Arte mirando al Este

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Janco afina su chelo con cuidado y dedicación. Las trenzas de sonido rasgan el aire para extenderse como siluetas danzantes que se tocan, se acarician y se alejan. En el comedor de la planta baja, el padre de Janco percibe las notas que las paredes asordinan y revive la emoción de entrar a la Casa Municipal de Praga escuchando la compleja sonoridad de una lejana orquesta que afina.

“Tras la caída de la Unión Soviética, resurgen en los países de Europa del Este los problemas relacionados con etnias y minorías”. “Se acabaron las tentativas de integración. ¿Cuánto tiempo más iba a negarse la diversidad histórica, política, económica y cultural de los países de la región?”. “Ya sea a nivel de personas como de ciudades o de países, la fuerza de la identidad regional suele convertirse en violencia frente a lo diferente. Europa del Este no ha sido la excepción en este aspecto”.

Ilona se recoge el cabello mientras lleva con esfuerzo un par de sus pinturas a través de las calles de Budapest. Todavía debe cruzar la Plaza de los Héroes, pasar frente al Museo de Bellas Artes y caminar otras dos cuadras. Aunque sabe que no demorará mucho en llegar, su ansiedad le acelera los pasos a una velocidad descontrolada. ¡Qué emoción incontenible! Por primera vez participará en una exposición de artes plásticas en una galería de arte de la ciudad.

“Para algunos europeos occidentales, los inmigrantes provenientes de países del este son personas menos civilizadas y tolerantes que los ciudadanos locales. Sin embargo, esta misma actitud demuestra intolerancia”. “En Europa Oriental, el racismo, el antisemitismo y la difusión de la prostitución han quedado como estigmas que el pensamiento popular estereotipó a través del tiempo”. “Las activistas ucranianas de Femen siguen apareciendo semidesnudas como forma de protesta contra el turismo sexual. Uno de sus lemas en la Eurocopa 2012 fue: ‘¡Ucrania no es un burdel!’”

Svetlana y Nikolay cenaron temprano y se disponen ahora a ensayar el último acto de una obra de Chéjov. El fin de semana, en un pequeño teatro de Rostov del Don, concurrirán más de cien personas a ver la obra. Ambos sueñan con llegar a pisar un día el escenario del “Máximo Gorki”, el Teatro Académico del Drama, pero saben que tendrán que trabajar duro para lograrlo. De todas maneras, eso no les preocupa porque hacen lo que más les gusta.

República Checa, Bielorrusia, Georgia, Polonia, Bulgaria, Ucrania, Hungría, Rusia, Eslovaquia, Rumania, etcétera. No todas las clasificaciones coinciden en la lista de países que componen Europa del Este –ya Borges ironizaba sobre la humana costumbre de clasificar–, así que la anterior es solo una enumeración arbitraria, parcial y desordenada que, al menos, puede evocar una diversidad de sensaciones. Por ejemplo, recuerdo el sabor y la textura del postre húngaro que mi papá había aprendido a cocinar, mi primer asombro ante Kafka y La metamorfosis, el impacto del comienzo del tercer movimiento de la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak, la admiración frente a la profundidad sicológica de los textos de Dostoievski, los delicados modales de una vecina rumana de nombre Irma… Por supuesto, la tremenda densidad histórica y cultural de los países citados merecería una consideración extensa y profunda más que una simple enumeración de instantáneas personales.

Aquí nos limitaremos a plantear una sola pregunta: independientemente de las acciones y omisiones de quienes poseen suficiente influencia sobre la región, ¿es posible que desde el arte y desde la gestión cultural se ayude a pacificar y a seguir enalteciendo los valores espirituales en Europa del Este?

No se trata de una fantasía. Muchos continúan trabajando con denuedo en tales emprendimientos. El proyecto How to Do Things? – In the Middle of (No)where apuntó a la eliminación de las fronteras europeas y de las ideas preconcebidas. Con la participación de más de una docena de países y de más de una veintena de artistas, generó debates de todo tipo. La identidad, la tradición y la realidad europea se plantearon a través del arte en ciudades tan diversas como Budapest, Bucarest, Kiev, Copenhague y Berlín. En otro lugar, y con la ayuda de Cultura 2000 (reemplazado ahora por el programa Cultura 2007), la antigua y abandonada central eléctrica de Silahtaraga fue transformada en un complejo cultural y de arte contemporáneo enclavado en uno de los más antiguos barrios industriales de Estambul, en el punto de encuentro de Europa con Asia. Indudablemente, varias páginas de esta revista podrían llenarse con una larga lista de proyectos semejantes.

Entonces, ¿es posible colaborar a través del arte en derribar estereotipos culturales negativos? Por qué no con la ayuda del arte, que es capaz de mirar al este y hacia el resto de los puntos cardinales del planeta que todos habitamos.