“El problema es real, el problema tiene solución”, dijo uno de los asistentes a la rúbrica del Acuerdo de París en la reunión celebrada el 22/4/2016 en Nueva York. La declaración se estaba comentando en una entrevista que un mes más tarde escuché transmitida por la CNN en Español.
Pero, ¿qué es el Acuerdo de París y cuál reunión hubo en Nueva York para tratarlo? El antecedente de esta iniciativa se remonta a un encuentro en diciembre de 2015, en la capital francesa, donde se alcanzó un acuerdo global en la reunión conocida como la Cumbre del Clima. El pacto, notable ahora por el récord de países firmantes, quedó bautizado como el “Acuerdo de París”; propone abordar de una manera flexible pero ambiciosa la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Cabe aclarar que “el efecto invernadero”, fenómeno ecológicamente natural, es en realidad esencial para que no se congele la superficie del planeta. El problema es la intensificación de dicho efecto, con el consecuente aumento de la temperatura global y el daño que esto le ocasiona a nuestro ecosistema. De los gases arrojados por la revolución industrial, parece que el dióxido de carbono (CO2) es el más notable en afectar el equilibrio de la atmósfera.
“Un enorme avance sería lograr que los procesos industriales en todo el mundo se alimentaran de energía eléctrica limpia”, siguió comentando el entrevistado en la cadena CNN en Español. Qué bonita ilusión, pensé. “Los compromisos asumidos van orientando los esfuerzos globales hacia un mejor resultado. El problema es real, el problema tiene solución”. ¿Hay esfuerzos globales?, seguí pensando. Sí, sé que los hay, y sé que creo en las soluciones, en que hay muchas voluntades predispuestas a poner en práctica las medidas necesarias. Pero también en que todo esto no avanza por una simple inercia natural. Los planes concretos de solución son y serán siempre el resultado de mucha persistencia en denunciar los problemas, de crear un estado de conciencia global sobre lo que enfrentamos.
Y mientras busco más información sobre cuestiones de medio ambiente, me cruzo con esta impresionante imagen: una tortuga de mar, adulta, luce una suerte de cintura de bailarina (con su duro caparazón igualmente moldeado) debido a que en algún momento de su vida joven quedó atrapada en un aro plástico arrojado al mar.
Entonces navego por páginas aún más espantosas sobre lo extendida que se encuentra la contaminación con plástico. No, no… freno. Pienso: “este tema del plástico merece otro artículo”, y sigo con la intensificación del efecto invernadero y las reuniones cumbre.
El Acuerdo de París provocó una importante adhesión internacional que compensó el relativo fracaso del segundo período del Protocolo de Kioto (protocolo que rige hasta 2020 y al que no se habían adherido países como Estados Unidos, Rusia y Canadá). Ahora se espera lograr mayor control sobre las actividades que provocan emisión de dióxido de carbono. Verifico en varias páginas un dato concreto sobre el CO2: “En la actualidad su concentración ya superó las 400 ppmv (partes por millón volumen) y el máximo histórico sigue subiendo año tras año, producto de la acción antropogénica: quema de combustibles fósiles y materia orgánica en general, y procesos industriales como la fabricación de cemento” (consultado el 24/6/16 en http://cambioclimaticoglobal.com/dioxido).
No sería sensato que los líderes mundiales ignoraran semejante invasión al equilibrio de nuestra atmósfera.
Pero, desde nuestra óptica individual, ¿podríamos desdeñar estas amenazas a la ecología? “El ser humano es demasiado pequeño como para que pueda dañar al planeta”, escuché decir el otro día en una conversación. Sí, mi reacción fue de rechazo, pero luego reconocí que hay algo de cierto en tal modo de pensar: cualquier evento natural importante a nivel planetario o cósmico tendría un orden de magnitud muy superior a la intervención humana. En comparación, todas nuestras acciones antrópicas alteran “solo” el nivel superficial del planeta, incluidas las diferentes capas de su atmósfera. Es decir, no estamos destruyendo al planeta… estamos destruyendo “solo”nuestro hábitat. ¿Podría esta diferencia hacernos sentir ahora más tranquilos?
Por favor: sigamos creando conciencia sobre los problemas ecológicos. Es verdad que mientras tanto existen necesidades sociales apremiantes, pero la atención de tales urgencias no impide seguir difundiendo y reclamando una cultura de protección de nuestro medio ambiente.