Luminoso y oscuro por partes iguales, con sangre de rock y también mucho cerebro, son nueve temas arrolladores que transforman a Mini Buda en una experiencia muy intensa.
Varias virtudes hacen de Mini Buda un disco sorprendente: la mezcla de estilos, la voz áspera de Nico Sorin, la poética (en inglés, eso sí), el groove, el carisma del grupo y hasta el diseño.
No es difícil encuadrar al grupo y a su segundo disco en la cultura rock, por decir una antigüedad, pero la propuesta es bastante atípica: como un combo que combina hard rock con tecnopop y un costado jazzero. La mezcla es hipnotizante y, aún en las baladas (que las hay), hay una densidad presente en la voz de Sorin que seduce a la vez que por momentos nos pone en estado de alerta.
Las rimas y los juegos de palabras en muchas ocasiones se comprenden fácilmente más allá de la barrera idiomática. Recordemos que Sorin, también autor de Cosmopolitan, experiencia anterior a Octafonic, vivió un buen tiempo en los Estados Unidos, por lo que su inglés fluye naturalmente, tanto para escribir como para cantar.
Integrado por notables instrumentistas de distintas extracciones, con un especial cuidado por la puesta en escena (vestuario, luces y movimientos están bien pautados y ensamblados), parte del encanto de la banda viene también por el costado de lo que se ve. Tampoco es casual: Sorin es de familia de cine, y él mismo compuso música para films, obteniendo premios por esa especialidad. Vale la pena prestarle atención al video del tema de difusión. Un trabajo integral, un disco que permite varias escuchas diferentes y que hace volar la imaginación. Un grupo que sigue consolidando un sonido único.