En mayo de 1948, se proclamaba la independencia del Estado judío, que hasta entonces había estado bajo el Mandato Británico de Palestina, creado tras la derrota del Imperio Otomano al finalizar la Primera Guerra Mundial. En la Resolución 181 del 29 de noviembre de 1947, aprobada por las Naciones Unidas, se estipulaba la partición de la región Palestina en dos estados: uno para los judíos que emigraban desde la diáspora, mayormente desde Europa, y otro para los árabes. Esta medida, adoptada por la comunidad internacional reunida en la ONU, nunca fue aplicada, lo que dio inicio al conflicto árabe-israelí. Fue entonces cuando el pueblo palestino tuvo que emprender el éxodo hacia los países vecinos (Líbano, Siria, Egipto, Jordania, Irak), lo que se conmemora como la Nakba o catástrofe, que expulsó a casi un millón de personas de sus tierras natales.

Desde entonces y hasta fines del siglo XX, numerosos conflictos tuvieron lugar entre Israel y sus vecinos, como la recordada Guerra de los Seis Días en 1967 y de Yom Kippur en 1973. Mucha sangre corrió debajo del puente. La primera Intifada de 1987 o “Guerra de las Piedras” abrió las puertas para la aparición del Harakat al-Muqáwama al-Islamiya o Movimiento de Resistencia Islámico, más conocido como Hamas, creado por el jeque Ahmed Yasin. A diferencia del nacionalista Al Fatah, brazo político de la Organización para la Liberación de Palestina que lideraba el histórico Yasser Arafat, el movimiento Hamas adscribe al islamismo político, cuyo mensaje coránico apunta a la conquista y preservación de la autoridad estatal. En su carta fundacional de agosto de 1988, manifiestan una consanguinidad política con la Hermandad Musulmana, creada en 1928 en el país egipcio por Hassan Al Banna.

Al iniciarse el nuevo milenio, estalló la segunda Intifada de Al-Aqsa en los territorios palestinos, hasta mediados de la década pasada. Desde entonces, las operaciones militares de Israel en los territorios palestinos se han sucedido una tras otra, en una escalada de violencia que no parece tener fin. La paz que declaman a los cuatro vientos los líderes mundiales, como Barack Obama, Francois Hollande o David Cameron, no parecieran ser expresiones genuinas que propongan afanosamente la convivencia pacífica entre ambos pueblos, dado el abierto respaldo hacia uno de los bandos en lucha. La última incursión de las fuerzas armadas israelíes sobre la Franja de Gaza (“Operación Margen Protector”), que al momento de redactarse estas líneas aún sigue cobrándose centenares de víctimas gazatíes, no alcanza a explicar la lógica de un conflicto que supera el medio siglo.

Suele decirse que Israel posee uno de los ejércitos más poderosos del mundo y aparece con una omnipresencia a la que difícilmente puedan enfrentar los habitantes de la Franja de Gaza. Pero en el año 2006, al sur del Líbano, esas mismas fuerzas militares no pudieron alcanzar la victoria frente al ejército shiíta libanés del Hezbollah –organización social y política considerada terrorista por los países occidentales, al igual que Hamas– que con sus cohetes Katyusha y bajo el liderazgo de Hassan Nasrallah pusieron al descubierto las fragilidades que los militares israelíes podrían padecer cuando se enfrentan a un ejército profesional, con un poder de fuego que dista mucho de parecerse a las piedras lanzadas con hondas o a los cohetes Al-Qassan que proyectan desde Gaza sobre el estado sionista.

Visto desde una lógica pura, apartados por unos instantes de las pasiones que alimentan este conflicto y del arsenal argumentativo que emplean los países centrales para legitimar el accionar militar israelí, las incursiones sobre Cisjordania y, en particular, sobre la Franja de Gaza, no tienen ninguna explicación racional, si es que podemos aplicarle este calificativo a una operación de guerra. Pero es incluso dentro de la lógica bélica, que estas expediciones punitivas contra los gazatíes no solo vulneran sus más elementales derechos humanos, sino que no puede razonarse semejante despliegue armamentístico contra una población civil inerme, que orando al Altísimo y maldiciendo a los agresores, vive constantemente amenazada de muerte.

Esta práctica cuasi ritual de los militares israelíes de descargar su poder de fuego sobre Gaza, como si fuera un terreno baldío lleno de ratas, se asemeja mucho más a una cacería humana que a una acción de guerra, sujeta al articulado de los Convenios de Ginebra.

Cazar palestinos se ha vuelto un hábito insano de la política de seguridad israelí, como aquellos nobles o simples aficionados que disputaban torneos donde se mataba al animal más cotizado o al mayor número posible de fieras, que luego comercializaban o exhibían en sus mansiones.

Cuando nos concentramos en estos terribles episodios de Oriente Medio, vemos que existe una llamativa similitud con ciertas costumbres de la antigua Mesopotamia.

La antigua civilización de los asirios se caracterizó, entre otras cosas, por la extremada crueldad que dispensaban a los pueblos vencidos en sus conquistas territoriales, por la brutalidad con que trataban a los prisioneros de guerra, y por el despotismo de la autoridad real. El ejercicio del mando político en la figura del monarca contaba con una filosofía del poder legitimada en el mandato de los dioses, donde el rey actuaba como issiakku o vicario (lugarteniente del dios Ashur), encargado de proteger el orden celestial en las tierras asirias.

En el Museo Británico de Londres, se guardan piezas grabadas en piedra caliza pertenecientes al palacio de rey asirio Asurbanipal, del siglo VII a.C., donde se reproducen escenas de la llamada Cacería Real. En este antiguo ritual, el rey aparece como el cazador de leones a los que asesina de manera impiadosa. Para los asirios, el rey no era un ser cruel o inhumano, sino un héroe, o bien un instrumento de los dioses que, a través de ese rito, destruía las fuerzas del mal que representan los leones. Este rey-sacerdote tenía una naturaleza superior a los demás hombres. En los Anales de Assurnasirpal II, gobernante del siglo IX a.C., se dice que los dioses Ninurta y Nergal aman el sacerdocio del monarca, y por eso le dan animales salvajes para cazarlos. De esta manera, el rey demostraba su autoridad sobre las fuerzas del caos, simbolizadas por los leones, y reafirmaba así su capacidad y derecho para gobernar.

Las incursiones sobre Cisjordania y, en particular, sobre la Franja de Gaza, no tienen ninguna explicación racional, si es que podemos aplicarle este calificativo a una operación de guerra.

El rey no era un asesino de animales indefensos, sino alguien que se preocupaba por el bienestar de su pueblo. Su objetivo primordial no era hacerle daño a alguien, sino hacer el bien a su pueblo. Algo parecido sucede con un gran sector de la sociedad israelí que, por el contrario, no ve con malos ojos los operativos militares contra los palestinos, pues estos serían una amenaza permanente a la seguridad del estado sionista. Simbolizan el terrorismo en la figura del movimiento Hamas, que gobierna a los gazatíes. Asurbanipal demostraba la suficiente valentía y sacrificio para que la abundancia y el orden divino se derramaran entre los asirios. Los daños colaterales serían una “consecuencia no deseada”, porque lo que se busca es la seguridad. La pax israeli es la tragedia del pueblo palestino.

De aquel formidable palacio se llevaron fragmentos hacia Londres, donde se muestra con detalles la cacería de leones. Ante los dioses, el rey era el Gran Cazador. Se lo puede apreciar como un héroe supremo imperturbable ante el caos que lo rodea. Pero no sale a cazar a los animales en sentido literal, sino que aquellos son transportados en jaulas ante un paraje rodeado de colinas, donde se desarrollará el acto ritual, esto es, la matanza de inermes leones que representan las fuerzas del mal, que el rey debe aniquilar para proteger a su pueblo. Se observa al rey tensando su arco con total serenidad, hiriendo con sus flechas a los leones que vuelan por el aire, caen y son alcanzados una y otra vez. También se lo ve empuñando una lanza con la que atraviesa la cabeza de la fiera. Las escuelas, hospitales, mezquitas, edificios públicos, viviendas y todo lo que tiene vida en la Franja de Gaza cae bajo la inmisericorde e imperturbable acción de las fuerzas armadas israelíes, bendecidas por las serenas declaraciones del primer ministro Benjamin Netanyahu.

¿CÓMO TERMINA TODO ESTO?

Como de costumbre, el rey triunfa, los dioses han logrado derrotar a las fuerzas del mal, y el cosmos mantiene su orden eterno. Inconmovible ante la matanza, el rey demuestra una autoridad y serenidad supremas, mientras que los leones se retuercen por las heridas, agonizando de dolor, y terminan muertos. Las Operaciones Escudo Defensivo, Sendero de la Determinación y Camino Firme (2002), Arcoíris y Días de Penitencia (2004), Lluvia de Verano (2006), Invierno Caliente (2008), Plomo Fundido (2008/09), Pilar Defensivo (2012) y Margen Protector (2014) configuran una serie de rituales demenciales con los que el estado de Israel afirma su autoridad sobre la región, mientras que el pueblo palestino que habita la Franja de Gaza agoniza en hospitales semidestruidos, bajo las ruinas humeantes de una ciudad arrasada por la artillería y la aviación israelíes.

El final es por todos conocido. La ONU reprueba y condena los excesos israelíes, como lo hizo durante la masacre de Qibya en octubre de 1953. Se busca un acuerdo de paz entre las partes beligerantes –que mantienen una marcada diferencia en el número de bajas– y se inicia una nueva etapa de negociaciones para dar respuesta a los reclamos de los bandos contendientes. Netanyahu envía sus tropas a los cuarteles, mientras que los palestinos entierran lo que queda de sus muertos. El terrorismo ha sufrido un duro golpe. El mundo celebra la paz. El Operativo “Margen Protector” ha sido un éxito. La seguridad de Israel está garantizada.

En la antigüedad, el rey asirio cazaba leones para ostentar autoridad ante propios y ajenos, y congraciarse ante los dioses que legitimaban su trono. Assurbanipal fue el último gran rey de Asiria. Durante su reinado, la cultura asiria alcanzó su apogeo y siempre se lo representa arriba de varios leones moribundos y ensangrentados. En los albores del siglo XXI, Israel caza palestinos. ¿Qué otra expresión puede emplearse cuando se ve lo que está ocurriendo con los gazatíes? Hay una diferencia: en Asiria, se trataba de animales –lo que no justifica en absoluto su asesinato; en Gaza, se trata de seres humanos. Aunque podemos reconocer que en algo se parecen: en la garra con que defienden sus vidas frente a la brutal agresión y en el trágico final al que están destinados. ◊