Ya en su cuarto año, la guerra en Siria ha matado a más de 150.000 personas y ha obligado a abandonar sus hogares a más de 9 millones de personas: 2,8 millones han salido del país y 6,5 se hallan desplazadas dentro de Siria.

Los números son apabullantes, pero todavía es difícil dar una idea de la escala humana del conflicto. Como una explosión, cuya onda expansiva va hacia fuera desde el punto de impacto, o como una enfermedad que se extiende desde el punto de infección, el alcance y el coste de la guerra siria es visible en muchos sitios a la vez. Día tras día, determina sin compasión la vida de los sirios dentro de Siria, en los países colindantes e incluso más allá, en un arco de países de Oriente Próximo. Sin luz al final del túnel, parece que todo continuará igual.

Para aquellos para los que la guerra está presente cada día, los momentos de normalidad son raros: un desayuno familiar, un partido de fútbol, un descanso a la hora del té. Son solo breves escapadas antes de que continúe la búsqueda de la seguridad, de un techo, de atención médica o simplemente de un momento de reposo. Médicos Sin Fronteras (MSF) ve muchos de estos aspectos desde el prisma de las necesidades médicas y ha estado trabajando con sirios dentro y fuera del país desde que la guerra estalló, realizando centenares de miles de consultas médicas, llevando a cabo miles de cirugías y atendiendo miles de partos.

Dicho esto, como muchas otras organizaciones, MSF ha tenido problemas para explicar las dimensiones de la crisis, porque la visión parcial de cualquier grupo de gente en un lugar determinado tan solo puede ser eso, parcial. Por tanto, a finales de 2013, enviamos el mismo día equipos a Irak, Líbano y Jordania para documentar el trabajo que hacemos con los sirios y ver la situación a través de los ojos del personal que intenta, de forma desesperada, brindar asistencia a la población. El objetivo era hacer la crónica de un día en la vida de este conflicto brutal y recoger imágenes e historias que contribuyeran a una comprensión más profunda del coste de esta guerra.

“Cuando hablamos de Siria falta el factor humano, porque siempre hablamos de cifras”, dice la presidenta internacional de MSF, Joanne Liu, quien añade: “Siempre decimos que una de cada tres personas en Siria se halla desplazada. O que hay 2,8 millones de refugiados fuera del país. Pero para el ciudadano común, ¿qué significa esto? Nadie entiende que, a diario, los niños no pueden ir a la escuela a no ser que los padres quieran arriesgarse a que les caiga encima un barril cargado de explosivos. Los niños en los campos de refugiados no tienen un techo que les permita pasar el invierno. Una mujer no puede dar a luz en un lugar seguro. Un niño contrae una enfermedad fácilmente prevenible”.

En Siria y más allá, los retos son múltiples y las necesidades, inmensas. “Lo que intentamos hacer es tratar a los pacientes a los que podemos llegar en los países colindantes y dentro del país”, explica Liu. “La otra cosa que podemos hacer, como organización, es llamar la atención sobre lo que está ocurriendo”. Los equipos de MSF en el terreno son en todo momento conscientes de que se puede hacer mucho más: hay muchas necesidades sin atender y hay muchos pasos que podrían dar las partes en conflicto y sus aliados, así como las organizaciones humanitarias, para permitir que más ayuda humanitaria llegue a los que lo necesitan más. Este proyecto forma parte del esfuerzo por compartir y mostrar lo que está pasando en Siria y a los sirios en los países vecinos cada día.

EL CONFLICTO QUE SE PROPAGA

MSF empezó a trabajar en Siria poco después de que la guerra se iniciara, primero apoyando centros médicos con donaciones de medicamentos y suministros, y después estableciendo centros independientes en zonas en las que pudo hacerlo. Desde el principio, MSF ha intentado sin éxito conseguir permiso de Damasco para trabajar en Siria, por lo que los equipos han instalado proyectos en las zonas controladas por la oposición, principalmente en las zonas fronterizas norteñas.

La dureza de los combates y el derrumbamiento del previamente aceptable sistema de salud sirio han hecho que las necesidades sean enormes, pero hallar un espacio para trabajar ha sido un reto desde el principio, ya que tanto los hospitales como los trabajadores sanitarios han sido atacados con frecuencia. Pese a ello, MSF ha gestionado hospitales de campaña y centros médicos a lo largo del norte de Siria desde junio de 2012 en los momentos y en las situaciones en las que ha sido posible.

En varias ocasiones, nuestros equipos han instalado hospitales de campaña en una casa privada, una granja o incluso una cueva. El personal y los recursos eran de diferentes países (y muy particularmente de Siria, porque los sirios componen la gran mayoría del personal en estos proyectos) para dar respuesta, al menos, a parte de las consecuencias médicas de la guerra. Además, MSF ha apoyado unos 50 hospitales y 80 centros de salud gestionados por redes médicas sirias mediante el envío de suministros y materiales.

Desde el principio, sin embargo, trabajar en Siria obligó a MSF a encontrar lugares donde nuestros equipos y pacientes estuvieran seguros. También ha implicado explicar de forma repetida a las partes en conflicto que nuestro personal ofrece ayuda médica imparcial, independiente y financiada con fondos privados a todos los que lo necesitan, sin atender a su afiliación religiosa, política o militar.

Al principio, las prioridades más visibles y obvias eran heridas directamente relacionadas con los combates: heridas por metralla o bala, y quemaduras causadas por las bombas. A medida que pasó el tiempo, la población perdió acceso a los medicamentos para enfermedades que se pueden tratar, como la hipertensión o la diabetes. La infancia perdió protección ante enfermedades como el sarampión e incluso la polio. Y las mujeres con embarazos y partos de riesgo ya no tenían la posibilidad de llamar a profesionales cualificados para atenderlas. MSF adaptó sus programas a la situación.

Hasta mayo de 2014, los equipos de MSF en Siria llevaron a cabo más de 7000 cirugías, 54.000 intervenciones en la sala de emergencias y 88.000 consultas regulares. Además de responder a situaciones con muchas víctimas, que han sido numerosas, los equipos médicos de MSF también han ofrecido sus servicios, que van desde la salud primaria hasta la atención materno-infantil y cuidados para enfermedades crónicas. Han asistido más de 2000 partos y han llevado a cabo varias campañas de vacunación cuando la situación sobre el terreno lo ha permitido.

Sin embargo, la volátil situación de seguridad continúa dificultando nuestra capacidad para dar ayuda de forma tan generalizada como nos gustaría. En el futuro, MSF intentará adaptar o ampliar sus programas dentro de Siria cuando y donde sea posible para llegar al máximo número de pacientes. Y nuestros equipos continuarán gestionando proyectos fuera del país para atender a los que han huido de la guerra y se han encontrado con otros problemas fuera de su país.

RAMTHA (JORDANIA): LAS EMERGENCIAS ABUNDAN

La guerra nunca está lejos de Ramtha, una ciudad en el noreste de Jordania a casi cinco kilómetros de la frontera siria y a un poco más de la ciudad siria de Daraa. Las explosiones se oyen desde la distancia y son solo una señal de la cercanía del conflicto. El flujo sostenido de heridos que llega al programa de cirugía en el hospital de Ramtha es otra señal.

El doctor Haydar Alwash, un cirujano de MSF, no necesita ningún recordatorio de esto, pero igualmente le llegó uno cuando intentaba llevar a cabo una formación entre el personal durante una aparentemente tranquila tarde. Haciendo referencia a su experiencia en otros programas de MSF en Liberia y Libia, además del trabajo que se estaba haciendo desde la apertura del proyecto en Ramtha en septiembre de 2013, Alwash estaba hablando de poner escayolas en brazos y piernas fracturados, algo que los equipos ven frecuentemente. Pero antes de que pudiera acabar, le llamaron para informarle de que tres personas gravemente heridas estaban llegando desde la frontera, entre ellas menores de edad.

El doctor ya había hecho una cirugía por la mañana y tenía otras programadas para el día siguiente. Tanto él como su equipo habían hecho decenas durante las semanas anteriores. “Todos nuestros pacientes han resultado heridos en este conflicto, sobre todo a causa de bombas y disparos”, cuenta Alwash. “Nuestro trabajo consiste básicamente en salvar sus vidas, en llevar a cabo procedimientos quirúrgicos que salven vidas o preserven miembros del cuerpo”.

En Ramtha, MSF gestiona dos quirófanos y dos salas en un hospital del Ministerio de Salud. MSF recibe pacientes a través de una red de profesionales médicos dentro de Siria que gestionan hospitales de campaña, pero que no pueden ofrecer ni la atención quirúrgica ni el seguimiento que las heridas graves necesitan. Es entonces cuando los trasladan en ambulancias hasta Ramtha.

Cuando la ambulancia llega, el equipo descubre que en lugar de tres pacientes hay dos, pero que uno, un niño, ya ha fallecido. El otro, un hombre con metralla en la pierna, tiene una arteria abierta y ha perdido mucha sangre. Se lo llevan a quirófano.

El doctor Alwash entra en la sala. Originario de Babilonia (Irak), él mismo fue refugiado después de la Guerra del Golfo a principios de los noventa. Mientras vivía en un campo escuálido y desbordado, fue apoyado por MSF para abrir una clínica para sus compañeros refugiados. Le encantó poder dar asistencia a la población y después decidió que encontraría la forma de trabajar para MSF en el futuro, “para devolver el favor”, en sus propias palabras.

Esta mañana, el doctor Alwash ha empezado la ronda de consultas a las 8:30. Entre los primeros pacientes estaba Sami, de 22 años, al que le han practicado cuatro cirugías desde que fue ingresado un mes antes tras haber recibido un disparo en la pierna. Después estaba Malik, un adolescente de 14 años que perdió una pierna y sufrió heridas graves en un brazo y su otra pierna cuando su casa fue bombardeada durante la celebración de una boda. “No sentí nada”, dice Malik.

También había un hombre de 23 años con heridas en un ojo, una pierna, una mano y el pecho. Se quedará ingresado unas cinco semanas más. Había una menor de edad que perdió una pierna cuando su casa fue atacada por fuego de artillería. Buena parte de su familia murió, incluida su hermana, un bebé. “¿Qué ha hecho esta niña para merecer esto?”, pregunta su tía, que la acompaña en el hospital y que había perdido, ella misma, a un hijo de 16 años a causa de la guerra.

El doctor Alwash se acercó luego a la cama donde descansaba Rukaya, una adolescente de 14 años que estaba caminando con su madre y una vecina en su localidad natal cuando la zona fue bombardeada. Recuerda lo que sintió cuando sus piernas estaban como derritiéndose, pero no recuerda mucho más hasta que se despertó en Ramtha, donde supo que había perdido ambas piernas y que su madre estaba muerta. Siguieron siete cirugías, y el doctor Alwash realizará otra mañana como parte el proceso para prepararla para las prótesis que deberá usar el resto de su vida.

Rukaya sonríe cuando habla con el doctor y cuando se reafirma en su intención de volver a ser feliz algún día.

Otros pacientes muestran también una fortaleza fuera de lo común dadas las circunstancias. Malik, por ejemplo, normalmente siempre está dispuesto a jugar una partida de ajedrez con quien lo desee, tanto pacientes como trabajadores de MSF. Otros dicen que esperan volver a casa cuando puedan caminar de nuevo.

Su resiliencia les ayuda a mitigar, a pequeña escala, la dificultad de ver a heridos y amputados llegar uno tras otro. En una noche particularmente dura, Alwash explica que un bebé de seis meses, una niña de dos años y otra de ocho llegaron en la misma ambulancia “con heridas graves” y sin acompañamiento familiar.

El bebé tenía heridas graves en la cabeza. El equipo logró estabilizar a la niña de dos años y reanimó a la de ocho años, que estaba completamente pálida debido a la pérdida de sangre. Pese a ello, una de sus piernas tuvo que ser amputada. Estaba en estado de shock, aterrorizada, y no había nadie de su familia que pudiera explicar lo que estaba pasando. Con su vida en riesgo, el equipo no tenía otra opción que operarla. Después buscaron a través de contactos en Siria a su abuela para que viniera a Ramtha y se quedara con ella.

Aunque esa paciente tiene un largo camino de rehabilitación por delante, ahora está en buenas condiciones, dice el doctor, quien pese a mostrarse agitado al recordar aquella noche, también cree que la historia justifica su presencia y la de MSF aquí. “Estás haciendo algo que el paciente necesita ahora, no mañana ni en una semana”, dice. El trabajo es agotador, pero “estos proyectos quirúrgicos para los heridos de guerra se justifican por sí solos, porque se ve exactamente la vital importancia de los servicios que ofreces”.

El doctor acaba su última cirugía por la tarde y se va a casa hacia las 8, con la idea de descansar algo antes de otro duro día de trabajo. A medianoche, sin embargo, recibe una llamada para informarle sobre el estado del paciente operado por la tarde. Y a las dos de la mañana, recibe otra llamada para avisarle de que dos adolescentes están llegando de Siria con heridas a causa de una explosión.

Hasta junio de 2014, los equipos de MSF en Ramtha han llevado a cabo 1315 cirugías en 430 pacientes que llegaron de Siria en los nueve meses que lleva el proyecto abierto. MSF también asiste a los refugiados sirios en Jordania en el campo de refugiados de Zaatari, en una maternidad en Irbid y en un proyecto de cirugía reconstructiva en Amman (véase más abajo).

IRAK: UN LIMBO DOLOROSO

No hace mucho, cuando los refugiados salían de Irak huyendo de la guerra, era impensable que Irak pudiera convertirse en un refugio para otros. Su propio conflicto continúa, por supuesto, pero para muchos sirios, Irak es ahora un lugar más seguro. En el campo de Domiz, en el norte de Irak, por ejemplo, durante meses llegó cada vez más gente y se montaban más tiendas de campaña. La ONU estima que ahora hay unos 58.000 sirios, pero otros cálculos elevan la cifra a más de 60.000. Ninguno de ellos puede dar una respuesta a esta pregunta: “¿Cuándo podremos volver a casa?”

Domiz no fue construido para alojar a tanta gente. Abierto en 2012, fue diseñado para unas mil familias, una fracción de la población actual, que en sí misma no es ni un cuarto del total de los refugiados sirios en Irak. Ha habido mejoras en los sistemas de agua y saneamiento, que al principio eran insuficientes. Las opciones de cobijo y el sentido del orden también han mejorado, según los residentes, y algunos han abierto comercios. Pero todavía se enfrentan a serios problemas sanitarios, y MSF ha ampliado sus servicios para atender a la población, cada vez más numerosa.

El líder del equipo médico de MSF, el doctor Mustafá Khalil, especialista en medicina de emergencias, es un refugiado que huyó de su casa en Siria junto a su mujer y su hijo el año pasado. A su llegada a la clínica de MSF en Domiz por la mañana, le espera una imagen y un sonido familiar: la de decenas de personas en la zona de espera y el llanto de los niños.

Poco después de entrar en la sala, Khalil pasa consulta a un niño de seis años con infección respiratoria y en el oído, otro chico que sufrió una quemadura cuando un recipiente de agua hirviendo se le cayó encima y una madre cuyo bebé tiene infección urinaria. También pasa consulta a una niña que necesita puntos tras haber sufrido un corte en un dedo y una mujer mayor que llega pálida y con dificultades para respirar. “Cada mañana es igual”, dice Khalil.

Al principio, MSF brindaba atención primaria, salud mental y refería casos de urgencia. A medida que pasaba el tiempo y las necesidades crecían, se añadieron los cuidados para enfermedades crónicas (como la hipertensión y la diabetes, en particular). El proyecto reaccionó a las necesidades médicas y psicológicas que aparecieron a causa de la guerra y de la situación a la que se ha visto abocada esta población en particular.

“La gente ha sufrido mucho en Siria”, dice Henrike Zellman, un psicólogo de MSF que trabajaba en el campo. “Muchas familias han sido destruidas”, añade. Muchos resultaron heridos, perdieron a seres queridos o sus casas. Ahora no saben cuánto tiempo se quedarán en el exilio o si habrá alguna forma de volver si algún día la guerra acaba. “Si alguien les pudiera decir: ‘De acuerdo, te tienes que quedar aquí dos meses, y después todo esto acabará y podrás volver a tu casa’, entonces la gente lo podría aguantar”, dice Zellman. “Pero nadie puede decirles exactamente cuándo podrán irse”, agrega.

La guerra nunca está lejos de Ramtha, una ciudad en el noreste de Jordania a casi cinco kilómetros de la frontera siria

En 2012, alrededor del 7 % de los pacientes de salud mental de MSF mostraron síntomas de trastorno mental grave, frente al 15 % de 2013. El equipo de salud mental de MSF en Domiz (Zellman, dos psicólogos sirios y tres asesores de salud mental, dos de ellos sirios y uno kurdo iraquí) llevó a cabo entre siete y nueve sesiones al día, durante las cuales vieron sobre todo casos de depresión y ansiedad entre adultos, además de pesadillas, problemas para conciliar el sueño y niños con incontinencia urinaria. Dada la virulencia de la guerra y la forma en la que el cuerpo y la mente procesan los traumas, esto no es demasiado sorprendente, asegura Zellman. “Tan solo están reaccionando de forma normal a eventos que no son nada normales”.

Vivir en un campo de refugiados abarrotado hace que las enfermedades puedan propagarse. Se deben tomar ciertas precauciones. MSF debe, por lo tanto, tener un componente importante de comunicación local en su trabajo en Domiz, algo que llevan a cabo sobre todo los trabajadores comunitarios, que detectan las necesidades médicas en el campo y hablan con la gente acerca de las cosas que pueden hacer para prevenir enfermedades y heridas.

Esta tarde, dos trabajadores comunitarios, Falak y Rabea (los dos refugiados sirios que viven en el campo) entran en un laberinto de tiendas, donde preguntan a una mujer llamada Layla si pueden hablar con ella. Cuando dice que sí, Falak y Rabea se quitan los zapatos y entran en la tienda. El interior está inmaculado. Varias alfombras cubren el suelo. Colchones, cojines y mantas están apilados ante una pared. Layla pide a los trabajadores que se sienten y les sirve té.

Falak y Rabea le explican los servicios que ofrece MSF. Le preguntan por la salud de sus hijos y le explican la importancia de lavarse las manos. Hacen lo mismo durante otras visitas, pero centrándose en diferentes aspectos según la situación. A una madre con un recién nacido, le hablan de la importancia de amamantar al bebé. A la gente con problemas gastrointestinales, le hablan de su dieta, de la nutrición y de la higiene. Y piden a todos que visiten la clínica de MSF si necesitan cualquier tipo de asistencia médica o psicológica.

Aunque cordiales, las visitas subrayan hasta qué punto los refugiados de Domiz están en una situación difícil. Han huido de la guerra y han encontrado refugio aquí, pero el dolor y la perplejidad permanecen. Tan solo en 2013, MSF llevó a cabo más de 130.000 consultas médicas para los refugiados sirios en Domiz y otras 50.000 consultas para los sirios en otros dos campos del norte de Irak. El ritmo de estos proyectos no ha bajado durante 2014.

LÍBANO: LA BÚSQUEDA DE UN REFUGIO

Las salas de espera se llenan poco después de que abra sus puertas la clínica de MSF en Arsal, una localidad en el valle libanés de Bekaa. Hombres y mujeres visiblemente fatigados y con bebés en brazos se sientan en los bancos hasta que reciben la llamada de las enfermeras, que recogen la información básica sobre los pacientes y los dirigen al lugar apropiado dentro del centro.

El proyecto de MSF en Arsal es una de las cuatro clínicas en las que MSF atiende a refugiados sirios, palestinos y residentes locales del valle de Bekaa. Ofrece atención primaria gratuita a gente que de otro modo no tendría acceso o no podría pagárselo. Los equipos dan atención primaria, pediátrica, materno-infantil, cuidados para enfermedades crónicas, y servicios obstétricos y ginecológicos. Las colas dan fe de la magnitud de las necesidades en la zona, especialmente entre una población de refugiados que sigue creciendo y que proviene en muchos casos de ciudades sirias que están justo al otro lado de la frontera, a tan solo unos kilómetros.

En una sala de consultas, el médico de cabecera de guardia, Rabih Kbar, saluda al primero de los 50 pacientes a los que pasa consulta en un día, una cifra que, según él, sigue aumentando. En la otra sala, María Luz Méndez, que supervisa el trabajo de salud mental en las clínicas de MSF en Bekaa, y Madonna Sleiman, una comadrona libanesa, pasan consulta a una embarazada. Cada día lo hacen entre diez y doce personas, la mayoría de Alepo y Homs, según Méndez. MSF no atiende partos en este centro, pero da vales para que las mujeres puedan acudir a hospitales cercanos y cubrir los gastos.

Los proyectos fijos tan solo son una parte del trabajo de MSF en la zona. Al contrario que en Irak, aquí no hay campos de refugiados organizados, así que los sirios que huyen de Líbano no tienen un lugar obvio al que ir. Hay más de un millón de refugiados sirios viviendo en un país de tan solo 4,4 millones de personas. En algunos sitios, tal y como señala Hanane Lahjiri, una trabajadora comunitaria de Arsal, “parece que ves diez sirios por cada libanés”.

Tania Miorin, coordinadora de terreno de MSF en Bekaa en aquel momento, cree que no es una sorpresa que las tensiones hayan aflorado entre los sirios y la población de acogida, e incluso entre los mismos sirios. Hay muchos grupos locales e individuos que ofrecen ayuda, pero los refugiados tienen que encontrar su propio techo en contextos que van desde tiendas de campaña en valles rocosos hasta escuelas vacías, pasando por estructuras de cemento construidas de forma apresurada y una prisión abandonada. Un estudio de MSF el pasado otoño calculó en 260 los asentamientos, y uno más reciente los eleva a 450. Para empeorar la situación, la zona recibe a veces fuego que viene desde Siria.

Los servicios son limitados, particularmente para los refugiados que no han sido registrados por la ONU. El combustible es particularmente difícil de conseguir, y muchas familias no estaban preparadas para el pasado invierno. Como resultado, los equipos de MSF empezaron a ver más y más pacientes con problemas respiratorios agudos, problemas gastrointestinales y enfermedades de la piel. Son más los que se han presentado en las clínicas para que trataran sus enfermedades crónicas que los que se han quedado sin atención desde que el sistema de salud sirio se derrumbó.

Demasiado a menudo, sin embargo, la gente no sabe dónde puede tener acceso a la atención médica. Pero no es suficiente esperar a que la gente venga a las clínicas. El personal de MSF tiene que ir a buscarlos. Así que mientras el equipo en la clínica de Arsal está trabajando, Lahjiri sale con Sarah Hamood, una trabajadora social de MSF y voluntaria siria, para ir en coche de asentamiento en asentamiento. Ya han estado en algunos de ellos. Han oído hablar de otros y necesitan saber dónde están. “Antes, era más fácil identificar los sitios donde se necesitaba más atención”, dice Hamood, “hoy son más numerosos y están más dispersos”.

La primera parada del día es en el asentamiento de Abu Ismael, donde hay unas 30-40 habitaciones de cemento que el casero alquila a los refugiados. Lahjiri habla con una mujer cuyo bebé murió justo después de nacer. Después, se va con Hamood a otros dos asentamientos para reunirse con líderes comunitarios, pacientes, cabezas de familia y todo aquel que les pueda decir algo sobre la salud de los refugiados y que pueda recibir información sobre los servicios de MSF.

Son asuntos graves. A la gente le falta agua, electricidad y techo. Algunos están siendo desalojados. Tienen hijos que están enfermos y familiares de los cuales no saben nada desde que salieron de Siria. Un hombre dice que aún conserva todo lo que tiene en el coche porque su tienda se inunda cuando llueve. Una mujer perdió a su marido y su casa a causa de la guerra y tuvo que enviar a su hija adolescente a vivir con su tío porque las letrinas en su asentamiento estaban demasiado lejos de su tienda, lo cual hace que sea inseguro para las chicas por la noche. “Antes teníamos una vida feliz”, suspira.

Las carreteras circundan valles y suben por colinas en Bekaa, pero allá donde viaje el personal de MSF, encuentra a gente que necesita ayuda. Y a medida que la guerra avanza, también crecen las necesidades de las personas.

Tan solo en 2013, los equipos de MSF llevaron a cabo más de 50.000 consultas médicas en el valle de Bekaa, un cuarto de ellas para menores de cinco años.

AMMAN (JORDANIA): CASOS ABIERTOS

El programa de cirugía reconstructiva de MSF en Ammán, Jordania, ofrece una perspectiva única para ver el desarrollo de los conflictos que han golpeado a Oriente Próximo en los últimos años. Es un cruce de caminos, un lugar donde las consecuencias de diferentes guerras se dejan ver de forma simultánea.

Creado en 2006 para tratar originalmente a los iraquíes heridos en la guerra de Irak, el proyecto fue diseñado para ofrecer servicios quirúrgicos a la gente que recibió una atención médica insuficiente o nula en su país para tratar sus heridas. Con el comienzo de la primavera árabe, y a medida que se desataron otros conflictos, el equipo de MSF en Ammán empezó a tratar a pacientes de Gaza, Libia, Yemen y Egipto. Ahora, el 42 % de las nuevas llegadas son de pacientes sirios.

Después de dejar a su hijo en la guardería (“esfuérzate mucho hoy en la escuela”, le dice), el doctor Ashraf Bustanji, un cirujano maxilofacial de Jordania que ha trabajado con MSF desde 2008, conduce hasta el hospital y empieza la ronda de consulta de pacientes. Este cirujano maxilofacial reconoce a un joven sirio de Daraa que fue tratado por un dentista después de que recibiera un impacto de metralla en una de sus piernas hace seis meses. Después reconoce a Mohamed, también de Daraa, que explica que estaba ayudando a una familia herida por un cohete cuando otra explosión destrozó sus piernas.

En la habitación contigua, el doctor Bustanji reconoce a un iraquí de 19 años que sufrió heridas graves en la mandíbula hace varios años y que ha necesitado una importante cirugía reconstructiva, porque los pésimos cuidados que recibió le causaron deformidades y otras complicaciones. Después, el médico pasa consulta a una de las pacientes que han sido tratadas en el proyecto de Ammán: una niña yemení de ocho años que sufrió quemaduras en buena parte del cuerpo.

“Muchos de los pacientes son operados aquí varias veces”, explica Bustanji justo antes de entrar a quirófano para operar a un sirio que tiene heridas importantes en la cara. “A veces los dejamos aquí durante unos meses para que completen el tratamiento, porque la mayoría de las veces este tratamiento no se puede completar en solo una fase o en un par de semanas o un mes”, añade.

No solo es la cirugía. También está la fisioterapia y la rehabilitación requeridas para que los pacientes estén preparados para afrontar el resto de sus vidas. Tienen que reaprender el uso de sus piernas o brazos lastimados. Si les falta un miembro, tienen que aprender a usar las prótesis.

Un día de ejercicios puede ser durísimo cuando lo que te queda de energía se dedica tan solo a doblar una rodilla, girar un pomo o hacer lo que te pidan los fisioterapeutas. Hacerlo durante semanas o meses, sufriendo dolor y contratiempos, es mucho más difícil. Es una tarea tanto psicológica como física, y por eso los equipos psicológicos de MSF trabajan con los pacientes que tienen que lidiar con el trauma que ya han sufrido y con su incierto futuro.

“Hay casos que son difíciles”, dice Bustanji. Hay muchos aspectos importantes, pero además del tratamiento médico, asegura el doctor, el proyecto se propone “dar esperanza a estos pacientes, intentar aliviar su dolor y sufrimiento”.

Sea cual sea la herida, sea cual sea la rehabilitación que debe seguirse, el tratamiento en Ammán no puede hacerse rápidamente. La paciencia, la perseverancia y la gestión del dolor son cruciales, porque el camino hacia el restablecimiento será a buen seguro largo y duro. Lo mismo se puede decir de los países implicados en conflictos que hicieron que estos pacientes llegaran a Ammán, especialmente Siria.

Hasta junio de 2014, MSF había ofrecido sus servicios quirúrgicos y de rehabilitación a más de 3000 pacientes en Ammán desde que se abrió el proyecto en 2006.

CONCLUSIÓN

La mañana empezó con el doctor Alwash haciendo la ronda de consulta de pacientes en Ramtha y el doctor Bustanji haciendo lo propio en Ammán: ambos reconocían a pacientes que habían conseguido sobrevivir, pero a los que aún les queda mucho para estar recuperados. En la clínica de Domiz, el doctor Khalil estaba pasando consulta con pacientes, mientras que en la clínica de Arsal, Hanane Lahjiri estaba preparada para ir a buscar nuevos pacientes.

Al atardecer, decenas (sino centenares) de pacientes fueron tratados en los proyectos de MSF que tratan a los refugiados sirios y a los sirios que están dentro del país. Varias cirugías fueron realizadas a la vez. Todo esto, y mucho más, estaba pasando (y aún pasa) a causa de la guerra en Siria. Y continuará pasando cada día en muchos otros países y a muchas otras personas mientras la violencia continúe.

Pero se pueden salvar vidas y se pueden curar heridas. En las condiciones que sean y allá donde sea posible, MSF seguirá haciendo lo posible por cubrir las necesidades médicas causadas por esta guerra, con la esperanza de que en algún momento, un día en la vida de las personas afectadas por el conflicto sirio sea muy diferente. ◊

Decenas de pacientes fueron tratados en los proyectos de MSF que tratan a los refugiados sirios y a los sirios que están dentro del país