En su pensamiento y en su capacidad de trabajo se vio reflejada y representada toda una generación de argentinos: aquella que irrumpió en la vida nacional en los años 40 y alcanzó su plenitud en la segunda mitad del siglo XX. Fue por iniciativa de Muñiz que en abril de 1963 se creó la carrera diplomática, concentrada hasta hoy en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN). Y en junio del 78, Muñiz fundaba el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI), que presidió.
CAPÍTULO III- FELIPE ESPIL
Me tocó suceder a Felipe Espil en dos sus más importantes Embajadas. Inmediatamente después que él cesó en su cargo en Río de Janeiro y mucho tiempo más tarde en Washington donde representó a nuestro país, desde Secretario a Embajador durante 22 años.
Esto me permitió, junto con la experiencia de su amistad que mantuve hasta el momento de su muerte, tener vivencias directas y diarias sobre su gestión.
Casi treinta años habían transcurrido desde que terminó su misión en Estados Unidos y, todavía, su presencia se sentía con una persistencia elocuente.
Espil fue el modelo más acabado del diplomático. Tenía el oficio metido dentro del cuerpo, se movía, gesticulaba, se callaba con sabiduría natural.
El tiempo fue un accidente que no lo rozó porque vivió en una entrega permanente a su vocación. Cuando se recuerde su labor no pueden dejar de mencionarse sus informes políticos que, aunque constituyen trabajos de rutina de todo Jefe de Misión, fueron, en este caso, testimonios notables de su enjundia y de su sensibilidad para captar las raíces de los problemas más complejos.
El Embajador no solo debe tener la capacidad de observar y transmitir sus observaciones sino que, además, como expresé antes, debe estar en condiciones de contribuir con sus sugerencias a la formulación de la política internacional de su país.
Todo esto se daba en grado sumo en Felipe Espil. Su formación jurídica que lo llevó a merecer su incorporación a la Academia Nacional de Derecho y a recibir tres veces el grado de Doctor, por serlo en la Universidad de Buenos Aires, de Brown y de Ruttgers, en los Estados Unidos de América, según recuerda Juan Silva Riestra, se volcó en importantes obras, como su tesis sobre “El recurso extraordinario del Artículo 14 de la Ley 48 y el Artículo 6 de la Ley 4055”, y muchas otras colaboraciones aparecidas en revistas especializadas.
No fue solo el campo del derecho motivo de sus inquietudes. Sus trabajos históricos, entre ellos el referido a las crónicas diplomáticas de John Murray Forbes, importan un esfuerzo de investigación y de traducción de documentos, verdaderamente valiosos para la bibliografía sobre las relaciones entre nuestro país y los Estados Unidos.
Sus conocimientos, productos de nutridas lecturas, unidos a las experiencias de su vida, le permitieron sugerir apreciaciones acertadas en el campo de la política internacional.
Resulta de interés su trabajo sobre “Competencia internacional de armamentos”, donde comenta, entre otros asuntos, la Conferencia Naval de 1921, y se refiere al intercambio de correspondencia con Honorio Pueyrredón, entonces Ministro de Relaciones Exteriores y Tomás Le Bretón, quienes reflejan las preocupaciones por el creciente armamentismo del Brasil y la política incongruente de los Estados Unidos, que predicaba el pacifismo y enseñaba a guerrear.
En “Profecías de un iconoclasta” se introduce en el proceso angustiante del mundo comunista y analiza las opiniones de Andrei Amalrik, joven historiador y autor teatral, cuya vida constituye uno de los ejemplos más impresionantes de libertad espiritual frente a las persecuciones y castigos que debió sufrir.
No puedo dejar de mencionar el trabajo “Política exterior en la Edad Nuclear”, que analiza, entre otros temas, el sentido de la ideología marxista para la unión soviética y la “estrategia de interdependencia” como una de las consecuencias de la convivencia pacífica.
Estudia, también, la desaparición del monopolio nuclear de Estados Unidos, el fracaso para crear un organismo internacional de control de las armas atómicas y los Tratados de proscripción parcial y de no proliferación de armas nucleares.
El gobierno soviético, dice, “nunca ha de ser fácil compañía, el pueblo americano debe acostumbrarse a esta idea, no como una causa para desesperar sino como un hecho real que tenemos que confrontar objetivamente y valientemente”.
Este trabajo constituye una lección de realismo político y un ejemplo de actualización y serenidad intelectual. Condiciones esenciales, por otra parte, para comprender el complejo mundo de nuestros días.
Espil era de una clásica elegancia en el fondo y en la forma.
Su figura apuesta, sin afectación, le concedía un privilegio poco común en el vasto mundo de personajes políticos y de figuras sociales que le tocó frecuentar.
A veces el detalle revela al hombre completo. Es curioso, casi diría sorprendentemente, que al final de su carrera conservara intacto el don precioso de sentir la vida en toda su dimensión.
La anécdota, aparentemente trivial, sirve para confirmarlo.
Era costumbre, en Río de Janeiro, proclamar todos los años las diez personas más destacadas del país en diferentes aspectos. Los cronistas sociales que allí ejercen, como en Estados Unidos, una importantes función, que coronan y destronan a los reyes de la política, que ayudan a construir imperior financieros y pueden conducir sutilmente a la bancarrota, que consagran estrellas, que forjan reputaciones y las más de las veces las destruyen impiedosamente, eligieron al Embajador Argentino, que entonces ya había cumplido setenta años, como el hombre más elegante del Brasil.
Sobre esa misma época dice Ralph G. Martin, el biógrafo de la Duquesa de Windsor: “Espil era un especie de hombre del Renacimiento y tenía una amplia gama de habilidades e intereses” (…) En este comentario que podría parecer, apenas, una crónica mundana, se refleja un aspecto que me interesa destacar: la seriedad y responsabilidad del joven Secretario respecto a la tarea que debía cumplir: su vocación por el estudio, su inquietud por estar informado sobre lo que ocurría en los ambientes políticos y del gobierno, su sentido de la disciplina, que fue una de las características más notables de su personalidad.
Conviene hacer aquí una reflexión. Es muy común, que la mayoría de la gente juzgue a quienes ejercen una actividad importante, por las apariencias de su función, dando más trascendencia a los aspectos fácilmente atractivos e ignorando el fondo mismo de las cosas. Comprendo que, en algunas ocasiones, pueden existir motivos que provoquen esa confusión. Pero es necesario señalar que, sea en la diplomacia, sea en la función de gobierno o, en la actividad académica, nada se logra sin un esfuerzo continuado, sin un intenso sacrificio y sin amor (…)
PALABRA FINALES
Con estas semblanzas de tres grandes diplomáticos de los últimos años, que muchos de nosotros tuvimos el privilegio de conocer, he procurad mostrar el modelo de una profesión y revelar, recordando algunos momentos de sus vidas ricas, la calidad esencial que los caracterizó: su rígido sentido del deber por sobre todas las cosas, su vocación auténtica, su honda pasión argentina.
Este fue su ejemplo. Como en el Evangelio, todo se salva con amor. Para poder lograr algo importante es necesario entregarse, querer lo que se tiene entre manos, volcarse al servicio de nobles ideales.
El país ha tenido, el país tiene grandes reservas. Debemos robustecer nuestra confianza, pensar con sentido positivo, dejar de lado las críticas fáciles y, sobre todo, tener la convicción de que podemos lograr en el futuro lo que fuimos capaces de realizar en el pasado.