Desde los primeros instantes, percibimos la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, como una extraordinaria “imitatio vitae” (imitación de la vida) y como una compleja “imago veritatis” (imagen de la realidad) de este tercer milenio; una ciudad donde confluyen dinámicas tanto arcaicas cuanto muy modernas, develándose humanamente y socialmente, el contexto ideal para el sincretismo cultural practicado por Antropología Tercer Milenio.

Tres son las características que a lo largo de nuestro viaje, constantemente, atribuimos a esta enorme y compleja concentración de vida, que es la capital argentina: trágica, sublime y empática.

La Asociación Antropología Tercer Milenio, nació en Roma (2008), para promover una cultura multidisciplinar y sincrética, no unidireccionalmente especialista, sino antropológicamente transversal que considere e investigue “el fenómeno hombre” en su totalidad; ejemplo emblemático de dicha orientación, son las investigaciones dirigidas a evidenciar las confluencias entre las doctrinas platónicas, las gnósticas y el heterogéneo encauzamiento de la física cuántica.

Los eventos culturales que A.T.M. organiza en ciudades como: Roma, Atenas, El Cairo, Madrid, Londres, están enfocados a revalorizar (en términos gnoseológicos) ciudades, sitios arqueológicos, museos y áreas naturales, creando así las conexiones antropológicas entre arte, filosofía, ciencia y mística, necesarias para un nuevo multiculturalismo ético.

Una de las peculiaridades de la asociación es la de estudiar el Genius Loci de la ciudad o tierra en la que trabaja.

El Genius Loci, según las tradiciones antropológicas etruscas, griegas y romanas, es una entidad natural y sobrenatural, relacionada con el lugar, una entidad simbólico/energetista que en la visión pampsiquista, adquiere el papel de Alma del lugar.

Sería incomprensible, por ejemplo, la némesis histórica de Roma y también la identidad de la Roma contemporánea, si no profundizáramos, por un lado, en las dos divinidades primeras que según el mito llegaron al Lacio: Saturno (el dios exiliado y derrotado por Júpiter) y Jano (el dios escatológico bifronte); y por otro lado, el mítico y sangriento conflicto entre los gemelos (Rómulo y Remo) hijos de Marte, dios de la guerra y de la vestal Rea Silvia, descendiente de Eneas, conflicto tan sangriento cuanto fundacional, en el cual reside el código genético de la ciudad eterna. Ideas, mitos y energías sobreviven, inconscientemente, en la mente de los hombres y siempre concurren a orientar la cultura y la historia.

La cultura, según A.T.M., es una segunda naturaleza, que cada hombre y mujer puede libremente elegir para direccionar y transformar su propia vida

Así, cuando llegamos a Buenos Aires, (ciudad que A.T.M. eligió como punto de referencia para sus actividades en Sudamérica), teniendo en cuenta su breve historia (fundada el 2 de febrero de 1536 por el español Pedro de Mendoza) y acordándonos de las sabias palabras escritas por Servio Mario Honorato en el comentario a La Eneida: “nullus locus sine Genio” (“ningún lugar existe sin un Genio”), decidimos dejarnos guiar por las palabras modernas y muy humanas del Genius Loci de Buenos Aires, del gran literato Jorge Luis Borges, autor que adoptó, literariamente, a la capital argentina.

Él, más que nadie, se preguntó sobre el sustrato ontológico de la ciudad, localizando el barrio de Palermo, como el lugar de fundación y describiendo la ciudad entera, como una energética extensión de su vida psíquica: “Las calles de Buenos Aires ya son mi entraña…” (J. L. Borges, Las calles).

Es casi imposible pensar a Buenos Aires, sin tener en parecieron una suma caótica de tendencias arquitectónicas, idiosincrasias, tradiciones étnicas y pueblos de distintos cuenta el proceso de literaturización que el autor argentino realizó en relación con su ciudad, vivida y entendida como un críptico manuscrito, persiguiendo una extraordinaria máxima de Shopenhauer, filósofo alemán que amó especialmente: “El mundo es mi representación“.

Nos dimos cuenta de que la clarividente ceguera de Borges, era una clave de lectura antropológica muy eficaz, para observar el microcosmos Buenos Aires, una especie de “navegador” psico urbanista que siempre direccionó nuestra manera de mirar a la capital argentina, de capturar la mezcla de tragedia y belleza que la rodea.

En esta ciudad argentina, cada cosa nos pareció una cita: cada arquitectura; cada aspecto antropológico; cada nombre; cada signo era una cita de eventos, personas y lugares, distribuidos por el mundo… Como si, en Buenos Aires, el mundo entero hubiese confluido y se estuviese, orgánicamente, regenerando y volvió a nuestras mentes una aguda cita de Borges: “La vida misma es una cita“, que en nuestros ojos y en nuestras mentes se tradujo como: “En Buenos Aires, cada cosa es una cita“.

Las citaciones culturales a las que nos referimos, no nos lugares; la ciudad se develó ante nosotros, como la de las segundas oportunidades y la de la mutación antropológica; como la antigua Alejandría de Egipto, lugar de confluencia de los mayores sistemas filosófico-religiosos, donde platonismo, sufismo, gnosticismo y cristianismo se confrontaron y legitimizaron mutuamente.

Como observadores europeos e italianos, nos dimos cuenta de que, no solamente esta ciudad se relacionaba con los cultos femeninos mediterráneos de la Gran Madre y, en especial, con el culto de la Virgen de Bonaria de Cágliari, sino también de cómo la ciudad y su némesis histórica está, indisolublemente, vinculada con uno de los mitos griegos más determinantes: el Rapto de Europa.

Aquel mito fundacional, según el cual, el dios Júpiter enamorado de la princesa fenicia Europa, (hija del rey Tiro Agénor), para seducirla y raptarla se transformó en un toro blanco y la llevó a Creta, isla en donde Europa dio, a Júpiter, tres hijos: Minos, Radamantis y Sarpedón. El mito existente en La Ilíada, de Homero, cuenta que el padre Agénor envió a todos sus descendientes de Occidente a la búsqueda de su hija Europa y ellos, durante la travesía, fundaron ciudades, convirtiéndose en civilizadores del mundo occidental.

Este mito, que esconde en sí, el paradigma antropológico de la migración de la civilización desde oriente hacia occidente, asumió una nueva visión, una nueva y desconcertante materialización: Buenos Aires y Argentina, en general, como “terminal histórica” de esta fatigosa migración cultural desde oriente hacia occidente; “atracadero” de este proceso antropológico trágico, sublime y empático, en el que resuena, como el atormentado canto de Atahualpa Yupanqui, el terrible genocidio de las poblaciones indígenas; como un tango vanguardista de Astor Piazzolla, el coraje y la genialidad de los fundadores de ciudades y comunidades sudamericanas; como un rabioso solo de jazz del Gato Barbieri, la herida de la dictadura, la endémica injusticia social y la inaudita política de endeudamiento; y, finalmente, como un místico canto de Beatriz Pichi Malén, la empática convivencia civil entre grupos étnicos y la ayuda mutua que se practica en esta tierra tan rica, generosa dispensadora de segundas oportunidades.

En síntesis, lo que nos pareció evidente es que el alma de Europa ya no existe, ya no hay identidad cultural para afrontar el delirio neocapitalista, el fenómeno migratorio global y las anunciadas guerras entre civilizaciones; Europa ya no tiene memoria de los pilares básicos de su civilización, por esto el alma del viejo continente huyó a ultramar, migrando a Sudamérica, acomodó su cuerpo herido y cansado en tierra argentina y echó las raíces de su alma arcaica en Buenos Aires, la ciudad hija del indomable éter… por este motivo, los actuales descendientes de Agénor, buscan y encuentran partes del alma de Europa, más allá de las columnas de Hércules.

Además de una emotiva mitización, Buenos Aires se nos ha revelado como lugar del perenne conflicto/confrontación, una ciudad que se puede definir “heraclítea” y “cuántica”, en la que los espacios se curvan y se dilatan bajo el efecto distorsionante del tiempo y de las diversidades culturales: el Teatro Colón que se dialectiza con el Barrio Villa 31; el puente Calatrava que conversa con el gran obelisco; Puerto Madero que se vuelve espejo volcado de La Boca; el Museo Malba en dueto con la Feria de Mataderos; la Casa Rosada, que inclina la cabeza ante el museo de la memoria en la ESMA.

Donde quiera que se esté en esta urbe, se respira un aire de rescate social, cultural y civil; la pasada dictadura militar, los treinta mil muertos que causó y el intento de aniquilación de una entera generación que, heroicamente, se opuso al abuso antidemocrático, levitano, centelleando en la atmósfera psicológica de Buenos Aires, en las calles que Borges describe como sus entrañas, hemos percibido el dolor profundo, de este pueblo, y volvieron a la memoria las primeras palabras de otra gran poesía titulada Buenos Aires: “Y la ciudad, ahora, es como un plano de mis humillaciones y fracasos…

La capital argentina, urbanísticamente así como psicológicamente, revela una cara “proteiforme”, expresión de aquel dios griego llamado Proteo, dotado del poder de transformarse en cualquier forma de vida y de predecir el futuro; capacidad proteiforme que entonces produce una imposibilidad de bloquear, fotografiar e identificar la verdadera cara de la ciudad; capacidad proteiforme que implica también un particular síndrome, que la medicina define como: Síndrome de Proteo, relacionado con la imposibilidad de diagnosticar con exactitud la enfermedad.

El mal de la Argentina, según muchos, causado por la política del débito/chantaje y por una mafiocracia que inmoviliza el país, es el mismo mal que afecta a la humanidad entera y su diagnóstico es una especie de enigma de la Esfinge, para cuya solución definitiva tendríamos que molestar mentes homéricas, socráticas y salomónicas.

La ciudad cosmopolita surgida en los confines del mundo, se mueve en direcciones pasadas y futuras, se expande de forma tentacular, acoge impulsos vanguardistas y reaccionarios, parece una indicible extensión de la mente, los confines entre las cosas se matizan, como el libro de arena borguesiano que nunca se puede abrir en la misma página.

La ciudad de Buenos Aires está en dialéctica consigo misma, animada por vertiginosos contrastes urbanísticos y sociales, animada por tradiciones e innovaciones

Buenos Aires muestra, por encima de todo, una “prioridad humana”, una reconsideración global de lo que es el hombre y los mundos que crea a su alrededor; percibimos y comprobamos en los argentinos un extraordinario vitalismo cívico y cultural, aquel vitalismo cultural participativo que las jóvenes generaciones europeas están perdiendo: más de cien museos, galerías de arte, universidades gratuitas, teatros, bibliotecas, una marcada sensibilidad estética, librerías antiguas, grandes ferias de artigianato, lugares de encuentro, salas para bailar el tango y la milonga, música internacional, design a la vanguardia, revistas de multiculturalismo; todavía parece existir, en la capital, espacio para discutir ideológicamente sobre la realidad y para elaborar opciones, tanto personales como colectivas, alternativas a la unidimensionalidad neocapitalista; un ambiente con fuerte impacto terapéutico para todo ciudadano europeo, crecido entre certidumbres democráticas, bancarias y culturales infundadas.

Hemos encontrado en los habitantes de esta ciudad, una madura y desinhibida conciencia del tiempo presente, un particular “zeitgeist”, como diría Martín Heidegger, una visión madura de la crisis mundial, sin vanas esperanzas, como si la constante inestabilidad político económica que caracteriza a la historia argentina, hubiera generado en el tejido social e intelectual unos específicos anticuerpos, gracias a los cuales la conciencia de la tragedia humana se transforma en reacciones creativas y empáticas, en una marcada sensibilidad hacia el “nosotros” y en una revalorización de lo “colectivo” respecto de la tendencia individualista.

El metabolismo urbano de Buenos Aires, está repleto de energías y oportunidades culturales para investigar las tradiciones antropológicas occidentales y orientales (inevitablemente sofocadas y, en parte, reprimidas por la cultura de masas y por el invasivo proceso de globalización), develando su organicidad ética, estética y cosmológica, evidenciando la existencia de un inconsciente colectivo, de una memoria transpersonal, de las analogías filosóficas y de una serie de arquetipos estructurales necesarios para una unificación de saberes; orientaciones culturales que expresaron: Kant, Jung, Mircea Eliade, Nietzsche, Samael Aun Weor, Bergson y Einstein, algunos de los más destacados intérpretes.

Hemos percibido, con entusiasmo, muy significativa la cuestión antropológica de la población Mapuche, los hombres de la tierra, y de todas las otras culturas indígenas implicadas en una lucha civil y antropológica, para defender su historia y su propia identidad, que merece el mayor de los respetos y atención; y nos hemos dado cuenta de cuán importante es, para el pueblo argentino, relacionarse con aquellos que tratan al Planeta Tierra como un ente consciente, como una madre benéfica creadora de las cosechas, inspiradora de mitos y, por consecuencia, como un valor filosófico no negociable.
En el gran cuerpo laberíntico de la capital argentina, la presencia etnocultural de las diferentes tradiciones indígenas, resulta determinante para no perder el contacto con la parte más arcaica de la conciencia humana, aquella parte psíquica que Carl Gustav Jung, con mucho valor, intentó localizar y desenterrar en la vieja Europa, aquel innato arcaísmo psíquico que es el móvil de nuestras investigaciones antropológicas.
El triple objetivo humanista que nuestra asociación A.T.M. decidió perseguir desde su fundación, encontró, en el inmenso horizonte argentino, un espacio de gran actuación con el objetivo de: Rehabilitar antropológicamente la relación del hombre con sí mismo, Rehabilitar antropológicamente la relación del hombre con su propio cuerpo físico y Rehabilitar antropológicamente la relación del hombre con sus semejantes.

Hemos tenido el privilegio de conocer hombres y mujeres extraordinarios, nos hemos confrontado con intelectuales, hombres de cultura, docentes universitarios y directores de museos y comprendimos que Argentina, es el crisol de un experimento antropológico donde lo trágico, lo sublime y lo empático se persiguen, se concilian y se eliden mutuamente, lugar privilegiado para madurar nuestra propuesta antropológica, donde converger destinos y vocaciones, lugar privilegiado para una nueva Antropología, la Antropología del Tercer Milenio.
Accipe daque fidem (del latín, Acepta de buena fe). ◊