódico. Y pienso: ¡muy triste y trágico sería dejar que una sociedad se autofagocitara debido a un maldito mal autoinmune! ¡Cuánto mejor es abrazar la diversidad y la disensión constructiva! En mi limitada capacidad, lo veo representado ahora aquí en este microcosmos parecido a un pequeño y modesto aleph borgiano de la convivencia. Algo semejante quiero para mi país, algo así para todo el mundo. Y conservo mi humilde esperanza porque veo voluntades en acción.