En K’arallanta, su primer disco, despliega canciones andinas y latinoamericanas que la acompañan desde sus inicios como cantora y que la convierten en una artista con mucho para dar.
Milena Salamanca es joven, sí. Pero al escucharla da la sensación de que todo en ella está crecido y maduro. Pareciera que tiene años y años de trayectoria y en eso algo tienen que ver su historia, sus raíces, su cultura, e indudablemente, su enorme talento. Se nota su aprendizaje constante y su niñez entre músicos y altiplano. La madurez de su voz y de su impronta revelan recorrido.
Hay un lazo familiar, cultural e intrínseco que la une a la cultura norteña. Las vacaciones en casa de su abuela paterna en Jujuy sellaron su identidad. De padre jujeño y madre bonaerense fue más fuerte la atracción con la cultura del Altiplano. Su padre y gran maestro, Luis Salamanca (del Grupo Los Duendes de Salamanca) fundó en La Plata, ciudad en la que viven, la peña que lleva su apellido y que convoca a innumerables folcloristas del país. Ahí nació y creció Milena, rodeada de artistas y de estímulos. Primero se acercó a la danza y más tarde vino la música.
Si bien su amor por la raíz andina es declarado, el álbum también reúne clásicos del folklore latinoamericano como Run Run se fue pal norte, de Violeta Parra o El Surco, de Chabuca Granda, entre otros. Arranca con la canción que le da nombre al disco: K’arallanta es una canción anónima popular boliviana inspirada en una flor que lleva el mismo nombre y que crece en lo alto de la quebrada de Bolivia y Perú en donde no hay vegetación. La particularidad es que se mantiene vital y fuerte.
Apasionada y aferrada a la certidumbre de quien ama y siente lo que hace, Milena Salamanca es un acierto y un descubrimiento fecundo. Tiene potencia y es una artista sólida que empieza su camino discográfico con este maravilloso primer gran paso. Ábranse a esta conquista.