El ex presidente denunció la maniobra como un golpe de estado e indicó que “todos los hombres libres del país”, repudiaban el hecho; pero la caída del gobierno desencadenó en una masiva celebración en la plaza Tahrir, en El Cairo, donde cientos de miles de personas se reunieron para festejar el derrocamiento de Morsi, incluidos líderes liberales y figuras religiosas, quienes esperaban nuevas elecciones.

En los últimos meses de su gobierno, Morsi había presentado grandes diferencias con prácticamente todas las instituciones del país, entre ellas el Poder Judicial, las fuerzas armadas, la policía, los servicios de inteligencia y los principales eclesiásticos musulmanes y cristianos.

Abdel Fatah Al Sisi, jefe del ejército y ministro de Defensa, fue quien anunció la destitución de Morsi, y comunicó que el golpe se debió a que el ex jefe de estado no logró cumplir con las demandas del pueblo, y nombró como presidente interino al titular del Tribunal Supremo Constitucional, Adly Mansur. Indicó que formaría inmediatamente un comité de expertos para enmendar la polémica Constitución aprobada el último diciembre, la cual considera a la Ley Musulmana como la principal fuente de legislación.

El nuevo gobierno de facto declaró que el ex jefe de estado no participará del plan de reconciliación nacional, pero si Los Hermanos Musulmanes. Posiblemente estuvieron de acuerdo en que participe esta agrupación debido al riesgo que implica una sociedad polarizada. Sin embargo, el movimiento islámico se negó a establecer cualquier tipo de diálogo con el actual gobierno, y convocó a una manifestación pacífica para manifestar el rechazo hacia las nuevas autoridades, quienes detuvieron al líder de la agrupación, el guía espiritual Mohammed Badie, y cerraron cuatro canales de televisión islamitas, el diario de la organización y allanaron las oficinas de la filial egipcia de la cadena de noticias Al –Jazeera.

El golpe de Estado que terminó con la destitución de Morsi marcó un nuevo cambio de rumbo en la agitada realidad que padece Egipto desde la caída del líder autocrático Hosni Mubarak en 2011 en el escenario político de la denominada Primavera Árabe.

LOS ACTORES QUE PROVOCARON EL GOLPE

Hay cuatro actores en las fuerzas que ocasionaron el golpe de estado y la caída de Morsi: el ejército, la policía (constituyen las armas), los denominados “felol” (poseen el dinero, el poder mediático y relaciones con el Estado) y las fuerzas revolucionarias no islamitas. Este último grupo repudiaba los gobiernos militares, pero a raíz de la “incompetencia” del gobierno de Morsi, dio su apoyo a los militares. La policía y los felol aprovecharon gratamente el descontento de los sectores revolucionarios que terminó con la anulación de catorce rondas electorales, dos referendos y una Constitución, y en la encarcelación de todos los ganadores de las elecciones.

EGIPTO DIVIDIDO

La inestabilidad política e institucional de Egipto se ha convertido en un fenómeno constante desde el derrocamiento de Mubarak. En un primer momento, la destitución del presidente Mohamed Morsi por un golpe de Estado fue recibida positivamente, se vivió un clima de alegría y entusiasmo. Pero a medida que pasaron los días, y el gobierno de facto comenzó a tomar medidas contra la agrupación, Los Hermanos Musulmanes, el optimismo se esfumó y se convirtió nuevamente en malestar, dejando un clima hostil.

El primer enfrentamiento sucedió apenas días después del golpe de estado. Miles de islamitas, partidarios del ex presidente Mohammed Morsi, colmaron las calles para expresar su enojo contra el gobierno militar. La protesta dejó al menos treinta y cinco muertos y centenares de heridos, y al país sumido en el caos político.

El presidente interino, Adly Mansur, continuaba las consultas para nombrar al Primer Ministro. A través de la agencia oficial Mena se dio a conocer que ocuparía el cargo el líder opositor y premio Nobel de la Paz, Mohammed el-Baradei, con el compromiso de formar un gobierno de transición. Los Hermanos Musulmanes rechazaron inmediatamente el posible nombramiento de El-Baradei, alegando que es “el hombre de Estados Unidos en Egipto”, y que tenía la intención de llegar al poder sin pasar por los comicios. También informaron que sus partidarios seguirán en las calles hasta que regrese al gobierno Morsi, a quien los militares mantienen bajo arresto en el cuartel de la Guardia Republicana en El Cairo.

Los enfrentamientos entre el ejército y los seguidores de Morsi se repitieron, dejando una gran cantidad de muertos y la posibilidad de que el país más poblado del mundo árabe caiga en una guerra civil. Por el momento parecería un riesgo muy lejano, debido a que no sólo se necesita la polarización de la sociedad, sino también que las fuerzas armadas estén divididas formando dos bandos con un cierto equilibrio en el poder de fuego. Hoy eso no ocurre, solamente una de las fracciones tiene la totalidad del poder de fuego, y la otra parte sólo posee su poder de movilización.

A pesar de la unánime condena internacional al uso excesivo de la fuerza en las últimas manifestaciones, el gobierno de facto comunicó que está dispuesto a tomar todas las medidas necesarias para proteger la seguridad nacional. Tanto la Unión Europea como la Liga Árabe solicitaron a todas las partes la búsqueda de soluciones pacíficas; la organización Human Rights Watch instó a los gobernantes a que finalicen inmediatamente con el uso excesivo de armas de fuego en las protestas. De todos modos la situación actual indica que no cesará el fuego por el momento.

Los seguidores de Los Hermanos Musulmanes decididos a permanecer en las calles, y los constantes y sangrientos enfrentamientos son una clara demostración de la inestabilidad que enfrenta Egipto. Mientras tanto el gobierno interino avanza en una hoja de ruta apoyada por el ejército para la celebración de nuevas elecciones dentro de un plazo aproximado de nueve meses, pero hay desconfianza de que esto llegue a concretarse.