Primera situación: es difícil que alguien confunda un pie con un zapato. Raro será que los confunda tanto ante la presencia física de los dos cuerpos, como de sus imágenes o de sus palabras. Si sucede será muy probable que corresponda al campo del error, de la distracción, de un acontecimiento perecedero luego del cual el pie volverá a ser el pie y el zapato el zapato. Hablamos de dos cosas distintas, relacionadas por su uso, cada una con su existencia propia y su palabra. Segunda situación: el caso deviene más complejo cuando las relaciones parten del “uno”: una sola cosa, con su palabra, con su imagen más o menos estándar. Comencemos con la primera situación, la de buscar un equivalente a la confusión del pie con la zapatilla, pero que sea una confusión perdurable, irreversible, totalitaria, irreflexiva, irracional, en síntesis: una buena estrategia sostenida desde el mero discurso. Un ejemplo apropiado para esta oportunidad es la afirmación que se presenta con la supuesta relación “democracia = instituciones gubernamentales”. ¿Nunca pensaron por qué repetimos como loros “instituciones democráticas”? El atributo “democrático” no es parte de la definición del sustantivo “institución”. Una institución será democrática o no en función de sus actos. Piense lo siguiente: la pretensión democrática no es privilegio exclusivo de un gobierno ni de una república, y se concreta o no en cualquier agrupación de personas que deleguen la representación de sus derechos en otras que, por razones técnico-prácticas, se encargarán de ocupar los puestos que hacen funcionales a diversas estructuras. Por otra parte, sobra variedad de modelos gubernamentales como para creer, por ejemplo, en la igualdad “presidente = democracia”, cuando un modelo parlamentario difiere radicalmente de uno presidencialista. Ni qué mencionar que un presidente puede no ser democrático, pues no lo es por definición sino por los actos que determinarán su verdadero atributo. ¿Nunca se preguntó por qué nuestro modelo es presidencialista? También le pregunto: si usted ve un par de zapatos que le gustan pero que el único número que queda es cuarenta y dos y usted calza cuarenta y cuatro ¿se los compra igual? Otra pregunta: ¿se puede prescindir del calzado, es decir “que se vayan todos”? Hay respuestas, pero esta página invita a la reflexión sin ser una lección.
Pasemos al segundo problema que es cuando la contradicción existe entre el “uno” y su “representante”. El genio de René Magritte nos lo permite pensar desde su obra “Esto no es una pipa”, y Michel Foucault desde su ensayo sobre la obra del pintor belga1. Tenemos dos versiones dibujadas por Magritte, Ceci n’est pas une pipe. La versión “A” presenta la situación inquietante de relación-contraste de imágenes y palabras: el significado de la negación. La versión “B” tiene una pipa suspendida despojada de texto y otra colocada en una tela con el texto. Los interrogantes se multiplican. Magritte pone en crisis la equivalencia entre el hecho de la semejanza y la afirmación de un ligamen representativo. ¿Y por qué traigo este tema en relación a las elecciones presidenciales? Magritte, como tantos otros artistas, tuvo la capacidad de ir un poco más allá que otros pintores y revelar un mundo. En democracia hay quienes tienen la posibilidad de ir un poco más allá y descubrir, sin necesidad de tanto talento como el de Magritte, que las instituciones no son necesariamente democráticas y que las personas que ocupan puestos en ellas manejan como herramientas “las más antiguas oposiciones de nuestra civilización alfabética: mostrar y nombrar, figurar y decir, reproducir y articular, imitar y significar, imitar y leer.”2
Votar a un presidente de la nación es una acción que tiene un alcance delimitado por la estructura atributiva que poseen las instituciones gubernamentales de un país, y acabamos de decir que ellas no son democráticas per se, lo cual nos pone en la disyuntiva de lograr que lo sean o entregarnos a ser meros instrumentos útiles del sistema imperante. El gran desafío de una sociedad consiste -en estas circunstancias- en tomar conciencia que con un zapato dos números más chicos que el correcto no se podrá caminar demasiado, saber si se tiene la misma capacidad que la de un africano como para andar kilómetros y kilómetros descalzo sobre la tierra áspera. Y por sobre todas las cosas tomar la pipa con las manos, colocarle tabaco, encenderla y fumar. Hoy por hoy, todo comienza por votar, pero luego debería seguir el “reunirse” con aquello que se pretende que nos represente. Como siempre, esta posibilidad es inviable si no se comienza por practicarlo sobre uno mismo. ◊