A cualquier hombre y mujer de oriente u occidente que, hoy en día, se pregunte sobre las complejas condiciones socioculturales de este tercer milenio ( atravesado por el irracional y unilateral neocapitalismo, por el tecno-totalitarismo y por la aplastante globalización cultural en acto), habría que aconsejarle el acercarse, al menos una vez en la vida, a la extraordinaria antropología del pueblo Mapuche; actual depositario de la conciencia holístico-energetista y del innato pampsiquismo, hoy omitido en forma grave, por las orientaciones culturales y sociales de la contemporaneidad .
Los Mapuches (o araucanos) son una población indígena de, aproximadamente, un millón y medio de personas, establecida en Sudamérica, Chile y Argentina; poseedora de una cultura milenaria que tuvo, constantemente, que defenderse, primero de las tentativas de sumisión por parte de los Incas y luego de los invasores españoles (que solo, parcialmente, condicionaron su identidad )y, hoy en pleno tercer milenio, de los gobiernos chileno y argentino aliados con multinacionales, como la italiana Benetton.
Un pueblo experimentado en resistencia, acostumbrado al constante asedio , que supo en su historia, absorber y transformar, creativamente, la destructividad que se ha desatado contra él, en fortaleza identitaria. El pueblo Mapuche está vivo y lucha una batalla culturalidentitaria que es una herida abierta y sangrante para la humanidad durmiente y, por el contrario, es motivo de interés psicosocial para aquella porción de humanidad pensante y aún percibiente.
La antropología Mapuche es riquísima, caracterizada ante todo por una cosmogonía repleta de analogías con la cosmogonía griega de Hesíodo y con la egipcia del Libro de los Muertos, que revela el dualismo cósmico, en el cual, cada fenómeno vital se desarrolla constantemente, cosmogonía inaugurada por un evento palingenésico ( según los mapuches se repite cíclicamente), caracterizado por un combate entre dos serpientes titánicas: la gran serpiente de los mares (Kai Kai) y la gran serpiente de las tierras (Tren Tren). El prevalecer en el combate de la gran serpiente de las tierras (Tren Tren) permitió a los pocos sobrevivientes salvarse, subiendo a las cumbres de los volcanes y restablecerse, reflorecer y reacoger cada forma de vida. Este combate mito-geológico tiene, en sí mismo, el paradigma innato de todas las grandes tradiciones antropológicas surgidas en el planeta, dedicadas a narrar como móvil de la historia universal un conflicto electrocósmico, origen de toda forma de vida: el combate mítico entre las serpientes Thonathiu e Xiuhtecuhtli del extraordinario calendario azteca; el Chaos-Theos de los griegos; la eterna lucha entre Amon y Apopi y entre Osiris y Seth; el Ying y Yang del Taoísmo chino; el Azufre y Mercurio de los procesos alquímicos.
Sobresalen en la antropología mapuche, los principios seminales de aquel innato energetismo que inspiró a los filósofos griegos en la búsqueda del arché (el principio); de aquella visión multidimensional de la vida (siete son las dimensiones según los Mapuches) hoy confirmada por la física cuántica y, ante todo, de aquella auténtica conciencia ecosófica, profundizada por el gnosticismo contemporáneo de Samael Aun Weor y definida primero, por el filósofo noruego Arne Næss y luego, por el psicoanalista francés Félix Guattari, como la capacidad de relacionarse conscientemente con el ambiente, con la sociedad y consigo mismos, que es el sustrato ético de todas las auténticas tradiciones antropológicas.
Los términos eco-logía, eco-sistema y eco-sofía, son todos derivantes del griego oikos que significa “casa”, “lugar de pertenencia” y “principio identitario”; la crisis de los valores éticos y de los comportamientos humanos relacionados con estos términos es evidente; ese enraizamiento psicológico en la materia, ese estar, ese percibir la fuerza gravitacional que nos impone la relación con el elemento fijo en el cual actuar y obrar concretamente, está fatalmente ausente en la conducta psicológica de las nuevas generaciones, crecidas y educadas por la videocracia y por las economías insustanciales que les ha convertido en hombres y mujeres abstractamente unidimensionales, privados de las percepciones de su espacio ontológico.
La antropología mapuche concibe un dios no antropomórfico, pero un dios que es esencialmente energía (Newen)
Es esta arraigada ecosofía la que, desde tiempos inmemoriales, inspira al pueblo mapuche en definirse orgullosamente como “hombres de la tierra”, (Mapu=tierra y Che=hombres); hombres y mujeres que reconocen y defienden como valor ético-espiritual, fundacional y no negociable la Tierra.
El concepto mapuche de “tierra” no es fideístamente materialista ni fideístamente espiritualista, es un concepto “maduramente energetista”; según el cual cada fenómeno tangible o intangible es la expresión de una misma sustancia que se densífica (haciéndose visible a los cinco sentidos), o se pneumatiza (haciéndose invisible a los cinco sentidos). Estamos ante un arquetipo cultural fundacional para comprender su cosmovisión: el arquetipo de la Gran Madre, aquella nodriza universal que los ha parido, han nacido de sus entrañas (Ñuke Mapuche) que les acoge generosamente; aquella materia/madre que ellos cultivan como si rezaran o como si cuidaran el cuerpo de una diosa; aquella Madre-Tierra con la que establecen una auténtica relación ontológica.
La Ñuke Mapu (madre tierra), el Chaw Antü (padre sol), los diferentes Ngen (espíritus presentes en los cuatro elementos de la naturaleza) y finalmente la boda mística entre Am (el alma humana) y Pillán (el espíritu o monada pitagórica), caracterizan el horizonte místico-naturalista de los Mapuches. Muchas veces, en entrevistas y documentales, oí decir a los hombres mapuche: “Se ocupará la Mapu…” o sea, se ocupará la gran Madre, antes o después la Madre benéfica reaccionará al estrago, al abuso y a la apropiación indebida que el hombre blanco ha hecho de su gran cuerpo.
En el idioma autóctono de los Mapuches, Mapudungun, la Tierra, el sustrato, la materia, es descripta como triple y única:
- Wenumapu: la tierra de lo alto, la dimensión metafísica sede de la inteligencia divina y de los dioses.
Es necesario tomar posición al respecto porque el único término para definir cómo este pueblo ha sido tratado es “etnocidio”
- Nagmapu: el mundo natural fenoménico, habitado por los hombres.
- Michemapu: la infradimensión subterránea sede de las fuerzas destructivas e involutivas.
Es evidente que nos encontramos (más allá de una asombrosa analogía con los tres aspectos de la diosa griega Ékate), ante el gran arquetipo cultural representado por la diosa Gea o Gaia, personificación divina de la tierra, que Hesíodo, en su cosmogonía, describe como nacida por el Caos y que por medio de la partenogénesis (autofecundación o reproducción virginal) da vida a Urano, el cielo estrellado. A la vez se aprecia la evidente analogía con la Tellus Mater, la diosa romana de la tierra, protectora de la fecundidad, madre de las cosechas, cuyo culto, encontró una definitiva consagración estética en el Ara Pacis de Augusto.
De ahí el asunto ético/energetista Mapuche, donde la entera vida universal está hecha de una única sustanciamadre, definida gran fuerza (Füta Newen) que conecta a todos los seres materiales e incorpóreos en una única escalera energetista, representada ritualmente por un tronco de roble enterrado con siete peldaños ( símbolo de las siete dimensiones), que sirve de altar llamado Rehue; el cual representa la vida universal, animada por niveles de materia siempre más sutiles y espirituales, pero procedentes de una idéntica matriz. En esta idea existe, en consecuencia, el principio ético del respeto hacia cada alteridad, que para el Mapuche, es en realidad una extensión energética de su propia identidad, sea una piedra, un planeta, una flor, un águila o un hombre.
La actitud cultural Mapuche es una actitud antropológica mediana, en la cual las nociones de materia y espíritu, así como las de vida y muerte, son consideradas expresiones puramente dialécticas, que no llegan a captar la dimensión dinámica, energética y multidimensional de la vida.
Es extraordinario oír a los miembros del pueblo Mapuche declarar: “Nosotros somos hombres del espacio, hombres del espacio terrestre, del espacio cósmico y del espacio onírico…” manifestando una de las características fundamentales de la conciencia ética: el sentido espacial; aquella capacidad de percibir desinteresada, apasionada y simultáneamente todas las gamas de dimensiones y fenómenos que se manifiestan alrededor y dentro del hombre; no se puede cuidar ni a sí mismos, ni a los demás ni al planeta, si no se vive todo esto como un sentimiento auténticamente empático.
El único futuro para la ecología y para la tutela del planeta es que los hombres liberen su propia conciencia ético-energetista y vuelvan a percibir las pulsaciones cardíacas, los espasmos y los respiros del planeta Tierra que los acoge; después necesitaremos que la tutela de la tierra sea principio constitucional de todas nuestras naciones.
Como Bolivia que, a imitaciónde Ecuador, aprobó la Ley de los Derechos de la Madre Tierra(2010), definiendo la Tierra como: “El sistema viviente dinámico conformado por la comunidad indivisible de todos los sistemas de vida y los seres vivos, interrelacionados, interdependientes y complementarios, que comparten un destino común…”; evidenciando además que la Madre Tierra es considerada sagrada.
Existen, además, muchos ingredientes ético-energetistas que merecen una amplia profundización, como: la sacralización del número cuatro, clave interpretadora de su cosmovisión (conocimiento análogo al del mágico “Tetragrammaton” de origen kabalista); profundización posible buscando, por un lado, un contacto con las comunidades mapuches chilenas y argentinas y, por otro, estudiando humildemente autores como Ziley Mora Penroz, Rolf Foerster G., Bengoa José, Mónica Munizaga.
Para los Mapuches, el hombre es una divinidad caída, precipitada en el caos, exactamente como descripto por las tradiciones gnósticas, con particular precisión, en el texto apócrifo más discutido y contestado, el Pistis Sophia; la antropología mapuche declara que lo que nosotros definimos “hombres”, en realidad todavía no son.
Ellos evocan la idea de que muchas criaturas humanas, son en realidad desprovistas de genuina humanidad y de mutaciones necesarias para ser, auténticamente, humanas; los hombres están habitados por energías psíquicas de origen animal que literalmente tragan el alma, dando vida a un especie de autómata, de muerto viviente, sin alma auténtica; esta idea, que encontramos enraizada en la antropología griega de los primeros filósofos (como Diógenes al buscar el “hombre auténtico”), está presente en la psicología jungiana que pretende liberar el alma de su sombra y expresada, en términos metodológicos en las obras: Psicología Revolucionaria; La Gran Rebelión; La Doctrina secreta de Anahuac, del autor sudamericano Samael Aun Weor; en las que se explicita el discernimiento entre la unicidad del alma/conciencia y la pluralidad del ego/inconsciente.
Esta condición de muerto viviente (witranalwe), que el autor Ziley Mora Penroz explica en sus obras, es solucionable según el misticismo mapuche, a través de una probatoria mutación antropológica por la cual el alma humana (Am) se funde energéticamente con el espíritu (Pellü), generando el hombre cósmico-espiritual (Pillán).
En este proceso místico-psicológico de transformación e individuación de sí mismo, como diría Carl Jung, el papel fundamental lo tiene la figura de la Machi, la mujer chamán, auténtico líder religioso de la comunidad mapuche, figura análoga a la de la Sibilla Cumana que el héroe troyano Eneas interrogó con mucho temor.
La Machi mapuche tiene la tarea de sanar el alma, el cuerpo y de cuidar a la comunidad, es la que conoce a fondo la Cosmovisión, el idioma Mapudungun, los protocolos rituales, la medicina elemental y la ética superior; la Machi es la que, psíquicamente, se pone en contacto con las siete dimensiones de la naturaleza a través del trance místico, vivido durante rituales ancestrales (auténtico vector de la antropología mapuche), como el Nguillatú (ceremonia de agradecimiento al Padre creador) o el Machitún(ritual de sanación).
En este sobresalto de conciencia civil y política ecológica algunos países sudamericanos manifestaron algo de lo profundamente mapuche
Una mujer para ser Machi, tiene que ser animada por precisas características psicológicas como: la autodeterminación o voluntad consciente, la presencia constante en su vida de sueños premonitorios y revelaciones sobrenaturales, la capacidad de ser una auténtica médico del alma y la facultad de adivinar y contrastar a aquél que los mapuches llaman Kalkuce (el mago negro), que actúa mágicamente para dañar.
Esta figura arcaica de mujer-iniciada que es la guía de las comunidades agrícolas mapuches, garantiza su funcionamento democrático horizontal, es el auténtico terminal de todos los impulsos ético-energetistas de la cultura mapuche; la mujer-Machi es la concreta encarnación del principio de Ñuke Mapu, la Gran Madre que se hace mujer, la cosmicidad que se humaniza y viene a ser la medida ética y energetista; extraordinario contrapunto antropológico, frente a la marginalidad y a la mercificación, a las cuales está, actualmente, sometida la mujer en las sociedades capitalistas.
En los rituales la Machi, al conducir la ceremonia, toca el instrumento más importante de su tradición, el kultrün, tambor membranófono ceremonial , construido con madera nativa en forma semiesférica, tapizado por una piel de cabra (animal símbolo de varias culturas como las pasiones a vencer y del chivo expiatorio) sobre el cual están pintados los cuatro puntos cardinales, símbolo de la potencia tetradimensional del Ngenechen (dios soberano del universo). La forma semiesférica del kultrün representa la mitad del mundo manifiesto, aquella visible y mortal que es paralela a aquella invisible/inmortal; el percutir con las manos sobre este tambor ceremonial (símbolo uterino del cosmos tangible), adquiere: una connotación cosmológica, altamente energetista ligada al sonido, al ritmo y a la vibración; ética, al relacionarse con el ser superior, el Wenumapu y erótica, por la sabia utilización de la potencia libídico/creadora).
He ahí una difuminación antropológica extraordinaria del arcaísmo psíquico que hoy el hombre tiene que descubrir, si quiere sobresalir del sueño de la conciencia en el que se ha precipitado.
El pueblo Mapuche y su cultura omnicomprensiva está dotada de signos y significados capaces de interpretar el inconsciente colectivo, es patrimonio universal para tutelar y defender, tanto antropológicamente como políticamente.
He percibido, en esta cultura milenaria, el perfume de la “cara patria” y una eficaz clave de valores para generar una nueva antropología para el tercer milenio, por este motivo seguiré ocupándome y divulgando el energetismo ético de este gran pueblo, digno de ser llamado “los Hijos de la Tierra”.
Accipe daque fidem (del latín, Acepta de buena fe). ◊