Un análisis de la política exterior de la Administración Mujica va a resultar provisorio e incompleto por dos razones básicas. En primer lugar, a pocos meses de gestión, cualquier estudio definitivo sería prematuro. En segundo lugar, las características particulares del nuevo mandatario, y en parte las de su entorno, complican la tarea de extraer patrones generales. Consecuentemente, no se hará aquí un repaso de los primeros meses de la política exterior de Mujica. Sí se establecerá un marco comparativo de cambios y continuidades con respecto a la Administración Vázquez que facilite el análisis, echando mano a lo que ha sucedido en el corto período de gobierno, aunque con cautela y escepticismo. Entonces, ¿qué se puede esperar de la Administración Mujica en el plano internacional? El punto de partida, y el corte más grande a establecer, giraen torno a las continuidades. Aquellos que, por temor o esperanza, auguraban cambios drásticos en un gobierno dirigido por una agrupación política que tiene sus raíces en el radicalismo guerrillero de los sesenta, no van a ver sus expectativas cumplidas. La Administración Mujica no se va a posicionar en el “bloque ALBA” –si es que existe tal cosa- ni va a agitar románticas banderas de oposición a los países ricos, desgastadas hace ya mucho tiempo. Esta postura no es viable tanto por las características de la ciudadanía y el sistema político uruguayo, así como por el talante político del presidente de la República que está marcado por unfuerte pragmatismo. En este sentido, en lo que podría definirse como la gran estrategia de política exterior, las continuidades van a primar.
Sin embargo, sería equivocado pensar que no se van a ver cambios durante los próximos años, aunque sean principalmente de grado. Quizás la mayor diferencia con el gobierno anterior estará en un renovado impulso del regionalismo y el latinoamericanismo. Esta es una postura que Mujica ha sostenido por mucho tiempo, y que la coalición de gobierno parece apoyar. El período de gobierno del doctor Tabaré Vázquez se cerró en medio de un fuerte conflicto con Argentina y un consciente aleja- miento del Mercosur. Tres meses después de asumir la presidencia, Mujica ha redoblado los esfuerzos para recomponer el vínculo con Buenos Aires, a la vez que la ha buscado posicionarse firmemente detrás del Brasil de Lula. Este escenario, que parece comprobarse día a día, debe ser tomado con precaución por la nebulosidad que im- pone la prontitud del análisis y por dos rasgos preocupantes que podrían aparecer en la política exterior del gobierno uruguayo: el pragmatismo exacerbado y la excesiva personalización de la política. Como toda herramienta política, el pragmatismo funciona si se lo utiliza con moderación. Hasta el momento, tanto en la política exterior como en la política interna, el presidente no se, ha atado a ningún dogma en la toma de decisiones. Lamentablemente, lo que no ha logrado Mujica es obtener resultados. Perpetuar y profundizar este enfoque, a la vez que el mismo no parece dar frutos, corre el riesgo de terminar en una política exterior errante e inefectiva. Por otro lado, la dificultad para delegar y “dejar hacer” que demuestra el presidente es un peligro para su gobierno y para su salud (la carga de trabajo lo dejó en cama por varios días a mediados de mayo). Pelear todas las batallas como si fueran propias –algo que puede no verse mal mientras dura la luna de miel con la ciudadanía– asegura que eventualmente la imagen del presidente se vea desgastada.
Hasta el momento, y temporalmente, esto es lo que se puede decir de la política exterior de la Administración Mujica. El tiempo dirá si el novel presidente uruguayo logra establecer una línea clara que promueva eficientemente el interés nacional de los uruguayos.