El concepto de seguridad puede conside­rarse desde diversas dimensiones. Por un lado, desde el punto de vista axiológico, la seguridad es un valor social, al convocar­se como un ideario de protección contra riesgos y daños, en tanto es aspiración de la sociedad, en general, y de cada indivi­duo, en particular. Desde un punto de vista jurídico, a su vez, pueden observarse dos planos: uno dogmático y otro normativo. Como dogma paradigmático es uno de los fi­nes del derecho, así como también el orden, la justicia, la igualdad entre otros.
Si lo tomamos como una descripción normativa, la Ley 24509, en su artículo segundo, establece que: la “seguridad interior” (siendo la ley propia que la regula) es la situación de hecho basada en el derecho, en la cual se encuentran reguladas la vida, la libertad, el patrimonio y los demás derechos y garantías de los habitantes, así como la plena vigencia de las instituciones del Estado. Pero también, dicha seguridad, puede verse en un contexto político, en donde se la considera una condición necesaria para toda sociedad valorada, como un parámetro para medir su calidad de vida y como proyecto de comunidad.
Las tres dimensiones descriptas conforman los aspec­tos objetivos de la seguridad, ponderados desde aspectos institucionales, pudiendo agregar, finalmente, un aspecto subjetivo o psicológico, es decir, desde la perspectiva de una persona, por la cual la seguridad es una sensación, que induce a creer que uno está exento de sufrir determinados perjuicios, considerando satisfecha la primaria necesidad de conservación1. En este plano es donde la seguridad, en su aspecto negativo o ausente, o sea, en el sentido de “in­seguridad”, genera los estados emotivos perjudiciales que conllevan su concepto, traduciéndose en emociones como angustia, inquietud, preocupación y miedo.
Y es en este punto, en donde podemos establecer una primera vinculación entre inseguridad y salud. Según Va­llejo Ruiloba: “El miedo es una perturbación angustiosa del ánimo por algún peligro o mal que amenaza, como consecuencia derivada de una sensación de inseguridad. Se distingue de la fobia, en el punto en que, ésta es un te­mor excesivo y persistente, relacionado con un objeto o situación que objetivamente no sea fuente significativa de peligro,2 como así también, del pánico siendo éste ,aquella situación de crisis que degenera en desórdenes generali­zados ,o desbandas desenfrenadas que licúan los vínculos sociales( siendo definido por algunos autores como una re­presentación social autorrealizadora), ya que el pánico sur­ge cuando cada uno huye sin saber por qué, simplemente porque toma el ejemplo de su vecino, suponiendo que él, sí sabe la causa, resultando una oportunidad en la se produce una desocialización extrema, violándose las normas más fundamentales de relación, con una pérdida absoluta del autocontrol”.
Según Gabriela Martínez Castro, Directora del Centro Especialista en Trastornos Mentales: “En los dos últimos años subieron entre el 30 y el 40%” las consultas por casos de estrés luego de episodios de inseguridad”3, “generando patologías no sólo de naturaleza psicológica, sino también con efectos psicosomáticos, tales como contracturas muscu­lares, mareos, taquicardia, agitación, náuseas y sudoración, entre otros.”4

De igual modo, la relación entre inseguridad y temor, en nuestro país, se ve incrementada por la desconfianza en las instituciones destinadas a paliarla o, por lo menos, a ocuparse de ella.
“¿Por qué la sensación de inseguridad y el temor al cri­men son más altos en la Argentina que en otros países de la región? La respuesta a este interrogante es compleja y cen­tral en el debate sobre las políticas de seguridad; sin embar­go son pocos los estudios que la analizan empíricamente. La crisis de la seguridad en la Argentina se caracteriza por un incremento de los delitos denunciados, así como por un aumento exponencial de la sensación de inseguridad y el temor al crimen, llamada criminalidad subjetiva, con evidentes vinculaciones con las políticas públicas y las insti­tuciones encargadas de su prevención y control”5.
A nivel mundial, la variación de nuevas amenazas, como el terrorismo, los movimientos fundamentalistas, el crimen organizado y los delitos de resolución compleja han extre­mado los recaudos y precauciones para la protección ciuda­dana. La tecnología, el incremento de controles realizado por el personal de seguridad de los diversos Estados, como tam­bién paquetes de medidas legislativas, son la reacción global ante la problemática. Inclusive acompañaron el concepto de “securityzación”, entendido como: la sustitución de seguri­dad privada por la pública, ante la inexistencia, inoperancia o desconfianza de la misma. Pero ello no hace descender el nivel de temor general de que, en cualquier momento, se puede desembocar en una situación de pérdida personal a causa del delito, o del terror de una agresión ciega y terrible por parte de una fuerza fanática e irrefrenable.
En este contexto, y siempre en cuanto a la sensación subjetiva de temor, la Argentina adquiere particular rele­vancia. No sólo, en el aspecto comprensivo de lo ya ex­presado, con dos atentados terroristas y la inseguridad de una criminalidad, cada vez más estructurada y avanzada, sino también con la compleja situación interna que alcanza aspectos político- sociales como: la inseguridad jurídica, institucional, política o criminal y las fluctuaciones econó­micas, entre otros factores, que no permiten la certidumbre en el ciclo socio-vital de cualquier grupo. El temor ante lo descripto, va de la mano con la incertidumbre socio-econó­mica propia de la sociedad postmoderna.

Entrevistada Haydee Avrutin6 sobre la relación entre in­seguridad y salud, la misma expresó: “La inseguridad ori­gina un efecto psicológico con patologías psicosomáticas, como por ejemplo: los problemas cardiovasculares. Hay que distinguir el supuesto donde una persona sufre un episodio de inseguridad personal de la denominada “sensación de inseguridad” que hace que, la persona esté en permanente estado de alerta, con actitudes de expectación que le provo­can un estado de estrés general que afecta la totalidad de su ser. Cada respuesta individual es distinta en cada individuo, porque, como señalaba Freud, los sucesos dependen de una historia de base sufriendo la afectación según los antece­dentes de cada uno, pudiendo resultar un potenciador de situaciones que afecten a la salud. Nadie es indiferente a ninguna situación traumática, por más que lo niegue. Cito, como ejemplo, la reciente declaración pública internacional efectuada por Estados Unidos contra Venezuela; dicha noti­cia genera incógnitas sobre situaciones de crisis, o guerra en el peor de los casos, afectando a las personas, incluso a aquellos que niegan los momentos de tensión que causa, ya que producen un proceso de negación de la situación que también les genera un desgaste psicológico. Situaciones de inseguridad individual, social, o internacional, como el he­cho mencionado, originan un permanente estado de aler­ta que es afectatorio de la salud en general, respondiendo, cada persona, de manera diferente”.

Así, el temor, también puede ser buen consejero ya que nos provoca la sensación de que vamos a perder algo que queremos, de modo tal que, a partir del asentimiento de la situación de riesgo potencial, el ser humano reacciona en consecuencia. Es necesaria la toma de conciencia responsa­ble para la consecuente reacción práctica, en detrimento de la ignorancia de los acontecimientos, como una conducta preventiva para las hipótesis de crisis.
No obstante, la relación entre seguridad y salud, (de he­cho dos naturales finalidades del Estado), no sólo puede vin­cularse como efecto nocivo, luego de una situación de inse­guridad, sino también, como factor generador de la misma. A su vez, desde otro aspecto, la salud y la inseguridad se relacionan, no en tanto causa y efecto post evento criminal, sino en la misma vinculación, pero previa al suceso, es decir, desde el punto de vista de acelerador criminológico.

Desde principios del siglo XX, en la denominada co­rriente criminológica positivista o cientificista, las anoma­lías físicas o mentales eran determinantes de la criminali­dad. Autores como Lombroso, propugnaban la existencia del “homo delinquens”, el cual era concebido como un sujeto anormal desde un punto de vista médico, científi­co, psicológico y estadístico. Se creía que la criminalidad se producía por un estancamiento del proceso evolutivo, provocando una involución que no lograba la plenitud de sus capacidades, y determinaba la inclinación a la crimina­lidad por criterios antropométricos basados en la disciplina metodológica de Alfonso Bertillón7; o la concepción de ca­racteres genéticos primitivos que emergían en el desarrollo conductual del delincuente, como el atavismo lombrosia­no, explicado a través de la deformación del cráneo o la mandíbula, en tanto sugerían reminiscencia a los orígenes bestiales del hombre.
Césare Lombroso creó una clasificación basada en los mencionados criterios de anormalidad física y psicológica. Enumeraba los delincuentes natos, delincuente loco moral (falta de sentido moral, perversión, astucia, morbosidad), epilépticos (agresividad, compulsividad, excitación), delin­cuente ocasional (beneficios por asociación comercial, de­lincuente latente en relación con la adquisición de riquezas) , criminaloide (vagabundo), pseudocriminal (involunta­rios), epileptoide (desviaciones orgánicas). Con un criterio más simple, Enrico Ferri sostenía que, una parte de la induc­ción a la criminalidad, tenía base antropológica, mientras otros autores de la misma corriente de pensamiento, como Garófalo, consideraron que el criminal tenía una anomalía en la personalidad moral, de base orgánica endógena.

No obstante, hoy por hoy, se debe reconocer que la criminalidad no es exclusivamente conforme con lo seña­lado a principios del siglo XX, a la luz del derecho penal y desde un contexto de responsabilidad punitiva, consi­derando que las situaciones psicológicas y psiquiátricas deben encuadrar en lo establecido en el artículo 34 del Código Penal, el cual enumera que no será penado “el que no haya podido comprender la criminalidad del acto o dirigir sus acciones , en el momento del hecho”, ya sea por: Insuficiencias mentales; Alteraciones morbosas de las mismas o estado de inconciencia.
Desde un punto de vista psiquiátrico, conforme el va­demécum DSM IV8, que enumera las patologías médicas, podrían ejemplificarse los supuestos antedichos en: a) oli­gofrenias y senilidad (debilidades mentales clásicas y por la edad); b),esquizofrenias (desorden psíquico con desco­nexión de la realidad); paranoias (juicios delirantes sistema­tizados); ciclofrenias desdoblamiento de la personalidad), psicosis (juicios de irrealidad)9, y c) confusiones mentales endógenas o exógenas (acv, golpes, ingestión de sustancias o alcohol, etc.).
En todos los casos, susceptibles de poder adecuarse desde la medicina legal, en la expresión: “comprender la criminalidad del acto o dirigir sus acciones”, como presu­puesto de ser susceptible de castigo o no.
Párrafo aparte merece la psicopatía, por cuanto es siem­pre imputable o castigable, debido a que el sujeto presenta un cuadro psiquiátrico (trastorno de la conducta), el cual consiste en el predominio de su juicio propio de la realidad por sobre el juicio del común de la gente, generalmente despreciándolo.

Según lo expuesto, entonces, tras abandonarse los cri­terios orgánicos cientificistas y enfocando la producción delictual, en factores múltiples que se dan en la base de la primera manifestación socio grupal del hombre, (enten­diendo a la misma como la familia), la relación entre salud e inseguridad es, claramente, señalada por Flores Bonifa­cio10, al referir los estados de violencia, que se generan en el ámbito familiar, produciendo su incidencia en la segu­ridad ciudadana. Señala dicho autor: “…es casi una ley en el ámbito psicológico y familiar, que la violencia tiende a aumentar, a reproducirse y muchas veces un derivado de esto, son las conductas antisociales y delictivas que son las que llaman la atención cuando se habla de seguridad ciu­dadana. Prácticamente, lo que estamos haciendo es ilustrar sobre el vínculo entre salud mental y seguridad ciudadana, los problemas de salud mental que en nuestra sociedad cla­ramente no son atendidos con cabalidad, incrementan la posibilidad de que sea reforzada una variable o factor de riesgo psicosocial, que es la vulnerabilidad emocional de los individuos, su falta de formación en valores, que es una parte de su desarrollo personal y emocional y la debilidad sistémica de sus familias. Y así mismo, se denota que son débiles las políticas públicas de protección a las personas en esta dimensión de su existencia…”

En ese ideario, enrola a la delincuencia juvenil , al con­siderar que la desatención pública de la educación y de la salud pública orientada a la juventud, trae aparejado el apartamiento de los niños, niñas y adolescentes del resto del grupo social, con las denominadas “ selvas de cemento o sociedad comisaria” en tanto apartativas de situaciones marginales no inclusivas. Flores Bonifacio enumera los fac­tores específicos de salud mental que inciden en la segu­ridad ciudadana: violencia familiar doméstica ,o de pare­ja, en tanto su descuido produce delitos contra la vida y la integridad física; dificultades en el desarrollo y crianza en los primeros años del niño, en tanto sobreprotección o castigos excesivos11, esto aumentará su vulnerabilidad para proyección de factores criminógenos; farmacodependencia y adicciones no convencionales, adicción al juego, ludopa­tía, o al sexo, entre otras actuales en incremento; pandilla­je, y su expresión más virulenta en Centroamérica como las “maras”; manejo inadecuado de problemas escolares, como el “bullyng”, peleas, dificultades de aprendizaje; falta de formación en valores , formación ética y moral en la sociedad actual, que construye íconos exitistas, rivalidad, supervivencia e individualidad, generando frustración en grupos vulnerables; ausencia de cohesión social y desinte­gración comunitaria, especialmente en ámbitos urbanos, lo que no permite una prevención o defensa colectiva frente a problemas antisociales; trastornos emocionales y enferme­dades vinculadas a conductas disruptivas o violentas, como por ejemplo, aquellos devenidos de depresión y homicidios emocionales o pasionales.
Así, dicho autor ilustra el concepto que sostiene, citan­do la definición realizada por la Organización Mundial de la Salud, describiendo el concepto de salud mental, como “el estado de bienestar en el cual, el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las
tensiones normales de la vida, puede trabajar en forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad”12
En síntesis, ambos términos son coincidentes, en cuanto a conformarse como finalidades del Estado, y van en co­rrelato, en tanto son causa y efecto, respecto de otro com­ponente fundamental del ciclo, que es la persona humana. Estado, persona, salud, seguridad-inseguridad, son actores integrales de la vida política actual, y cualquier afectación o incidencia en su manifestación y desarrollo repercuten en los demás integrantes del esquema descripto, de lo que se colige que su estudio, análisis y abordaje de gestión, debe realizarse con coherencia, pluralidad y comprendiendo el universo que integran. ◊

(1) Concepto sostenido por Abraham Maslow en su obra “Motivación y Perso­nalidad”.
(2) Vallejo Ruiloba J. “Introducción a la psicopatología y la psiquiatría”. Ed. Sal­vat. pág. 355.
(3) Diario Clarín 13 de junio de 2010. pág. 42/43
(4) Dupuy Jean-Pierre “No siempre cunde el pánico”. Revista Viva .Clarín Diciembre 2005. pág. 50/51, citado en RM 22 pág. 16-22
(5) Dammert Lucia, Malone Mary Fran T. “Inseguridad y Temor en la Argentina. El impacto de la confianza en la policía y la corrupción en la percepción ciudadana del crimen”. Desarrollo Económico vol. 42 nro. 166, julio y setiembre de 2002
(6) Licenciada en Psicología y docente de la carrera de psicología (UBA)
(7) Bertillón, Alfonso: Oficial de la policía francesa no conforme con los usos em­pleados para identificar a los criminales reincidentes, siendo hijo y hermano de expertos en estadística y demografía, en 1882 expuso una nueva disciplina: la an­tropometría. Técnica de identificación de criminales según la medición de partes del cuerpo y la cabeza, marcas individua­les, tatuajes, cicatrices y características personales del sospechoso. En 1884 apli­có este procedimiento para identificar a 241 delincuentes múltiples, por lo que ganó prestigio y reconocimiento en Euro­pa y EE.UU. Su método fracasó cuando se encontraron dos personas diferentes que tenían el mismo conjunto de medidas. Desde entonces se considera la antropo­metría como pseudociencia.
(8) Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría.
(9) El juicio es la operación intelectual por la cual se sintetizan las ideas en una
conclusión verdadera que coincide con la realidad (DSM IV)
(10) Flores Bonifacio, Efraín, Salud Mental y Seguridad ciudadana. http://es.scribd.com/doc/248396139/Salud-Mental-y-Seguridad-Ciudadana.
(11) Nota del autor: decía Seneca, “Evita al hombre en el crimen del mañana ha­ciendo feliz al niño de hoy”
(12) http://www.who.int./features/fact­files/mental_

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