El actual conflicto somalí involucra a clanes enfrentados entre sí; es una guerra civil intra e interclánica, en la que siempre se producen alianzas y rupturas, cambios de bando y traiciones delineando luchas que tienen como objetivo el controlar diferentes áreas del territorio, fuentes de agua o recursos, tierras, aeropuertos, etc., según los casos y ocasiones y en las que no juega un rol menor las ambiciones del jefe de turno. La homogeneidad étnica del territorio somalí fue sin duda un factor fundamental en la consecución de la independencia en 1960. Sin embargo, a la hora de integrar territorialmente la República de Somalia, sólo formaron parte de ella los territorios de la Somalia italiana y británica, excluyendo las demás regiones, es decir, la región del Ogadén –por el pacto de 1956 entre Gran Bretaña y Etiopía–, la Quinta Provincia de la Kenia Colony considerada por Gran Bretaña como parte inalienable del territorio de Kenia, y Djibuti que siguió bajo administración francesa hasta 1977.

En 1991, la caída de Siad Barré (en el poder desde 1969), sumía al país en un profundo proceso de desintegración estatal. El país quedó dividido en un sinfín de territorios en los que diferentes warlords gobernaban a su antojo mientras intentaban hacerse con el control total del Estado. En esta frenética búsqueda del poder, dos de las principales facciones armadas –pertenecientes a escisiones del United Somalian Congress (USC) lideradas por Mahamed Farah Aydeed y Alí Mahdí Mohamed- iniciaron una desesperada carrera hacia Mogadishu que culminó con la división de la capital en dos zonas de influencia: el Norte bajo el mando Mohamed y el Sur bajo Aydeed.

Entre noviembre y marzo de 1991/2, el enfrentamiento entre ambos dejó como saldo una terrible catástrofe humanitaria: la ciudad reducida a escombros casi sin electricidad ni agua potable, miles de personas sin hogar, 14.000 muertos, más de 200.000 refugiados, otros tantos desplazados internos y miles de mutilados, parapléjicos y hemiplégicos2.

El hambre, realidad presente en el país desde la sequía de 1989-90, se agudizó hasta límites impensados, que cientos de somalíes trataban de paliar mascando qat.

Mogadishu presentaba los rasgos de una ciudad caótica con hombres armados en cada esquina, en la que las organizaciones humanitarias y su personal comenzaron a ser blancos preferenciales de los ataques armados ya que la ayuda que portaban era confiscada para fines políticos y económicos.

Al mismo tiempo que las primeras imágenes de la catástrofe humanitaria aparecían en los medios de prensa internacionales, el tema comenzó a tratarse en las Naciones Unidas. Luego de varias reuniones entre los contendientes se logró obtener un cese del fuego; la resolución 751 del Consejo de Seguridad endosó los acuerdos creando la ONUSOM con la función de monitorear el cese de fuego y asegurar la entrega y distribución de la ayuda humanitaria y la protección al personal humanitario y de las Naciones Unidas. Pero ningún avance se evidenció. Pese a los innumerables esfuerzos del PMA, la Cruz Roja Internacional, el ACNUR y UNICEF, los diferentes grupos armados continuaron cometiendo todo tipo de atrocidades para con la población civil y siguieron manipulando la ayuda humanitaria a pesar de la presencia de la misión.

Boutros Ghali –entonces Secretario General de la ONU– aceptó el ofrecimiento de EEUU para encabezar una fuerza liderada por los norteamericanos que desplegara “todos los medios necesarios a fin de establecer cuanto antes un ambiente seguro para las operaciones de socorro humanitario en Somalia”, tal como fue avalado por la resolución 794 del Consejo de Seguridad. La Operación “Restore Hope” (Devolver la Esperanza) se llevó a cabo mediante la United Task Force (UNITAF) conformada por 24.000 soldados norteamericanos a los que después se sumaron otros 13.000 provenientes de otros Estados. Desembarcó en Somalia el 9 de diciembre de 1992 en medio de un enorme show mediático y dos días después del desembarco, Aydeed y Ali Mahdi se daban la mano frente a las cámaras de la CNN. Pero la pacificación sólo existía en las mentes cinematográficas de quienes seguían el conflicto por televisión. La resolución 814 del Consejo de Seguridad, creó la ONUSOM II, que terminó reemplazando la UNITAF.

Desplegada bajo el cap. VII de la Carta, el mandato de la ONUSOM II incluía expresamente el desarme de las facciones somalíes, el monitoreo del cese del fuego, la protección del personal humanitario y de las Naciones Unidas, la asistencia a los refugiados y la asistencia al pueblo somalí para la reconstrucción política, económica y social del país (Nation building).

La misión de a poco fue tergiversando su mandato. De buscar el desarme, la reconciliación nacional y la solución a la terrible situación humanitaria, la OMUSOM pasó a la persecución de una de las facciones que se disputaban la capital – la de Aydeed – que fue sindicada como la responsable de obstruir la acción internacional y la implementación de la democracia. Con esto, la misión abandonó la neutralidad y transformó a las Naciones Unidas en una facción más del conflicto.

Con la retirada de la mayoría de las tropas de la ONUSOM II bajaron los niveles de tensión y también se acabaron las fuentes de financiación de los señores de la guerra. Esto no significa que terminaran las disputas territoriales; muy por el contrario la guerra civil se instaló como modus vivendi con sus picos de violencia y sus períodos de cierta tranquilidad y el país continuó desangrándose en cruentas disputas entre las diferentes facciones somalíes frente a la pasividad internacional. Por último, EEUU, luego del 11S, empezó considerar a Somalia como un Estado terrorista, que merecía la atención norteamericana. En vez de optar por una ofensiva directa como la que adoptó en Afganistán, prefirió la vía de ayudar a sus países vecinos y colocar una fuerza pequeña antiterrorista en Djibuti. Los ataques realizados contra objetivos israelíes en Kenia hicieron colocar la mirada otra vez en el país a la vez que poco tiempo después quedó al descubierto que Al Qaeda operaba en Mogadishu.

Luego de trece intentos fallidos de conferencias de paz desde 1991, por iniciativa del presidente de Djibuti se reunió a principios de mayo de 2000, una Conferencia de Paz en Arta cuyos representantes fueron seleccionados siguiendo como criterio el basamento clánico somalí. Después de meses de negociaciones se acordó la formación de un Gobierno Nacional de Transición (GNT). Sin embargo, éste no logró imponerse más que en ciertos puntos del país con lo que no dejó de ser tan sólo una facción más del conflicto. La corrupción le enajenó la confianza nacional e internacional.

Bajo el patrocinio de la IGAD, trató de continuarse el proceso de paz a través de la Conferencia por la Reconciliación Nacional de Somalia, que se reunió en Eldoret, Kenia. El objetivo era intentar reestablecer el orden a través de la adopción de una nueva carta constitucional y la elección de un gobierno que fuera reconocido. Luego de múltiples sabotajes, portazos y dilaciones la conferencia dio como resultado la sanción de una Carta Federal de Transición y la elección de un nuevo presidente –Abdulahi Yussuf– y un nuevo parlamento, que comenzó sus sesiones en el exilio. Uno de los primeros actos del gobierno fue solicitar a la Unión Africana el envío de una fuerza de paz de entre 15.000 y 20.000 soldados, en tanto en el país existían 55.000 hombres armados, 500 vehículos técnicos y dos millones de armas ligeras3.

La noticia de la intervención de la UA provocó inmediatas manifestaciones en contra en Mogadishu encabezadas por los tribunales islámicos, jeques y milicias leales a éstos. Desde hacía ya tiempo se habían instalado en Mogadishu varios tribunales islámicos que aprovechando el vacío de poder habían impuesto el orden sobre la base de brindar servicios sociales básicos a la población y de imponer la ley sharia como método para frenar los abusos y asegurar cierto nivel de justicia. Luego de cierto tiempo habían coordinado sus esfuerzos formando la Unión de los Tribunales Islámicos (UTI).

A partir de enero de 2006, habían comenzado los enfrentamientos entre los Tribunales Islámicos y un grupo de señores de la guerra que bajo el auspicio y patrocinio norteamericano se habían agrupado en la Alianza para la Restauración de la paz y contra el terrorismo. Estos feroces enfrentamientos –los más sangrientos desde la década del ´90– se hicieron cada vez más intensos y costaron miles de víctimas civiles que quedaron atrapadas entre ambos bandos. Finalmente en junio los Tribunales Islámicos tomaron toda la capital, expulsaron a la Alianza, y colocaron la ciudad bajo un clima de calma y seguridad, a la vez que lograban bajar el nivel de enfrentamiento clánico en la capital. Rápidamente, extendieron su influencia a las regiones de Shabelle Central, Hiran y ciertas zonas de Galgudud y Mudug; también se adueñaron de la importante ciudad portuaria de Kismaayo. La influencia del GFT quedó reducida a Baidoa y sus alrededores a la vez que varios de sus ministros desertaron para pasarse a los tribunales islámicos y su relación con los principales clanes se deterioraban cada vez más.

La expansión de los Tribunales islámicos representó en Somalia el cambio de rumbo político más importante desde la caída de Barré debido al grado de unidad territorial que logró. Su carácter islámico y sobre todo el ala dura que poseía preocupó enormemente a EEUU que colocó a la UTI dentro del eje del mal y decidió involucrarse aun más directamente en la situación somalí. Hacia finales del 2006 en el centro- sur de Somalia podía evidenciarse como esquema de fuerzas: GFT+ Etiopía+ Alianza por la Restauración de la Paz y la Lucha contra el terrorismo (con el apoyo norteamericano) vs. la UTI + Eritrea, en medio de los cuales pululaban señores de la guerra, lideres clánicos, grupos armados menores, delincuentes comunes y todo tipo de advenedizos que aprovechaban la situación.

En diciembre del 2006, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas votó la resolución 1725 por la que se autorizaba el despliegue de una misión de paz de la IGAD/Unión Africana (AMISOM).

Sin embargo, no tuvo posibilidades de cumplir ninguna función porque Etiopía invadió el territorio para sustentar al GFT. Con apoyo terrestre y aéreo etíope y la ayuda de certeros bombardeos norteamericanos –que supuestamente atacaban blancos de Al Qaeda– el GFT pudo vencer a los Tribunales Islámicos, hacerlos retroceder en la mayoría de sus posiciones y colocar un pie en Mogadishu por primera vez desde que fuera investido en el 2005.

La seguridad y la relativa calma que habían impuesto los Tribunales Islámicos se perdieron. Recrudecieron los enfrentamientos, resurgieron los grupos armados, volvieron los bloqueos de caminos, las exacciones y los saqueos; en Mogadishu se produjeron violentas manifestaciones de repudio a la presencia de las tropas etíopes.

Estas se involucraron en fuertes combates contra grupos armados que no siempre pertenecían a milicias islámicas y que provocaron además la huida de casi el 60% de la población de la capital. Las tropas etíopes abandonaron el país recién en el 2009. Por otra parte, la aparición de las milicias Al Shalabb que han tomado Mogadishu jaqueando nuevamente al gobierno, reedita una nueva versión de los Tribunales Islámicos que el actual presidente trata de hacer frente infructuosamente con los recursos de la AMISOM. La historia de la desintegración somalí se escribe todavía mientras ya van casi veinte años de guerra civil continua.

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Profesora de Historia. Presidente de la Asociación para las Naciones Unidas de la República Argentina (ANU-AR). Docente de la Universidad de Palermo y Universidad del Salvador. Docente invitada del Centro Argentino de Entrenamiento Conjunto de Tropas de Paz (CAECOPAZ) y de la maestría de Relaciones Internacionales de la Universidad de la República (Uruguay). Miembro el Instituto de Investigación en Ciencias Sociales (IDICSO). Ha publicado numerosos artículos académicos referidos a conflictos armados africanos en revistas especializadas.