“Transfigurado” es el participio pasado del verbo “transfigurar”. Arnold Schöenberg compuso un sexteto de cuerdas cuyo título incluye este participio. Su utilización no fue casual: esa obra inicia su período dodecafónico, cambio inspirador de otros cambios en la música clásica desde los comienzos del siglo XX. Muchos conocen y disfrutan de esta obra. También el verbo nos da algo más que una señal, nos produce signo, nos permite arribar a un concepto sin necesidad de buscarlo en el diccionario.
Eso se debe a que las unidades de sonido “trans” y “figurada” también son unidades de sentido. Gracias a este sistema de doble articulación nacen palabras con significados que antes de su creación no adquirían la misma dimensión. La pieza de Arnold Schöenberg se llama La noche transfigurada y su título original en alemán Verklärte Nacht. Antes de Schöenberg el dodecafonismo no era pensable, y posiblemente también el título fue absolutamente original. Sin embargo hay una diferencia: la obra que compuso entra en el orden del acontecimiento y es una creación que generó un cambio inspirador de otros cambios. Pero incontables personas transfiguraron la noche sin necesidad de usar este verbo que sí logra potenciar el concepto. Lo hicieron de igual modo con incontables signos capaces de hacer cambiar la figura o el aspecto de la noche.
¿Por qué cuento esta historia? Porque la palabra “ecología” es compuesto análogo de “economía”, siendo “ecología” el “estudio del lugar en que vive o se halla algo” (logia: tratado – eco: lugar en que vive) aparecida como palabra-concepto hacia fines del siglo XIX. Si uno toma un diccionario de griego antiguo va a encontrarse con la palabra predecesora de la latina “eco”, “oikos – oixos” con ricos tratamientos que van desde “casa”, “alojamiento”, “lugar donde se habita”, “lo de uno”, “patria”, a designar también “patrimonio” o “del que reside en el campo, campesino”. Sólo con su segunda derivación tenemos más de sesenta ejemplos. Con esto quiero decir que los griegos tenían una gran integración lingüística-conceptual-simbólica del lugar en el que habitaban y su relación mutua. Lo que no necesitaban era unir sus conceptos de “lugar” a la idea de “logos” como “tratado”, como aquello que se ocupa del estudio del lugar en el que vive el hombre: no necesitaban una “aparato-logía” como lo requieren los tiempos modernos. Algunas preguntas, por ejemplo, son ¿Existe hoy en día una conciencia de los componentes de la palabra “ecología”? ¿Puede haber conciencia de “lugar” cuando al hombre se lo prepara en la escuela y en el trabajo para pensar que ocupa un “espacio ubicuo”, como sólo lo hacen las divinidades, requisito esencial para las necesidades de manipulación mental hacia la inserción del trabajador en los sistemas productivos actuales? ¿No resulta la “logia” de la “eco” una tecnificación que impide retomar la conciencia de “lugar” en lugar de favorecerla? Y a la pregunta ¿es posible la ecología?, mi respuesta es: no. La ecología no funciona más que como un mero dato, una señal que genera acción-reacción mediante técnicas que despliegan la anulación de su significado cuyo resultado es que no haya concepto que pueda ser elaborado por la conciencia de los individuos, limitándolos a devolverles aquello que sí generan en tanto mercado. Sin duda la idea de la necesidad de “lo” ecológico surge de la gente, pero como inconsciente colectivo que solo es capaz de generar una acción-reacción mecánica. La diferencia entre Shöenberg y los productores de bienes y servicios es que el compositor alemán, frente al inconsciente colectivo que sentía la necesidad de una transfiguración en la música, les devolvió un cambio motivador de cambios: el dodecafonismo, el concepto, la salida de la prisión que implica el hecho colectivo no mentado, aceptado por mandato. En cambio el actual sistema productivo le entrega a la gente “lo” ecológico: objetos que nunca llegan a hacer signo como para que se recupere la idea natural de “lugar”. “Lo” ecológico es un producto perfecto que mejora las ventas y que genera una realidad virtual conveniente en un sistema social educativo y laboral absolutamente anti-ecológico, ergo funciona como una utopía literal: deja al hombre sin lugar alguno como metodología para generar un ser inexistente pero productivo-consumidor.
La ecología no funciona más que como un mero dato, una señal que genera acción-reacción mediante técnicas que despliegan la anulación de su significado cuyo resultado es que no haya concepto que pueda ser elaborado por la conciencia de los individuos.
El humano utópico, el no lugar como hacedor de verdaderos humanos transfigurados en humanos virtuales. Frente a este panorama, hoy por hoy la ecología no es pensable por las mayorías pues no se llega al concepto si previamente se perdió el lazo con los sub-conceptos que le dan sentido. Por eso, apenas surgen problemas del tipo “caída en la capacidad de consumo” o “disminución de la rentabilidad del capital”, la ecología es dejada de lado de inmediato para ocuparse de lo que sí consideran importante tanto consumidores como productores. Al hombre no se le hizo carne el “logos”, así como tampoco se reintegró al “lugar” y no percibe lo esencial que hay allí para él.
¿El hombre en su casa o en su “cosa irreal”? – La entelequia como una ironía para distraer.
La “economía” conjuga dos palabras griegas: “oikos” = casa, familia (ya vimos su mayor amplitud polisémica), y “nomos” = gobierno, ley, patrimonio, reglamento, administración. Originalmente también incluía la gestión de la casa: la economía doméstica. Pero hay que resaltar algo: no encontrarán en ningún diccionario de griego antiguo la palabra “economía”, pues no existía como conjunto disciplinario. Les bastaba con el “nomos” para referirse al pueblo del “reglamento”: al intendente, los que distribuían y administraban, quienes eran tesoreros, etc. El “oikos”, por un lado, desplegaba su sentido como el lugar donde se habita; el “nomos”, por el otro, como los reglamentos. Podían tener significados que los aproximaban, sí, pues tanto la casa como el gobierno no dejaban de tener su administración, sus sistemas productivos. Pero lo importante es que la relación de una persona era con dos palabras que ellos no confundían porque eran dos cosas diferentes, y que ellas –las palabras- se relacionaban desde sí mismas con su propia polisemia o pluralidad de significados. Actualmente el homo economicus es monolítico y puntual: no ocupa tiempo ni espacio. Por eso la ecología no puede penetrar en él, sino que surge de él como imagen residual de una memoria que se proyecta y alimenta la realidad virtual que lo rodea. Recordemos por último que “la economía” recién ingresa en su fase científica en el siglo XVIII a través de Adam Smith y François Quesnay.
Si leemos artículos sobre ecología escritos en revistas ligadas a la economía, así sean redactados por profesionales, no escapan al principio de constitución del mercado como lugar de formación de verdad y ya no exclusivamente como ámbito de jurisdicción; eso basado en el “nuevo” arte de gobernar que impuso el liberalismo en el siglo XVIII. Si yo intento escribir de un modo “profundo” mis estudios sobre la problemática ecológica u otras, afronto el inconveniente de que ya hay un entramado que se ocupó de generar una sensación de “peligro” en aquellos que leen este texto si sienten que se los saca del encierro de sí: el mecanismo mágico de “seguridad” del Leviatan de Hobbes.
Dice Jean-Pierre Le Goff: Hemos pasado de la propaganda política tradicional al reino de la comunicación, poniendo en movimiento unas fórmulas insignificantes, que no pueden suscitar fuertes adhesiones pero que actúan a través de un efecto de desestabilización. Cuando las palabras pierden su significación, cuando se puede decir cualquier cosa y su contrario en una suerte de torbellino de la comunicación, el terreno es propicio a todas las manipulaciones. En este contexto de barbarie edulcorada alimentado técnicamente por un gran número de profesionales de las ciencias humanas, ¿qué puede sobrevivir de la palabra “ecología” o sus componentes?
¿Cambio ecológico sin cambio económico político?
Lo que escribo apunta a generar la “inquietud de sí”, único modo de escapar de las corrientes antes descriptas. Ese es mi espíritu positivo aquí volcado. Esta inquietud nos lleva a la voluntad de saber. Intentemos realizar un breve ejercicio:
A fines del siglo XVIII ingresamos en una modalidad de “gobierno frugal”, es decir parco, pero con un ejercicio paradojal de esa parquedad. Esa paradoja se da en un gobierno liberal del cual todavía no hemos salido y que lleva a cabo una práctica gubernamental de intromisiones extensivas e intensivas en un contexto del cual supuestamente se había excluido. El uso de la palabra “frugal” tiene aquí más bien el sentido de “bajo precio”. Esta interpretación la hace Michel Foucault a partir de palabras de Benjamin Franklin: un pueblo virtuoso y laborioso siempre podría ser ‘gobernado a bajo precio’ en un sistema republicano. Este sistema de gobierno liberal entabla una conexión con la razón de Estado y determina un régimen de “verdad” en la expresión y formulación teórica desde su nueva ciencia: la economía política. La economía política y el gobierno mínimo es la fórmula con la que el liberalismo esconde su intervención extensiva e intensiva en “todo” (hablar de “verdad” lleva indefectiblemente a hablar también de “totalidad”). Ergo: la ecología podrá “ser”, hoy por hoy, si encuadra en la “verdad liberal” y eso es un imposible conocido por quienes hayan estudiado un mínimo de microeconomía. Por ejemplo, una premisa “ecológica” no permitiría evitar el punto crítico de la curva de productividad/rentabilidad capitalista: el célebre cambio de pendiente que necesita sí o sí de alguna forma de destrucción para ser evitado. La ecología para el liberalismo no pasará el estadio de fetiche que necesitan los gobiernos para lograr ciertos equilibrios en su relación de poder con el pueblo. Los “pseudo-profesionales” de cualquier especialidad alineados al management (sean psicólogos, contadores, médicos, etc.) no hacen otra cosa que hablar de “lo” ecológico, es decir de “productos”, de un “algo final”, “terminal” (sí: como una enfermedad), que en sí mismo puede que sean productos “ecológicos”, “biodegradables”, pero que no necesariamente lo son en su proceso productivo ni en los múltiples fenómenos sociales anti-ecológicos que desencadenan. Una producción ecológica seria obliga a salir del actual sistema productivo y de la gobernabilidad económico-política liberal. Un mundo ecológico obliga a una revolución pues la economía política liberal se convirtió en Ley, y como dijo Maximimilien Robespierre “Toda revolución siempre está fuera de la ley” o “Ciudadanos, ¿queréis una revolución sin revolución?” Independientemente de la opinión que podamos tener hoy en día sobre Robespierre, fue uno de los que llevó a cabo la revolución que puso a la burguesía definitivamente en el poder, revolución que es aceptada y celebrada pese a que poco se estudian sus detalles (…leer un poco más sobre Danton… ¿quién lo haría hoy entre los pseudo-profesionales? Ninguno, pues dirían: “No es práctico, no estaría bien visto por mis supervisores, es peligrosamente ecológico”). Paso a citar a Michel Foucault en relación al aspecto inviable de un sistema productivo ecológico en tanto que una auténtica ecología es antinómica con la matemática y el derecho de la economía política liberal:
…los primeros economistas eran al mismo tiempo juristas y personas que planteaban el problema del derecho público. Beccaria, por ejemplo, teórico del derecho público esencialmente bajo la forma del derecho penal, también era economista. Adam Smith: basta con leer ‘La riqueza de las naciones’, sin siquiera mirar sus otros textos, para ver que el problema del derecho público atraviesa por completo todo su análisis. Bentham, teórico del derecho público, era a la vez un economista y escribió libros de economía política. Y al margen de esos hechos que muestran la pertenencia originaria del problema de la economía política al de la limitación del poder público, pues bien, lo encontramos sin descanso en los problemas planteados durante los siglos XIX y XX en materia de legislación económica, separación del gobierno y la administración, constitución de un derecho administrativo, necesidad o no de la existencia de tribunales administrativos específicos, etc. Al hablar de autolimitación de la razón gubernamental, no me refiero a una desaparición del derecho, sino al problema planteado por la limitación jurídica de un ejercicio del poder político cuya fijación es impuesta por los problemas de la verdad.
A fines del siglo XVIII ingresamos en una modalidad de “gobierno frugal”, es decir parco, pero con un ejercicio paradojal de esa parquedad.
Estimado lector: ¿entiende ahora por qué fracasó la propuesta para Copenhague 2009, así como será un fracaso la Conferencia de COP16 organizada por las Naciones Unidas sobre cambio climático en Cancún, donde ya se pueden leer artículos que titulan “La energía de la desesperanza para los ecologistas” en relación al sector energético-económico? Pensemos en serio. Y estas preguntas van para los ecologistas:
- – Las personas que intervienen en este tipo de conferencias ¿tienen la intención de producir una ruptura en el sistema económico político?
- – ¿Puede pensarse primero en la “sustentabilidad” de los medios energéticos sin antes pensar en qué marco se los utiliza?
- – ¿Puede ser que toleremos que haya pseudo-profesionales que hablen de modelos energéticos “sustentables” cuando “La energía” es ajena al concepto de “sustentabilidad”?
- – ¿Estudian algo de termodinámica para saber que la energía no es “sustentable” por naturaleza, pero que hay economías sustentables? ¿Saben que hay que luchar por esas economías pues no son las políticamente aceptadas?
El crimen ecológico está en las entrañas de la economía política y su derecho.
La posibilidad de concebir un punto siempre se encuentra con la inclusión del afuera del punto en sí.
Cito nuevamente a Michel Foucault:
…el gobierno es en el fondo algo que ya no debe ejercerse sobre súbditos y sobre cosas sometidas a través de éstos. Ahora, el gobierno se ejercerá sobre lo que podríamos llamar república fenoménica de los intereses. Pregunta fundamental del liberalismo: ¿cuál es el valor de utilidad del gobierno y de todas sus acciones en una sociedad donde lo que determina el verdadero valor de las cosas es el intercambio? Pues bien, creo que ahí se esbozan las cuestiones decisivas del liberalismo. El liberalismo planteó en ese punto la cuestión fundamental del gobierno, y el problema pasaba por saber si todas las formas políticas, económicas, etc., que se quisieron oponer al liberalismo pueden escapar efectivamente a esa cuestión y a la formulación de esta cuestión de utilidad de un gobierno en un régimen en que el intercambio determina el valor de las cosas.
En Nacimiento de la biopolítica, Michel Foucault nos muestra claramente el marco en el que estamos inmersos y nos muestra por dónde se debe comenzar a pensar los cambios que redundarán en otros cambios. Tal como lo produjo el dodecafonismo de Schöenberg.
Eco-discursos: la confusión y la manipulación legitimada
La ecología no escapa al management y su manipulación. Se llega a presentar al management como un emancipador de la nueva era. Este tema también se antepone a la hora de poder llevar a cabo una acción económica-ecológica posible, ya que conforma el otro factor que la ecología suele descuidar: el factor humano visto desde la antropología social, y por sobre todo la necesidad del retorno del homo philosophicus. Así como hablamos del “horror económico” gubernamental, el management se ocupó de acelerar los procesos de creación de sus nuevas necesidades en materia de recursos humanos para “todo servicio”, con la consecuente aceleración también del microfascismo como parte de los desórdenes producidos en los individuos. De este modo se produce una transfiguración vital: el esclavo es su propio esclavizador, por dar una figura extrema pero real y verificable.
Es imposible que se consiga apoyo para causas ecológicas cuando el sistema productivo es más tóxico que nunca para con los humanos. Por intermedio de la combinación de disciplinas como la psicología, la psicología social, mezcladas con técnicas de desarrollo directivo, investigación de mercado y opinión pública, por mencionar sólo algunas, se trabaja fuertemente en el modelo del “recurso humano colaborador”. Este modelo está caracterizado por siete dimensiones mayores: ser participativo, ser un hombre de diálogo, aceptar los replanteamientos, ser tolerante, ser franco, comprometerse con el progreso continuo, adherir a su empresa, involucrarse personalmente. Los discursos del management sobre el compromiso de los asalariados en la empresa, sobre su autonomía y su responsabilidad, dan la imagen de una empresa homogénea y consensual. La realidad vivida por los asalariados es otra. Lo que se busca es que esa adhesión a la empresa consista en un conocimiento y relevo de la política empresarial para generar una defensa de la planta cuando es atacada tanto desde el interior como del exterior (ataque no “proletario” sino dentro de la propia competencia comercial con otras empresas).
¿Se puede hablar de una ecología, de un cuidado de “la casa”, cuando quien la habita está sufriendo “cambios climáticos” en el interior de su persona que lo llevan a la imposibilidad de constituirse como individuo? Veamos: existe el software de manipulación que ofrece herramientas de asistencia para la elaboración de balances de competencias y comportamiento. El software pretende inventariar aquello que pueda motivar una persona, verificar la pertinencia de una formación, evitar una gran desmotivación, despidos indeseados, una productividad escasa, elaborar un balance de los intereses. Sobre la base proporcionada por la computadora, el objetivo es suscitar el acuerdo del entrevistado, pero conocer los rasgos de su carácter en los que podría haber disidencias, tratando de objetivar al máximo la argumentación. Esta y otra información puede obtenerse en el libro El nuevo papel de la iniciativa individual, originalmente publicado por el Instituto del Management de Electricidad de Francia y Gas de Francia. Como podemos ver, estas técnicas no se restringen al ámbito privado. Como síntesis de este libro, podemos decir que busca la inversión de roles y la auto-servidumbre.
La cantidad de herramientas de lo que Jean-Pierre Le Goff agrupa bajo el título de Modernizar a cualquier precio, incluyen un gran número de recursos. La increíble logomaquia del ser competente puede observarse en las técnicas de gestión preventiva de las competencias. Otras son: las herramientas pedagógicas liberadoras: busca evitar la heterogeneidad de los alumnos. Las herramientas de evaluación y los contratos aplicados a los niños: permite estigmatizar el seguimiento de la adquisición de las competencias del niño en una trayectoria de competencias sumamente señalizada mediante documentos firmados por los padres.
Si debemos creer en los especialistas, esos pseudo-profesionales, Le Goff dice que existen muchos tipos de competencias. Pueden ser generales o específicas; técnicas, polifuncionales. Las competencias son también “transversales” y dan lugar a clasificaciones diversas. Enumerarlas aquí sería excesivo, para eso remítanse al libro de Le Goff La barbarie edulcorada. Sí creo indispensable hacer hincapié en su mención sobre el discurso pseudo-docto: Los especialistas proceden del pensamiento propio de la subcultura de los ámbitos de la formación y el ‘management’: sobre la base de una primera definición sumamente general, se recorta luego la noción en categorías y subcategorías múltiples que remiten las unas a las otras en una logomaquia que confunde el sentido común.
Epílogo
¿Es posible la ecología? El sistema económico político actual es autorreferencial y excluye el principio de relación hombre-lugar tal como lo vivieron los Antiguos. Si los planteos “eco” no comienzan por romper esta perfecta circularidad, que es el tema primero y fundamental para hacer posible cualquier otro, el resto de los tópicos se convierten en la paradoja del acto desesperado y banal. De nada sirven las discusiones sobre un sistema energético u otro, en imponer tales o cuales cotas, normativas o reglamentos. De nada sirve que siempre quede fuera de discusión la conciencia de sí y del sistema productivo en su raíz más profunda.