Virtudes en acción el mundo necesita emprendedores

La capacidad de emprender puede marcar la diferencia entre una puerta cerrada y una abierta.

1186

Los que manejan el capital y los que trabajan para ellos, la vieja sociedad de clases, la humani­dad dividida. ¿Existe la posibilidad de un mundo diferente? ¿Modelos de economías solidarias que realmente puedan aplicarse, recursos que se compartan, proyectos ejecutados en colaboración donde todos trabajen y se beneficien? Ahora que “vivimos conectados”… ¿no nos encontramos más cerca de ese ideal? Muchos em­prendimientos actuales se apoyan en esta clase de principios, y por todas partes encontramos entusiastas que hablan del tema con gran optimismo. Confieso que dicho panorama me alienta, pero sé que todavía estamos algo lejos de la meta. Al menos, parte de la sociedad mundial –digámoslo así– se encuentra en marcha y dan­do los primeros pasos hacia lo que podría ser un mundo mejor.

La desigual distribución de opor­tunidades aún gobierna. De todos mo­dos, debemos reconocer que, frente a las mismas condiciones e idéntico acceso a recursos, dos personas diferentes pueden llegar a producir resultados muy distintos. Y que la diferencia, a veces, se debe a la capa­cidad de emprender. Por eso debemos agradecer que existan quienes sobre­salen justo ahí porque, aun dentro del capitalismo más salvaje, ¿a cuántos salva y beneficia la intrepidez y cons­tancia de un emprendedor que le da empleo a cierto número de personas?

Seamos honestos y reconozca­mos que quizás alguna vez nos sal­varon, reconocimiento que no desme­rece nuestro propio esfuerzo por salir adelante. A muchos de nosotros nos han tocado épocas en las que parecía que solo restaba salir a cazar pajari­tos y ver si todavía quedaba algo de polenta en la alacena. La imagen se nos hacía muy vívida: llegaríamos a casa con tres o cuatro gorriones –po­brecitos– y frenaríamos a nuestros pequeños retoños que, al abalanzarse sobre ellos, les advertiríamos: “¡Espe­ren! ¡Hay que sacarles las plumas!”.

En épocas así, ¿cuántos de nosotros hemos agradecido la acción de un em­prendedor que sostuvo su proyecto y nos dio trabajo (gracias J.O.I.)?

Y si tuvimos también la oportuni­dad y voluntad de estar del otro lado, no hará falta que nos expliquen lo difí­cil que puede llegar a ser. Si te encuen­tras entre las empresarias resueltas, los hombres decididos, las amas de casa dinámicas, los negociadores atrevidos, los productores pacientes y constantes… sabes perfectamente que desde el momento en que conci­bes una idea hasta que la desarrollas y consolidas, te cruzarás con muchos problemas y condiciones cambiantes por el camino. A veces te enfrentas a la sensación del trapecista, la de es­tar a muchos metros del suelo dan­do vueltas en el aire y sin red que te contenga abajo, esa adrenalina que te recuerda cuánto puedes perder si realizas un movimiento en falso. No existen sábados ni domingos en los que dejes de pensar o de trabajar en tu proyecto. Sigues hacia tu objetivo.

Sin embargo, tal vez seas de los que prefieren arriesgar menos. Re­flexionas en lo del trapecista y casi di­ces en voz baja (aunque solo lo pien­sas) que necesitas la seguridad del trabajo en relación de dependencia. Pero no te gusta enunciarlo así, no te gusta nada, porque lo sientes muy cercano a la cobardía. “No, no… no es tan simple cuando tienes una fami­lia”, dices, “porque debes pensar en el bienestar de tu esposa –o esposo– y de tus hijos. Y como te enorgullece cuidarlos, sabes que buscarás la más segura de las opciones a tu alcance para mantenerlos protegidos”. Vale –como diría una amiga española– porque, según la opinión de algunos sociólogos, la mayor independencia de las personas y la menguante incli­nación a formar familias estables son algunos factores que contribuyen a que hoy más gente se anime a em­prender proyectos asumiendo ries­gos personales. Tendencias, épocas, esquemas clásicos y esquemas alter­nativos, o vaivenes de la historia de la humanidad que, como péndulo, suele moverse entre los extremos.

Como sea, todos nos beneficia­remos de reflexionar en las virtudes y peripecias del buen emprendedor. ¿Por qué? Porque la mayoría de es­tas se relacionan con nuestro vivir diario, y porque todos necesitamos mejorar en algo. Así que, si eres de aquellos que empiezan a leer las re­vistas desde la última página, te invi­tamos a que explores este número y, como siempre, extraigas tus propias conclusiones.