No obstante, debemos tener presente una obra anterior en la materia, escrita por Amitai Etzioni en 1975, titulada “A Comparative Analysis of Complex Organizations”, en la cual se hizo referencia a que “el poder puede caracterizarse según los medios empleados para lograr que el sujeto obedezca…, dichos medios pueden ser el físico, el material o el simbólico…, de ellos resultan el poder coercitivo, el poder remunerativo y el poder normativo”1.
Para este autor, el poder coercitivo se basa en provocar dolor físico o psicológico, mientras que el poder remunerativo guarda relación con brindar satisfacción material. Por su parte, el poder normativo se apoya en la capacidad de (a) motivar mediante la fuerza de las ideas y (b) lograr obediencia a través de normas con las cuales los individuos desean identificarse2.
Un tercer autor, contemporáneo de ambos, llamado David Lampton, acuñó la idea de “ideational power” a partir del concepto de poder normativo de Etzioni. Esta nueva noción se expresa, según Lampton, en la creación y la diseminación de conocimiento e ideas que generan adhesión. Esta suerte de “poder de las ideas” va más allá del “poder normativo” de Etzioni, dado que contempla elementos tales como el liderazgo, los recursos intelectuales, la innovación y la cultura3.
En toda organización humana (lo cual incluye un Estado), la autoridad procura alcanzar sus objetivos mediante una combinación de los distintos tipos de poder. No obstante, cabe destacar que el empleo del poder coercitivo genera el efecto no deseado de alienar a quienes son objeto del ejercicio de dicho poder. Por su parte, esta alienación lleva a que el poder normativo resulte menos efectivo. En otro orden, aquellas organizaciones que se apoyan principalmente en el poder remunerativo restan validez a las normas vigentes.
En el caso específico de China, resulta notoria la evolución desde un empleo prioritario del poder coercitivo y normativo “revolucionario” en la era de Mao, hacia un uso gradualmente creciente de los poderes remunerativos y de las ideas en las eras de Deng Xiaoping, Jiang Zemin y Hu Jintao. Asimismo, cabe destacar que la utilización de los poderes remunerativos y de las ideas por parte de China no solo tiene lugar en el ámbito interno, sino también en el ámbito exterior.
Por razones de espacio, el análisis que sigue a continuación se concentrará en el empleo que hace China del poder de las ideas, específicamente en el ámbito exterior. De los diversos componentes de este tipo de poder, se considerará la cultura, que constituye la principal fortaleza que posee todo país para ganar mentes y corazones.
Una de las características que destaca a la sociedad china, tanto en la antigüedad como en la modernidad, es la búsqueda individual de la superación material e intelectual. Este rasgo ocupa un lugar primordial en el acervo cultural de China que a su vez es particularmente atractivo en el exterior. Dicha atracción, en algunos casos, genera admiración y simpatía, reacciones que pueden estimular la afinidad con “lo chino” e incluso adhesión. En los últimos treinta años, hemos sido testigos del despegue económico de la República Popular China, circunstancia que ha traído aparejados de la pobreza de 300 millones de personas y la colocación del país en el segundo puesto mundial en función del tamaño de su economía. Este logro, independientemente de los múltiples desafíos que aún restan afrontar, constituye una evidencia de que el pueblo chino ha podido superarse.
En muchos países la ciudadanía desea conocer cuáles han sido las claves del éxito de China, y se encuentra la respuesta en los pilares de la cultura tradicional. Particularmente, el confucianismo (que en otra épocas fue visto como la causa del retraso de la nación), al promover la centralidad de la educación, el respeto a la autoridad, la conducta disciplinada, la ética ciudadana, la devoción por la familia, la búsqueda de la armonía social, etc., se presenta como el ícono que proveyó las herramientas para acceder al progreso.
Para China, país decidido a ser miembro activo del sistema internacional, la difusión de su cultura puede contribuir tanto a compartir los componentes de su civilización como a contar con un medio que le dispense simpatía, adhesión y colaboración. Una muestra de la relevancia que la República Popular le otorga a ejercitar con eficacia los instrumentos propios del poder de las ideas viene dada por los conceptos vertidos por el rector de la Universidad de Asuntos Extranjeros (perteneciente a la Cancillería china), Wu Jianmin:
“Es necesario aprender cómo comunicarse con el exterior… Hemos establecido un curso sobre ‘intercambios’ porque China es débil en ese aspecto. Esta disciplina es nueva en el campo de la política internacional… El mencionado curso se basará en estudio de casos concretos y talleres con simulaciones… Motivaremos a los estudiantes a desarrollar sus capacidades en expresión oral y escrita, diálogo intercultural, manejo de relaciones con los medios… En síntesis cultivaremos sus habilidades en comunicación”4.
Ante este panorama, surge el interrogante sobre si el creciente poder de las ideas que ostenta China tendrá éxito en el afianzamiento de una imagen internacional favorable. Aunque quede un trecho para que la República Popular exhiba el prestigio y la influencia que poseen los EE.UU. y Europa Occidental, la carrera por ganar mentes y corazones está en marcha. Una fórmula para triunfar consistiría en que, dado que en el mundo florece una mayor conciencia ciudadana, China sume a la difusión de su cultura milenaria una mayor vigencia del Estado de derecho puertas adentro. De esa manera, la superación que ha alcanzando el pueblo chino en el ámbito económico se verá complementada por el logro de potestades jurídicas, lo cual será admirado por todos.